LOS VIEJOS PELLEJOS

 

Pues ahí va otra mañana de curre a destajo y haciendo labores que no son propias para un señor que empieza a envejecer (y ese, soy yo). Yo me acuerdo que cuando era joven y veía a un tío de mi edad y pensaba para mis adentros: éste tío ya es todo un señor mayor, por no decir que ya era un viejo pellejo que ya empezaba a criar malvas. Pero todo es cuestión de eso, todo es cuestión de asumir la edad que uno tiene y si mi rostro está arañado por surcos viejos, profundos y aguerridos, es cuestión de reconocer el mapamundi que uno refleja en su cara. Además, que las articulaciones chirrían más de lo debido.

Hay que reconocerse cada uno con su propia edad y no valen falsos consuelos: que si aparento ser más joven, que si los de mi edad ya parecen abuelos, que si aún practico deporte y no estoy muerto como el que se acaba de morir. Pero lo objetivo y lo que en realidad vale, es que ya soy un viejo pellejo y no me deprimo por ello, es más lo reivindico como una de las mejores etapas de mi puñetera vida. Quizá sea la experiencia (que a buen decir, es la madre de la ciencia), quizá ella me ha concedido un reposo y me ha prestado una estabilidad emocional añadida.

Porque yo no quiero reposos de sopa boba. Yo no quiero de esos reposos del que uno no se entera de nada y necesita reposar porque el pobre está muy viejo. Yo quiero enterarme de todo y pelearme con lo que nunca me he peleado. Porque ahora me siento y estoy viejo, pero no un viejo oxidado y amedrentado y me siento viejo agigantado y soy tan grande de ideas y de pensamientos, que mi viejo cuerpo me queda pequeño. Si soy un viejo pellejo, pero soy un digno guerrero lleno de ideas y seguiré luchando hasta el último respiro que me quede dentro de mis pulmones. Y además que ¡vivan los viejos pellejos!.

 



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