Dice la viuda de Borges, María Kodama, que durante uno de los viajes transoceánicos que hicieron, ella iba distrayendo el tedio de las horas en avión con un walkman en el que sonaban canciones de los Beatles, y que Borges, sintiendo curiosidad por aquella música que para él debía de ser más exótica que las sagas islandesas, le pidió que le prestara los auriculares. El autor del Aleph permaneció un rato moviendo la cabeza como si asintiera, escuchando por primera y seguramente por última vez en su vida She loves you y Help y Love me do y A hard days night, primero con la expresión de estupor con que un hombre del siglo XIX que viajara en la máquina del tiempo de Wells escucharía la música de finales del siglo XX, y luego con un aire de creciente interés, de deferencia, de gradual aprobación. Cuando la cinta llegó al final y saltó el mecanismo del walkman Borges se quedó quieto, sin quitarse los auriculares todavía, sonriendo con aquella mirada de ciego que ve luces amarillas y sombras, y María Kodama le preguntó qué le había parecido aquella música.
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