Siendo niño
yo amaba el mundo
me parecía increíble,
bestial, inacabable, ingobernable,
eterno, infinito...
Conforme fui creciendo
el mundo se me fue arrugando
y en mis peores días
llegué a pensar
que el mundo era invención de alguien,
de alguien que por supuesto,
odiaba al mundo...
Pero al día siguiente
veía mis manos y me decía
quizá pueda hacer algo,
quizá pueda cambiarlo,
quizá y aunque no lo cambie del todo,
pueda cambiar un trozo o una parte...
Y ya de viejo y tal como soy ahora,
el mundo lo veo distinto,
ni ha sido tanto
ni ha sido tampoco,
ahora bien lo que me queda muy claro,
es que para lo que me queda en el convento,
me cago dentro.

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