
Yo sinceramente prefiero de Portugal para abajo, pero incluyo y por supuesto a mi Portugal del alma y de España no dejo nada, abarco desde donde Pelayo plantó un pino hasta donde hay que cruzar el charco pequeñito, lease, el Estrecho de Gibraltar. En ese Estrecho existe un puente imaginario, un puente de pocos kilómetros, pero muy peligroso, pues es un embudo que desemboca en los dos sentidos, por un lado, todo el mar Mediterráneo y por otro, el océano Atlántico y eso creo que es mogollón de agua y por un orificio tan pequeñito, sale a mucha presión.
Yo no conozco África, bueno un poco y un poco de nada, conozco Melilla o era ¿Ceuta? y Tánger, de éste último estoy seguro. Y sea Melilla o Ceuta, digo que los conozco, pero solo los conozco de noche y encebollado hasta las cejas y eso y siento decirlo, es como no enterarse de nada. Pues vamos directamente al meollo de la cuestión. Pues fuimos tres amigos o de aquellas pensaba que eramos amigos, más bien éramos tres amigos colocados y nos pusimos el traje
de españolitos listillos (como todos los que van de viaje a visitar a sus colonias) y claro pensamos, que aquello estaba chupado o que los moros eran tontos y nosotros los reyes del mambo. Llegamos todo ilusionados y ya medio puestos y fuimos por donde nos llevaron, ¡qué remedio! y de chavola en chavola y tiro porque me toca.
Después de mil vueltas y siempre con ese vilo, ese vilo que decía, cuidado, xcuidado que por ahí o por allí hay policía!, pues caímos medio muertos en una chavola cualquiera. El moro dueño y señor de su casa, nos empezó a enseñar costo y costo y más costo y nosotros como si fuéramos verdaderos entendidos del tema, decíamos éste es mejor que el otro y éste es peor. Entonces el moro cambió de táctica y dijo que lo mejor era probarlo.