DISTINTOS TIEMPOS...DISTINTAS ESTUFAS

Ya van pasando los días de verano y ya hemos pasado el ecuador del mes de agosto y si estuviera en mi tierra gallega diría, o inverno se cheira (el invierno se huele). Bueno, hablo de aquellas épocas donde no se hacía notar tanto el cambio climático y el refrán mencionado tenía su razón de ser, porque a lo mejor ahora el invierno se huele en el mes de diciembre. Claro que también de aquellas, empezaba el invierno en el mes de septiembre y hasta finales de junio el invierno no se iba, por lo menos esa pasaba cuando vivía na Costa da Morte. Primer tractor de leña, el día 1 de septiembre y el último sería en el mes de mayo y en todo ese largo invierno la estufa de leña permanecía encendida casi todo el día y todos los días o sea, de forma casi permanente. Yo vivía alrededor de la estufa de leña y es curioso esto que digo, porque ahora sigo viviendo alrededor de ella, de otra estufa, claro. Yo de pequeño ya sabía que me atraía el fuego y el olor a leña y por eso el día en que mis padres nos dejaban encender la chimenea, que era una vez al año y nada más y por esa razón tan simple y tan banal, de que la leña ensucia la casa, puese ese día era el niño más feliz del mundo. Después y más tarde dejé de ser niño y ya no fuí tan feliz. Pero a veces lo fuí y en esas veces siempre o casi siempre, tenía una estafa o una chimenea a mí lado. Salvo cuando estudiaba medicina y porque vivíamos en pisos colmena y pegados a esas estufas eléctricas que tenías dos barras y cuando estabas tieso de frío casi te llegabas a quemar.

Desde aquellos tiempos odio ese tipo de estufas, pero bueno hay que reconocer que fomentaron mi instinto de supervivencia. Como quemaban tu piel aquellas cabronas, pero no había otra forma de entrar en calor. Alguna vez que otra me las volví a encontrar en algún cuarto de baño y normalmente y no sé muy bien el porqué, estaban colgadas en la pared. Sería para que te broncearas rápidamente. Tufillo a piel tostada y quemada. Sabañones en estado de alerta. Yo me acuerdo cuando meterse en la cama era todo un suplicio y porque la cama eran sábanas pegadas por la humedad reinante y había que despegarlas para ir introduciendo tu cuerpo muy poquito a poco y para no morir de sopetón. De Santiago de Compostela tengo mis mejores recuerdos, pero también tengo alguno que otro malo y éste de esa humedad tan bestial, la tengo grabada en la médula de mis huesos. Aunque de niño también pasé mucho frío y porque de aquellas no existía la calefacción o por lo menos, no existía en mi casa y lo único que estaba permitido para luchar contra el frío era el llevarse a la cama bolsas de agua caliente o recién hervida.

Y esa bolsa en los pies hacían verdaderos milagros y cuando los pies empezaban a calentarse un poco deslizabas la bolsa de agua por el resto de tu cuerpo y de alguna manera, acababas entrando en calor. Años más tarde, mis padres introdujeron la estufa de butano, que de aquellas daba una peste que no veas, pero era lo que había para calentar un poco tu medio ambiente (aparte claro está, de la chimenea o estufa de leña...pero ya conocéis el argumento que tenías mis padres, que ensucia mucho el suelo y punto y pelota). Por tanto hasta que me convertí en un ser adulto e independiente, no pude volver a disfrutar del entrañable calor de la leña.

















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