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De repente se vuelven las caras nítidas y claras y las voces y las risas y los olores y hasta los nombres vuelven a tí, y por un instante te dejas llevar por las sensaciones. Porqué es eso, un pequeño y solitario instante y en donde tú cerebro viaja a tús antípodas. Ese viaje es corto, muy corto, es ínfimo, pero muy profundo, porque llegas a sentir, lo que no sientes normalmente. Y pagarías lo que fuera, por retenerlo un rato más dentro de tú cabeza, pero el recuerdo se va conforme se va la música.
Es cierto que esas sensaciones ancestrales te las producen todos los sentidos, pero pienso que especialmente el oído y los olores, aunque quizás también el sabor. El tacto es un sentido que tenemos y que lo tenemos un tanto atrofiado y la vista quizá esté más desgastada y cansada por su excesivo uso y por tanto no crea imágenes muy nítidas, pero alguna produce y sobre todo cuando vemos fotografías viejas y a mi en conccreto, cuando veo una parra como la de la fotografía. Hay olores de la infancia, que nunca se olvidan y si tropiezas con uno de ellos, el cerebro, de contento, se da la vuelta. Con los sabores pasa igual, pero es más difícil y lo es, porque por desgracia los sabores de antes, hoy en día ya casi no existen, pero alguno siempre queda. Pero hoy tuve la suerte de que me visitó la música y me dió un viaje por el mundo de mi infancia y ¡como disfruté con ello!.