EL CUENTO DE CAPERUCITA

 Como el resto de los humanos, no me gusta recordar los malos y peores tiempos y lo digo, porque hemos pasado por una pandemia muy bestia y ahora, que poco se habla de ella. Se sabe que hemos pasado por ella, pero como si fuera en otra vida o en otra dimensión. Algo sabemos del tema y porque allí estuvimos, pero no nos gusta recordar el sabor del miedo colectivo. Y digo colectivo, porque el individual no produce tantos estragos sociales y porque antes de que se extienda al colectivo social, atiborran a pastillas al sujeto y no solucionan el miedo individual de cada uno, pero lo aislan en plan preventivo. Pero que pasa cuando ese mismo miedo se convierte y por diversas circunstancias (en este caso por la covid), en un miedo social y hasta el gobierno se caga patas abajo y su ejército tan valeroso en lo demás (eso dicen ellos), se convierte en un flan. Pues eso, que todo dios se caga y cada uno busca y si puede, sus artimañas y para salvarse de la quema. Hemos visto altos cargos políticos, policiales, empresariales, vacunándose antes que nadie y saltándose la lista de espera para vacunarse.

El miedo colectivo hace temblar toda la estructura que tienes bajo tus pies y toda esa sociedad y en apariencia tan bien apuntalada, como es la nuestra, se desmorona en dos segundos. Y la frase de "cobarde el último" es la que nos guía en esos días de miseria colectiva. Lo peor de todo, es que yo lo sabía y sabía que esta sociedad es un pegote y que en apariencia es solidaria y humanitaria y que en la realidad, es un montaje de papel cartón. Pero claro, quién, como es este caso, quiere volver a ese pasado tan deporable. Quién quiere volver a ver lo que es gran ejemplo de la miseria humana. Pues nadie. Pero ahora, ya sabemos dos cosas, el ser humano se hace cobarde y débil, con las guerras pero ahora le tenemos que añadir, que también con las pandemias. Ese nivel de cobardía no se la mostraremos a nuestros hijos y porque contar que hemos sido unos cobardes de mierda no es algo de lo que uno se tiene que sentir orgulloso (eso dice la gran mayoría).

Ante este tipo de marrones colectivos, preferimos ponernos de perfil y obviar lo más cruento del tema y repartir cuatro medallitas al valor a cuatro desgraciados que no se habían enterado ni de la mitad. Ponemos un valiente por delante de un millón de cobardes y así lavamos colectivamente nuestras penosas conciencias. Reconocer nuestra cobardía colectiva en esos momentos, es algo que se hará siglos después y mientras nos seguiremos quedando con el cuento de caperucita.

















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