Yo no quiero esas mariconadas de hornos crematorios y polvo de cenizas y para que después venga un tío o tía y al que en vida le importabas un huevo o casi y sin sentimientos ni ningún miramiento me esparza a los cuatro vientos en cualquier océano. Yo en esto soy más tradicional y quiero un funeral y un entierro bajo tierra, vamos que yo pueda escuchar las últimas paladas de tierra sobre mi féretro de roble y si me va muy mal, me conformo con una caja pino medio carcomida y podrida. Ahora bien, quiero un acto solemne y que todo dios vaya de escrupuloso luto y quiero lloros de película y quiero escuchar al cura mintiendo sobre lo que fuí yo en vida.
Vamos, que quiero toda la parafernalia que rodea a los entierros y si nadie llora por mi ausencia, que contraten a las lloronas de Cangas, que es un pueblo que está enfrente de mi querido Vigo natal y que antiguamente tenía a unas profesionales de la llorada cuya función era acudir a los entierros a llorar, o sea, que se les pagaba para ir a llorar a un entierro y funeral. Un pueblo curioso éste, porque aparte de los lloronas tenía fama de los mejores canutos, pues mezclaban el costo (hachís) con el polvo de los muertos que extraían clandestinamente del cementerio municipal y por eso Cangas del Morrazo (así se llama este pueblo) pasó a denominarse Cangas del Porrazo.
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