... Como el niño iba muy silencioso en los brazos de su madre, que se había colocado el cinturón de seguridad de manera que abarcara el cuerpo de ambos, Lucía le preguntó, en el tono idiota con el que los adultos hablan a los niños, que dónde había dejado a su hermanito.
El pequeño bajó la mirada en silencio al tiempo que la madre, dirigiéndose al espejo retrovisor, dibujaba con los labios, aunque sin emitir sonido alguno, un "ha muerto". - Perdón - respondió Lucía del mismo modo, con las cejas alzadas por la sorpresa.
Su euforia, sin desaparecer del todo, se aminoró, dejándola exhausta, como cuando se retira la fiebre por los efectos del antipirético. Pero notó que se trataba de un desfallecimiento creativo, semejante al que sucede a un orgasmo intenso, una depresión momentánea desde la que el mundo se dejaba pensar mejor que desde la exaltación anterior. Cuando ya estaban llegando al destino, el niño abrió la boca. Dijo:
- Mamá, ¿hoy se ha muerto alguien?
- Claro, hijo, todos los días se muere alguien - respondió la mujer tras consultar el reloj, como si la muerte tuviera horario de apertura y cierre.
Eran ya las once menos diez. El siguiente boletín informativo sería a las once en punto. Por suerte, a las menos cinco dejó a la madre y al gemelo viudo en su destino y pudo escucharlo ella sola, con el corazón, como suele decirse, en la garganta.
El cadáver había sido identificado y correspondía, en efecto, al cabrón de su ex jefe , de quien dijeron que se hallaba incurso en varios procesos judiciales por quiebra fraudulenta y alzamiento de bienes, entre otros delitos. El cuerpo, además de haber sido desposeído de sus ropas, de su billetera, del teléfono móvil y de la documentación, mostraba señales de violencia. La última persona que lo había visto con vida era su secretaria, según la cual salió de la oficina desde la que llevaba sus negocios sobre las siete de la tarde, sin indicar a dónde se dirigía, dejando el coche en el garaje. A partir de esa hora se le perdía el rastro (...) Se especulaba, dada la trayectoria del sujeto, con la posibilidad de un ajuste de cuentas, también con la idea de que hubiera sido asesinado en un lugar distinto a aquel donde se halló el cadáver.. En todo caso, la autopsia reveló la existencia de alcohol y estupefacientes en el cuerpo del fallecido.
(...) Lucía supuso que había renunciado a coger su coche porque pensaba darse una juerga antes de volver a casa... En tal caso, lo más probable era que hubiera tomado un taxi desde la oficina hasta el lugar donde, casi inconsciente ya, lo recogió Lucía. El único eslabón era ese taxista y quizá el club o el prostíbulo en el que se había drogado. Pero nadie en su sano juicio, aunque lo reconociera por las imágenes de la televisión, acudiría a la comisaría a decir que lo había visto esa noche. (...)
La ausencia de rastros sobre el sujeto, durante todas aquellas horas, favorecía claramente a Lucía. Se sintió bien. (...) Al poco, empezaron a entrar en su móvil mensajes del grupo de wasap de sus compañeros. Se limitó a darse por enterada, aunque le habría gustado ver la cara que pondrían de conocer su participación en el suceso.
... La detuvo a la altura de Cuzco un matrimonio de unos cincuenta años que entró en el coche discutiendo acerca de la longitud de las mangas de las chaquetas, y que continuó haciéndolo después de indicar la dirección a la que iban.
- Si todas las mangas de todas las chaquetas te están largas - dijo al fin el marido dando por zanjada la discusión -, lo más probable es que tengas los brazos cortos. Las mangas se pueden arreglar, los brazos, no.
La mujer le dio las gracias irónicamente por la cortesía y se hundió en un silencio más triste que rencoroso, mientras que el hombre, complacido por la mirada de ella, se acomodó en el asiento con expresión de triunfo. A Lucía también, por lo general, las mangas de la ropa de confección le quedaban un poco largas, por lo que sintió aquella ofensa como propia.
- Peor es una lengua larga que un brazo corto - dijo mirando al pasajero a los ojos por el retrovisor.
- ¿Cómo dice? - preguntó sorprendido.
El tipo no sabía que estaba hablando con la misma mujer que apenas unas horas antes había contribuído a la eliminación de un hijo de perra. Lucía sintió que era capaz de todo. Dijo:
- Digo que si yo fuera su mujer, le habría dado un par de hostias con esas manos que tiene al final de sus cortos brazos. (...)