La dignidad es un valor añadido que se nace con él, pero que después con el paso del tiempo, hay que saber cuidar y desarrollar. Estamos obligados a cuidar con especial mimo y buenos cuidados ese bien tan humanamente humano. Todos deberíamos tener un jardín de dignidad en casa, en la terraza, en el patio, en la parcela o en el mismo sótano si no quedara otro remedio. Si flaqueas en dignidad por el motivo que sea, siempre tendrás una reserva en casa y para no sufrir las consecuencias de tus carencias de dignidad. Todos los días hay que vestirse dignamente y desde la cabeza a los pies y verse con dignidad ante el espejo y salir a la calle con la vista al frente y el paso seguro y sin titubear en cada paso que vas dando. Si alguien tiene que temblar...que tiemblen los demás, por lo menos, así se debería empezar el día, porque está claro que aún te queda todo el resto del día para todo lo demás, para temblar, para llorar, para cagar, para gritar, para sonreír o para amar.
Y por último, igual que hay que vivir dignamente, se debe morir dignamente. Y por cierto se puede morir dignamente estando más solo que la una. Vamos a ver, no hace falta tener un funeral en un campo de fútbol lleno hasta la bandera, ni que desfilen tropas militares en tu entierro y saludando a una bandera, ni que todo dios llore a moco tendido...llega, con que alguien lo sienta y lo celebre contigo. Llega con decir: ¡nos veremos en el infierno!. Y con eso, ya está dicho todo.
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