Yo debería felicitarte el año...pero aún no puedo. Yo debería decirte que ya está todo olvidado...y creo que en gran parte lo está...pero siento que me aún queda un tercio clavado en el fondo de mi alma y a veces como hoy, me produce un fuerte desazón. Poco queda de aquella historia y mejor dicho, casi no queda nada, pero eso no quita que de vez en cuando algo de aquella historia resucite dentro de mi. Pero de nuevo me miro en el espejo de mi vida y me digo...lo muerto yace muerto y como mucho quedará algún recuerdo vivo que se acabará evaporando al llegar la madrugada. Me gusta pensar que la madrugada es mi aliada y que los flecos que quedaron sueltos se los llevará una corriente de aire y por eso todos los días abro puertas y ventanas y con la esperanza de que venga una caricia del viento que los arrastre al mundo de nunca jamás. Decía mi abuela (que en paz descanse) que si querías abrir una puerta, armario o cajón de su santa casa, primero le tenías que pedir la llave. Y era verdad, todo estaba bajo el poder de su gran manojo de llaves y todo estaba controlado bajo la sombra de su inmenso poder dentro de su casa. La mujer de negro, la mujer de impoluto luto, la mujer silenciosa que se deslizaba entre los fantasmas de su encantada casa llena de hijas (mis tías) y un hijo (un tío). Un tío TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) y que un día te regalaba un montón de pasta y otro montón del mejor tabaco y otro día o en el mismo día, te metía un bufido que te dejaba como la hojarasca al merced del viento y hasta tus cimientos se ponían a temblar...
Mi tío paterno y mis tres tías paternas y de la rama materna será mejor no hablar (porque eran mucho peor). Familia disléxica y por ambas partes, familias que decían una cosa y después era la otra o era la totalmente contraria. Nada se correspondía con la verdad, era como una realidad mágica dentro de un mundo totalmente podrido, pero aún así y todo, siempre quedaba un rescoldo de humor sacado de las mismas entrañas. Siempre quedaba un puto detalle para poderse reír de algo o de todo o de un poco o de un mucho. Me acuerdo de aquellos Domingos después de comer y cuando me acercaba a ver a mi tío y tías y porque siempre mi tío me regalaba un mucho o un algo de pasta y tabaco y eso por supuesto, dependía del día que él tenía. Por tanto, podía ser recibido a gritos y para que me alejara de su lado o podía ser el niño más bonito de la casa y por tanto salir entre laureles. En definitiva, cada Domingo me la jugaba...pero había que hacerlo...pues si salía vencedor sería uno de mis mejores Domingos e iba a ser el puto amo de la pandilla. Ahora me doy cuenta que ya de pequeño me gustaba jugar a cara o cruz.
Yo no sé lo que os pasó a vosotros, pero lo que es a mí, siempre viví envuelto en temas violentos y ya fuera mi madre o mi tío compulsivo. Las Ostias siempre merodearon a mi alrededor y claro si todo eran ostias a mi alrededor alguna (sino muchas), fueron a parar a mi cara. Y así y poco a poco fui aprendiendo a tragar la saliva de mi orgullo y llegó un día en que dejé de llorar definitivamente. Y eso les encendía mucho más (a mi madre y a mi tío) y entonces entraban en una especie de trance de ostias que al final, les dejaba exhaustos y extenuados. Pero yo, orgulloso de mi, no lloraba ni gota y cuanto más me pegaban menos lloraba y más entornaba mi mirada de resentimiento y con esa media sonrisa que denotaba me estado de cinismo e ironía grotesca. Lo que más les jodía es que les mirara a la cara y por mi tono desafiante...Orgullo y desafío...empoderamiento y ya más adelante te cogeré. Aunque todo hay que decirlo, más adelante no me vengué de ninguno, de mi tío no me dio tiempo y porque se murió al poco tiempo y de mi madre ¿qué os puedo decir?...que era mi madre y me supongo que al final, intenté entenderla y en fin, que la acabé perdonando y del resentimiento pasé a casi la paz absoluta. Y así y de ésta guisa va acabar ésta historia.
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