Pues el tío de los bocatas y por el puto calor del verano, llevaba dos inmensos mapamundis de sudor en sus sobacos y tenía la puta manía que cuando te preguntaba de que coño querías el bocata, se llevaba cada una de sus manos al sobaco contrario y después las rebozaba en su pestilente sudor en capas y sin más ni menos, se ponía a la faena de hacerte el bocata. Cogía el pan con sus pezuñas de cerdo seboso, después cogía el queso medio derretido, el beicon y todo lo barnizaba con esa caspa de sudor añadido, que le daba un sabor tan especial. Yo creo que aquellos bocatas, aparte de ser los más baratos de Santiago, tenían ese sello tan característico con ese toque a sudor de sobaco reseso fermentado en barrica de roble (como el buen vino) y por eso estaban tan ricos. Por eso y no por otra cosa. Yo ahora, cogería el puto bocata medio sudado y directamente se lo metería por el culo y sin mediar vaselina por el medio. Y después se lo sacaría de su puto culo sudado y se lo daría de comer sin más preámbulos (a veces, se me va la pinza).
Pero de aquellas había hambre de estudiante y jalabas lo que fuera. Porque mira que comíamos en sitios mierda y porque a partir del día 15 de cada mes, ya estabas a dos velas y entonces, empezabas a soñar con que fuera el día 1 del siguiente mes. 15 días de penurias y todo el tiempo entreteniendo el hambre y tachando días del calendario. Y por eso cuando juntabas y como podías para un bocata, ibas directamente al bar de los bocatas más baratos y más sudados de mi querido Santiago de Compostela.
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