Yo tengo que reconocer dos cosas:
Una, que sigo vivo y que me queda cuerda para rato y aunque el largo de esa cuerda pueda ser carta, pero eso sí, será muy intensa.
Dos, yo no nací aprendido. Nací como todos, desnudo y llorando a moco tendido. Después gateé y hasta que me enderecé y así estuve durante un largo tiempo andando por la vida. Por último, ahora estoy en mi última etapa vital y por tanto voy poco a poco decreciendo y hasta hacerme tan pequeño que resultaré ser invisible para los ojos de los demás. Llegaré a ser polvo blanco amarillento y puede que más de uno se lo confunda con farlopa. No si al final de todo, seremos esnifados y como si dentro de ese polvo blanco amarillento fueran todos nuestros mejores conocimientos. Claro que eso sólo lo puede decir, los que los han tenido y los que se los guardaron a buen recaudo como tesoros escondidos. Y una vez muertos quieren asomarse a la gloria. De vivos pasaban de este tema de la fama y demás mandangas, pero alguno escribió en su testamento, dejo éste legado escrito y para mi parentela y amigos.
Es verdad, que ahora sé mucho más que antes, que la experiencia me ha dado datos pero también me ha regalado sombras. De hecho con los años, adoro a las sombras y a su excelso poder. El sol brillante me hace daño en el los ojos y en el cerebro pensante. El no vivir o el sin vivir es para mí, el verano. Vivir, es el otoño, invierno y un buen trozo de la primavera. Cuando ahora veo fotos de alguien en la playa, me miro y me digo, que bien estoy sin que ese sol inmisericorde me queme la piel y me convierta en tostada, que feliz me encuentro sin la arena pegada al sudor de la piel y sin todo ese jolgorio que me montan las personas cuando están en la playa. Hablan y hablan y chillan y risas y gritos. En realidad la playa es el zoo de los humanos, hay todo tipo de bichos y peña y el mar que tenemos delante del zoo no es mar y es un charco o bebedero de patos.
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