Domingo 8 de septiembre. Domingo como toca, fiestas en el pueblo de al lado, en consecuencia este bonito pueblo (el de aquí, el mío) se ha quedado casi vacío. Las campanas de la iglesia están sonando todas locas y debe ser porque muy poca gente acude a su reclamo tan ruidoso. La gente habla bajito y no sé porqué. Hace calor pero ya no es la bestialidad del calor de agosto. Acabo de volver de desayunar y todo lo encuentro como demasiado quieto. Hay momentos así, momentos en donde todo va a cámara lenta y es cuando te preguntas ¿en qué dimensión estoy viviendo?. Pero bueno, viene por la calle un capullo en moto y a toda hostia y con el tubo de escape que más bien parece que lleva incorporada una metralleta y te destroza toda esa especie de inmensa paz interior, que tanto me gusta. Y vuelta a empezar de nuevo y venga a recomponer el anterior decorado, la botella de agua estaba en esta esquina de la mesa, el móvil estaba en modo silencio en medio del teclado, la tele estaba apagada, la ventana sigue abierta y por ella penetran, aparte del puto estruendo de la moto, escasos sonidos, algunos imperceptibles y otros en cambio, ruidosos a más no poder. Y es que otra moto con tubo de escape a todo volumen, acaba de pasar. Y ya lo voy a dejar y voy a pasar al plan B de mi película. Y a partir de ahora me van a importar un pito los ruídos, es más ahora reclamo ruídos ensordecedores que atronen y sacudan mis viejos y patéticos sentidos.Domingo dominguete y para cuadrar la rima y que te den por el culete. Los domingos de mi infancia, eran domingos de misa por la mañana. Y por supuesto eran los días de ponerse las mejores galas y de lucir todo lo estrenado. Me acuerdo de mi polo gris de tela fina y tacto agradable, que sólo me ponía los domingos y porque así estaba estipulado por mi madre (y lo que decía mi madre, iba directamente a misa y nunca mejor dicho). Domingos, misa y después venía lo mejor de todo el día, los aperitivos, que en mi tierra gallega eran más que abundantes y sabrosos. Y aquellos ricos Berberechos o aquella preciosa nécora o aquella tapa de pulpo con cachelos que era para comerse los dedos. Aparte que los mayores o sea mis padres y sus variopintas amistades, se ponían tibios de vino y bueno, hasta el más antipático se ponía graciosillo y simpático. Otros en cambio, los menos, se ponían pesados y empalagosos y porque se habían pasado de dosis o porque el vino les ayudaba a descubrir como en realidad eran. También había el puto tocón de los cojones, que te pasaba su pezuña toda pringosa por la cabeza y después, de tocarse sus asquerosos huevos sebosos.Estaba muy claro que el domingo estaba partido por dos partes. La mañana que era grandiosa y espléndida y la tarde era triste y casi lacrimógena. Por la mañana te desbordaba el optimismo y todo te parecía fútil y pequeño, en cambio por la tarde te caían los huevos al suelo y porque poco a poco se aproximaba la hora del lunes lunero. Mañana cole, te decías. Era como ver al domingo desde la trastienda o entre bambolinas y viéndole el culo a los actores. Yo llevaba fatal lo de los domingos por la tarde y no sé... y me entraban unas ganas enormes de desaparecer para siempre. Pero nunca lo conseguí del todo. En cambio y muchos años más tarde, le encontré el gusto a la tarde del domingo y porque me enamoré de su aire melancólico y de su inmensa paz aburrida. Me gustó su enorme vacío y su quietud con ese aire a decadente de vieja canción. El domingo por la tarde, me suena a "fado" portugués cantado por ejemplo, en una calle siempre mojada (porque tiene que llover, sino no vale) y con su aroma a piedra mojada y en mi hermoso Santiago de Compostela...pues Santiago para mí es el culmen de lo entrañable y melancólico...
Domingo 8 de septiembre. Domingo como toca, fiestas en el pueblo de al lado, en consecuencia este bonito pueblo (el de aquí, el mío) se ha quedado casi vacío. Las campanas de la iglesia están sonando todas locas y debe ser porque muy poca gente acude a su reclamo tan ruidoso. La gente habla bajito y no sé porqué. Hace calor pero ya no es la bestialidad del calor de agosto. Acabo de volver de desayunar y todo lo encuentro como demasiado quieto. Hay momentos así, momentos en donde todo va a cámara lenta y es cuando te preguntas ¿en qué dimensión estoy viviendo?. Pero bueno, viene por la calle un capullo en moto y a toda hostia y con el tubo de escape que más bien parece que lleva incorporada una metralleta y te destroza toda esa especie de inmensa paz interior, que tanto me gusta. Y vuelta a empezar de nuevo y venga a recomponer el anterior decorado, la botella de agua estaba en esta esquina de la mesa, el móvil estaba en modo silencio en medio del teclado, la tele estaba apagada, la ventana sigue abierta y por ella penetran, aparte del puto estruendo de la moto, escasos sonidos, algunos imperceptibles y otros en cambio, ruidosos a más no poder. Y es que otra moto con tubo de escape a todo volumen, acaba de pasar. Y ya lo voy a dejar y voy a pasar al plan B de mi película. Y a partir de ahora me van a importar un pito los ruídos, es más ahora reclamo ruídos ensordecedores que atronen y sacudan mis viejos y patéticos sentidos.
Domingo dominguete y para cuadrar la rima y que te den por el culete. Los domingos de mi infancia, eran domingos de misa por la mañana. Y por supuesto eran los días de ponerse las mejores galas y de lucir todo lo estrenado. Me acuerdo de mi polo gris de tela fina y tacto agradable, que sólo me ponía los domingos y porque así estaba estipulado por mi madre (y lo que decía mi madre, iba directamente a misa y nunca mejor dicho). Domingos, misa y después venía lo mejor de todo el día, los aperitivos, que en mi tierra gallega eran más que abundantes y sabrosos. Y aquellos ricos Berberechos o aquella preciosa nécora o aquella tapa de pulpo con cachelos que era para comerse los dedos. Aparte que los mayores o sea mis padres y sus variopintas amistades, se ponían tibios de vino y bueno, hasta el más antipático se ponía graciosillo y simpático. Otros en cambio, los menos, se ponían pesados y empalagosos y porque se habían pasado de dosis o porque el vino les ayudaba a descubrir como en realidad eran. También había el puto tocón de los cojones, que te pasaba su pezuña toda pringosa por la cabeza y después, de tocarse sus asquerosos huevos sebosos.
Estaba muy claro que el domingo estaba partido por dos partes. La mañana que era grandiosa y espléndida y la tarde era triste y casi lacrimógena. Por la mañana te desbordaba el optimismo y todo te parecía fútil y pequeño, en cambio por la tarde te caían los huevos al suelo y porque poco a poco se aproximaba la hora del lunes lunero. Mañana cole, te decías. Era como ver al domingo desde la trastienda o entre bambolinas y viéndole el culo a los actores. Yo llevaba fatal lo de los domingos por la tarde y no sé... y me entraban unas ganas enormes de desaparecer para siempre. Pero nunca lo conseguí del todo. En cambio y muchos años más tarde, le encontré el gusto a la tarde del domingo y porque me enamoré de su aire melancólico y de su inmensa paz aburrida. Me gustó su enorme vacío y su quietud con ese aire a decadente de vieja canción. El domingo por la tarde, me suena a "fado" portugués cantado por ejemplo, en una calle siempre mojada (porque tiene que llover, sino no vale) y con su aroma a piedra mojada y en mi hermoso Santiago de Compostela...pues Santiago para mí es el culmen de lo entrañable y melancólico...
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