Y YO ERA DE LOS QUE PENSABA

 

 

En las profundas oscuridades de mis dudas

he decidido poner una vela encendida.

Quiero dedicarle una luz 

y por haber obtenido el honor de haberlas tenido conmigo.

Además quiero poner

amapolas en sus maltrechas paredes,

luciérnagas en ese techo que poco a poco se va venciendo

y en las esquinas quiero poner

cuatro perros verdes con ojos fluorescentes.

Así será mi cueva.

Y yo era de los que pensaba

que en la duda estaba el problema

y que una cueva, como la mía,

no me iba a servir de nada...

pero resulta que mi cueva

es parte de mi nave

y yo soy parte de ella.

Yo soy de ciudad

 

Yo soy de ciudad,

pero de periferia de ciudad.

Tengo una pierna de barrio obrero

y la otra es de andar fino por alguna avenida de aquella ciudad.

Nací cerca de un solar enorme, pero enorme,

un descampado  casi sin hierba

con montañas de tierra recién excavada

con restos de obras y grúas

y a lo lejos

sobresalían unos cuantos edificios enormes, 

siempre feos y demoledores.

Jugué entre la madre tierra y el reciente asfalto invasivo

y fui creciendo en ese medio hostil de ciudad enorme y anárquica

y por eso ahora,

me he convertido en hombre o persona de pueblo 

o incluso de aldea

y si me apuráis muy mucho

me gustaría vivir en tierra de nadie

y sin nombres ni apellidos..

¡ALTO!

 


¡Alto!

me digo a veces.

¡Alto! me digo cuando voy de sobrado

o de cid campeador,

o cuando me da por pensar

que en todo soy muy bueno o el mejor...

Y claro y de repente me acuerdo 

de que soy animal ni eterno ni divino

y un poco de modestia es un traje que me sienta muy bien,

mucha modestia y más honestidad...

debía ser uno de nuestros lemas iluminados por luces de neón,

modestia y buenos alimentos,

honestidad y no tener miedo a lo que diga el prójimo,

salir a la calle completamente desnudo

y despertarte en medio de un bosque mágico,

y si hiciera falta

andar para atrás como los cangrejos, 

y de lado como hacen los que están entre la espada y la pared,

y elevarte sobre nubes de algodones

si lo que tienes delante no merece la pena

y adornarte cuando te apetezca

de luciérnagas con luz color crema.


EL HOMBRE DUPLICADO (José Saramago)

 «(...) puesto que el universo, siendo como es, desde sus orígenes, un sistema falto de cualquier tipo de inteligencia organizativa, disputo en todo caso de tiempo más que suficiente para ir aprendiendo (...) cualquier pequeño atraso en el funcionamiento de sus engranajes no tiene la mínima importancia para lo esencial, tanto da que haya que esperar un minuto, como una hora, un año o un siglo».

La música puede con todo...

 




EL OTOÑO DEL PATRIARCA (Gabriel García Márquez)

 

“...que carajo, si al fin y al cabo cuando yo me muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos de los godos, ya lo verán, decía, se volverán a repartir todo entre los cura, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto, porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo...”

HAZ LO QUE HACEN LOS HOMBRES (Marwan)

 

Por mucha experiencia que tengamos en asuntos de amor,

por mucho que hayamos aprendido de las derrotas del pasado,
te diré que puede volver a caer la cornisa del adiós sobre tu casa
y dejarte como la primera vez, buceando entre escombros,
haciendo largos en una charca de cemento.

Porque cada persona que se va, cuando has amado,
siempre es la primera y ese dolor siempre es el Dolor.

No hay manera de regatear las consecuencias,
no se puede sacar a codazos a la angustia
de esa pista de baile donde pincha música el fracaso,
y tampoco se puede despistar al olvido,
ni hacer que la soledad se derrumbe
a la primera boca que se cruce con saliva,
ni reducir los daños.

Así que cuando llegue el adiós,
no pretendas esquivar lo que la vida imponga
y haz lo que hacen los hombres:
llora como un niño.

QUÉ SABEN LOS PERROS...DE FERNANDO BELTRÁN (Blog "rua das pretas")

 
 

Qué saben los perros que no sabemos nosotros.

Qué conocen, qué intuyen, qué nos quieren decir.

Esos ojos tan tristes.

Por qué nos miran fijo y tan adentro

como si al tiempo de querernos tanto

existiera algo nuestro

que no acabaran nunca de entender.


Por qué entonces su entrega,

su llanto inconsolable cuando nos ven marchar.


Por qué después, al regresar, tan sólo a ellos

les confiamos los pasos que a nadie más decimos,

si esos ojos tan tristes lo irán contando todo por ahí.


Por qué nos aman tanto

si saben de nosotros tantas cosas

que es mejor no saber.


Por qué se dejan siempre poner nombre.


Por qué temen al trueno.


Por qué no son cobardes si se mueren de pánico.


Por qué ladran a veces en mitad de la noche.


Por qué amanecen luego

tan contentos, aguardando en la puerta,

con incansables ganas de vivir.


Por qué saben que el juego

es la única tregua que nos queda.


Por qué son como niños, o eso al menos pensamos,

como si no fuera posible compaginar ternura 

y madurez.


Qué bondad descubrieron en nosotros

que no fuimos capaces

de dar a los demás.

Por qué mueren un día y nadie entiende

el inmenso dolor del que ya sabe

que al perderles también pierde

lo mejor de sí mismo.


Ese trozo de ser que nuestros perros,

cuando nos miran fijo,

de algún modo descubren,

aunque también que hay algo de nosotros

que no acabaron nunca de entender. 


"ACTO DE VENGANZA"


 Estuvieron siempre allí,

nunca dejaron de estar,

algunos le llamaron pensar y sentir con las entrañas

y otros le llamaron

"acto de venganza" .

Ahora bien

¿merece la pena?

 


QUÉ SABEN ELLOS?

 

Que saben los seres normales de lo irreal

que saben de la belleza del cerezo en flor,

que saben del agua de lluvia recorriendo el rostro,

que saben del sabor de las lágrimas ácidas

que saben de la densidad de la niebla más espesa,

que saben del mar en calma y del olor de las algas

que saben ellos de la noche más oscura.

¿Qué saben ellos?...

¡qué yo no sepa!.



TENGO VOCES...

 


 Tengo voces que son ecos de otras voces,

hay otras en cambio

 que se forman en las cuerdas vocales

recorren la úvula y el paladar duro

y se cuelan entre los dientes y la lengua

y se mezclan con saliva y aire

y para por fin, 

salir disparadas como ráfagas de balas...

Algunas hieren, 

otras matan

y algunas otras ni hieren ni matan,

éstas últimas...

sólo quieren y aman.

JULIO CORTÁZAR


 

LOS JUSTOS (Borges)

 

 Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

ALUCINACIONES

 

 

Armadura de mármol y piedra pómez.

Botas de cuero envejecidas en barrica de roble viejo.

Pensamientos suspendidos

y colgados del hilo de una araña monstruosa

que se balancea en silencio de lado a lado del oscuro hueco.

Demonios de sol y cuernos,

siempre encendidos por una llama eterna

disponible en cualquier momento

a lanzar llamaradas a larga distancia,

como si fueran dragones con cuerpo humano,

que abren su boca y les rebosa lava resplandeciente,

que escupen al aire

y calientan el cielo como si fuera un hierro candente.

J.J. MILLÁS

 


 Esta fotografía, debido a su delicadeza cromática, parece una acuarela. Todo resulta un poco tenue, sutil, sin asperezas, como si se le hubiera pasado una bayeta húmeda para rebajar la intensidad de los colores. Diríamos, de hecho, que predomina el dibujo sobre el color. Observen lo bien marcados que están los pasamanos de las escaleras eléctricas o las nervaduras del techo, así como las puertas por las que se accede a los distintos establecimientos. Pura geometría, también visible en los carteles rectangulares o cuadrados. Se trata de la estación de Saint-Lazare, en París, pero podría ser un centro comercial de Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad del mundo. Todos se parecen, todos están cortados por el mismo patrón. Usted y yo podríamos ser cualquiera de los transeúntes que recorren sus calles o suben y bajan por sus escaleras. Resulta hermoso y limpio, pero a la vez algo siniestro.

¿Por qué?
Quizá porque ese predominio del dibujo sobre la pintura evoca también la viñeta de un cómic en el que quedaríamos reducidos a personajes de una de esas arquitecturas de Escher, el artista neerlandés famoso por la autoría de geometrías absurdas que representan sin embargo a la perfección los espacios urbanos por los que deambulamos sin ir a ninguna parte, sin saber si ascendemos o descendemos, si cambiamos de acera o de postura, si consumimos o somos consumidos. Este conjunto de escaleras, pasillos, suelos, techos, dispuestos en apariencia por un temperamento obsesivo del orden, son en realidad un caos intestinal en el que el cuerpo humano actúa de bolo alimenticio.

DE ESTE MUNDO Y DEL OTRO de José Saramago (Entre libros)

 

DE ESTE MUNDO Y DEL OTRO (José Saramago)


«Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas, cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como garrapatas, vienen en los libros, los periódicos, en los mensajes publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan, imponen, segregan , eliminan. Son melifluas o ácidas. El mundo gira sobre palabras lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace.
Hay muchas palabras.
Y están los discursos, que son palabras apoyadas unas en otras, en equilibrio inestable gracias a una sintaxis precaria hasta el broche final: “Gracias. He dicho”. Con discursos se conmemora, se inaugura, se abren y cierran sesiones, se lanzan cortinas de humo o se disponen colgaduras de terciopelo. Son brindis, oraciones, conferencias y coloquios. Por medio de los discursos se transmiten loores, agradecimientos, programas y fantasías. Y luego las palabras de los discursos aparecen puestas en papeles, pintadas en tinta de imprenta —y por esa vía entran en la inmortalidad del Verbo. Al lado de Sócrates, el presidente de la junta domina el discurso que abrió el grifo fontanero. Y fluyen las palabras, tan fluidas como el “precioso líquido”. Fluyen interminablemente, inundan el suelo, llegan hasta las rodillas, a la cintura, a los hombros, al cuello. Es el diluvio universal, un coro desarmado que brota de millares de bocas. La tierra sigue su camino envuelta en un clamor de locos, a gritos, a aullidos, envuelta también en un murmullo manso represado y conciliador. De todo hay en el orfeón: tenores y tenorinos, bajos cantantes, sopranos de do de pecho fácil, barítonos acolchados, contraltos de voz-sorpresa. En los intervalos se oye el punto. Y todo esto aturde a las estrellas y perturba las comunicaciones, como las tempestades solares.
Porque las palabras han dejado de comunicar. Cada palabra es dicha para que no se oiga otra. La palabra, hasta cuando no afirma, se afirma: la palabra es la hierba fresca y verde que cubre los dientes del pantano. La palabra no muestra. La palabra disfraza.
De ahí que resulte urgente mondar las palabras para que la siembra se convierta en cosecha. De ahí que las palabras sean instrumento de muerte o de salvación. De ahí que la palabra sólo valga lo que vale el silencio del acto.
Hay, también, el silencio. El silencio es, por definición, lo que no se oye. El silencio escucha, examina, observa, pesa y analiza. El silencio es fecundo. El silencio es la tierra negra y fértil, el humus del ser, la melodía callada bajo la luz solar. Caen sobre él las palabras. Todas las palabras. Las palabras buenas y las malas. El trigo y la cizaña. Pero sólo el trigo da pan».
Ilustración de Manuel Vaca Jiménez

2 POEMAS DE FABIO MORÁBITO (Del blog "autorretrato en espejo convexo")

 

MUDANZA

A fuerza de mudarme

he aprendido a no pegar

los muebles a los muros,

a no clavar muy hondo,

a atornillar solo lo justo

He aprendido a respetar las huellas

de los viejos inquilinos:

un clavo, una moldura,

una pequeña ménsula,

que dejó en su lugar

aunque me estorben.

Algunas manchas las heredo

sin limpiarlas,

entro en la nueva casa

tratando de entender,

es más,

viendo por dónde habré de irme.

Dejo que la mudanza

se disuelva como una fiebre,

como una costra que se cae,

no quiero hacer ruido.

Porque los viejos inquilinos

nunca mueren.

Cuando nos vamos,

cuando dejamos otra vez

los muros como los tuvimos,

siempre queda algún clavo de ellos

en un rincón

o un estropicio

que no supimos resolver.

 


CORTEZA

 

De niño me gustaba

desprenderla,

limpiar el tronco,

dejar al descubierto

la verde urgencia

de otra capa,

sentir abajo

de los dedos

la rectitud del árbol,

sentirlo atareado

allá en lo alto,

en otro mundo,

indiferente a mis mordiscos,

capaz de sostenerse

sin corteza,

capaz de reponerse

de cualquier ofensa.


Fernando Pessoa. "Yo plural"

  «Si, después de que muera, se quisiera escribir mi biografía. Nada más sencillo. Solo tienen dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi mu...