Es difícil luchar contra las repeticiones de la vida cotidiana y porque en parte son necesarias y porque por otra parte, ¿qué sería de mi vida sin mis repeticiones?. Levantarse con cara de pescado, cagar agradecidamente, ducharse en plan sapo, vestirse con tus trapitos, perfumarse con colonia suave, pero eso sí, cara y muy cara y sin más, salir a la calle en dirección al desayuno. Sí, al puto bar de siempre y donde la tostada sabe a tostada pero entremezclada con los vahos de anís barato, de wiski sin soda, de aguardiente que erecciona los pezones y de coñás que huelen a pez muerto y todo eso bien mezcaldo, te coloca lo suficiente para que empieces el día caliente.
¿Y mis ratos de feliz escribiente?, pues eso, que son felices y tiernos y por tanto nada más acabar de desayunar, ya me vengo raúdo y veloz a calentar mi asiento. Ya instalado, primero limpio un poco mi mesa de trabajo y a continuación enciendo la máquina de hacer churros o lo que es lo mismo, enciendo este portátil que ahora está en mis manos. Enciendo un cigarrilo cada 20 minutos más o menos y directamente ya pongo manos a la faena que me atañe. Sobre la 1, me empieza a preocupar de la comida, ¿qué haré hoy de comida? y si tengo que salir a comprar, pues salgo y me voy tan contento. Sobre las 2 de la tarde se oyen los ruidos en la cocina, hay que cortar, guisar, cocinar los manjares que nos brinda la vida.
A las 4 de la tarde ya suelo estar instalado en mi estudio, pongo un poco de música y para caldear el ambiente y de nuevo, empieza la lucha de un emprendedor de la vida. A media tarde, toca un yogurt o una fruta o las cosas y según el hambre que haya. Y de nuevo, venga palabras y letras, venga tonterías, culebras y sapos y ahí, es donde mi cabeza empieza a dar vueltas y entonces se instaura la niebla sobre mis viejos ojos y en ese mismo momento comprendo que hay que empezar a cerrar el chiringuito, que ya dije suficientes tonterías, que ya me llené la boca de incoherencias y que el sofá de mi sala, me llama. Total que entre las 11 o 12 de la noche, meto mis carnes dentro de mis sábanas y eso sí y como despedida, una linda pajita que tanto me gusta y que además, no me hace daño. Y ahí, se acabaron mis repeticiones diarias.
¿Y mis ratos de feliz escribiente?, pues eso, que son felices y tiernos y por tanto nada más acabar de desayunar, ya me vengo raúdo y veloz a calentar mi asiento. Ya instalado, primero limpio un poco mi mesa de trabajo y a continuación enciendo la máquina de hacer churros o lo que es lo mismo, enciendo este portátil que ahora está en mis manos. Enciendo un cigarrilo cada 20 minutos más o menos y directamente ya pongo manos a la faena que me atañe. Sobre la 1, me empieza a preocupar de la comida, ¿qué haré hoy de comida? y si tengo que salir a comprar, pues salgo y me voy tan contento. Sobre las 2 de la tarde se oyen los ruidos en la cocina, hay que cortar, guisar, cocinar los manjares que nos brinda la vida.
A las 4 de la tarde ya suelo estar instalado en mi estudio, pongo un poco de música y para caldear el ambiente y de nuevo, empieza la lucha de un emprendedor de la vida. A media tarde, toca un yogurt o una fruta o las cosas y según el hambre que haya. Y de nuevo, venga palabras y letras, venga tonterías, culebras y sapos y ahí, es donde mi cabeza empieza a dar vueltas y entonces se instaura la niebla sobre mis viejos ojos y en ese mismo momento comprendo que hay que empezar a cerrar el chiringuito, que ya dije suficientes tonterías, que ya me llené la boca de incoherencias y que el sofá de mi sala, me llama. Total que entre las 11 o 12 de la noche, meto mis carnes dentro de mis sábanas y eso sí y como despedida, una linda pajita que tanto me gusta y que además, no me hace daño. Y ahí, se acabaron mis repeticiones diarias.
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