DOMINGO (Martín Acosta)



 

UNA PREGUNTA...

 



 



Lawrence Ferlinghetti / El dios enojado

 París Rue de la Bûcherie

six heures du matin
la campana de hierro penetra en las calles de piedra
una sangrienta asesina de sueño y pecado
a las seis de la mañana
el monstruo golpea para despertarme
Algún cura loco
aporrea la herrumbrosa campana
en su gran torre de piedra
Saint-Julien-le-pauvre o Saint-Séverin
o tal vez Quasimodo
en Notre Dame
El loco la flagela
con su porra de hierro
cubierto con su raída sotana
insistente
implacable
una oquedad enorme un estruendo perentorio
a través de las retorcidas calles al amanecer
La tierra tiembla
como un perro viejo al despertar
Dies irae! ¡Pecado y Salvación!
La Muerte hace rechinar sus polvorientos dientes
Todavía hay un dios enojado en alguna parte
haciéndonos la vida imposible

 

 


QUÉ SABEN LOS PERROS...de FERNANDO BELTRÁN

 


 

Qué saben los perros que no sabemos nosotros.


Qué conocen, qué intuyen, qué nos quieren decir.

Esos ojos tan tristes.

Por qué nos miran fijo y tan adentro

como si al tiempo de querernos tanto

existiera algo nuestro

que no acabaran nunca de entender.


Por qué entonces su entrega,

su llanto inconsolable cuando nos ven marchar.


Por qué después, al regresar, tan sólo a ellos

les confiamos los pasos que a nadie más decimos,

si esos ojos tan tristes lo irán contando todo por ahí.


Por qué nos aman tanto

si saben de nosotros tantas cosas

que es mejor no saber.


Por qué se dejan siempre poner nombre.


Por qué temen al trueno.


Por qué no son cobardes si se mueren de pánico.


Por qué ladran a veces en mitad de la noche.


Por qué amanecen luego

tan contentos, aguardando en la puerta,

con incansables ganas de vivir.


Por qué saben que el juego

es la única tregua que nos queda.


Por qué son como niños, o eso al menos pensamos,

como si no fuera posible compaginar ternura 

y madurez.


Qué bondad descubrieron en nosotros

que no fuimos capaces

de dar a los demás.

Por qué mueren un día y nadie entiende

el inmenso dolor del que ya sabe

que al perderles también pierde

lo mejor de sí mismo.


Ese trozo de ser que nuestros perros,

cuando nos miran fijo,

de algún modo descubren,

aunque también que hay algo de nosotros

que no acabaron nunca de entender. 


 






















Qué saben los perros que no sabemos nosotros.


Qué conocen, qué intuyen, qué nos quieren decir.

Esos ojos tan tristes.

Por qué nos miran fijo y tan adentro

como si al tiempo de querernos tanto

existiera algo nuestro

que no acabaran nunca de entender.


Por qué entonces su entrega,

su llanto inconsolable cuando nos ven marchar.


Por qué después, al regresar, tan sólo a ellos

les confiamos los pasos que a nadie más decimos,

si esos ojos tan tristes lo irán contando todo por ahí.


Por qué nos aman tanto

si saben de nosotros tantas cosas

que es mejor no saber.


Por qué se dejan siempre poner nombre.


Por qué temen al trueno.


Por qué no son cobardes si se mueren de pánico.


Por qué ladran a veces en mitad de la noche.


Por qué amanecen luego

tan contentos, aguardando en la puerta,

con incansables ganas de vivir.


Por qué saben que el juego

es la única tregua que nos queda.


Por qué son como niños, o eso al menos pensamos,

como si no fuera posible compaginar ternura 

y madurez.


Qué bondad descubrieron en nosotros

que no fuimos capaces

de dar a los demás.

Por qué mueren un día y nadie entiende

el inmenso dolor del que ya sabe

que al perderles también pierde

lo mejor de sí mismo.


Ese trozo de ser que nuestros perros,

cuando nos miran fijo,

de algún modo descubren,

aunque también que hay algo de nosotros

que no acabaron nunca de entender. 


ESTEFANÍA MITRE

 





BERTOLT BRECHT

 

Ya lo decía Bertolt Brecht:

“Un hombre debe tener por lo menos dos vicios, uno sólo es demasiado”.















 



LA PUNTA DE UN ICEBERG

 Ahora todo es más difícil los reflejos van pidiendo un descanso los tendones se relajan y contraen menos y peor que antes la vista pide aux...