Estoy cerca de alcanzar algo, algo nuevo, algo viejo, algo que signifique algo dentro de otro algo. Tengo esa sensacion o esa premonición y que nadie me pida que la concrete porque a eso no puedo llegar. A veces algunos tenemos en la boca esa sabor entre dulce y salado pero premonitorio y digo algunos, porque nunca se puede hablar por todos y en nombre de todos. Yo hablo por mí y por unos cuantos más que me supongo que hay esparcidos por el mundo, aunque realmente no los conozca, pero que los tiene que haber. No creo que yo sea el bicho más raro de la tribu, aunque raro lo soy, pero por simple estadística tiene que haber en éste mundo muchos bichos más o menos tan raros como lo soy yo. Rarito siempre lo fuí y tímido y apocado y andaba por la vida siempre metido en mis propios pensamientos que al fin y al cabo no eran tantos, pero coño eran míos y yo me los tomaba muy a pecho. Claro que los demás no sabían lo que estaba pensando y eso a algunos les llenaba de rabia y al final iban a saco a por mí y tío eres demasiado callado y de los tíos tan callados yo desconfío, me decían algunos. Hay personas que no soportan no saber lo que estás pensando y ya sea sobre lo que piensas de ellos (que se podría entender un poco) o ya sea por la opinión que tengas sobre el mundo en el que vivimos y más sabiendo que tú estás disfrutando de ese proceso mental y porque se ve en tu cara y por esa sonrisa irónica, espontánea y llena de vida. La envidia, la puta envidia y la estrechez de sus mentes precarias.
La envidia cochina, es el pecado capital de entre todos los pecados. La envidia te hace ser mentiroso y te hace competir con el vecino o con el amigo o con la pareja y en esa lucha competitiva no hay principios y ni siquiera hay finales, aunque hay un final muy claro, la cosa va a acabar muy mal o peor que mal. La envidia te hace deformar la realidad y aquél que era una buena persona se acaba convirtiendo en un ser sediento de ser más que el otro. Yo de pequeño creo que no era envidioso (por lo menos que yo recuerde) y a base de inculcarme esa ambición ciega con la trataba de educarme mi madre, pues empecé a ser y sentirme envidioso con lo que tenían algunos amigos de mi tierna y azorosa infancia. Claro que esto perteneció al terreno de mis primeras contradiciones, yo quería ser espléndido, sincero, claro y cariñoso y el sabor de boca que me dejaba la envidia, no era precisamente un sabor rico y agradable. La boca me sabía a bilis, a resentimiento y a jugos gástricos regurgitados.
Pero con el paso del tiempo todo se cura y hasta la envidia se cura. Con el tiempo me fuí olvidando de lo que era envidiar y poco a poco y paso a paso fuí transformando la envidia en agradecimiento hacia mis congéneres, sobre todo con los más cercanos. No es que me haya convertido en un ser repleto de amor, porque sigo teniendo mis cosillas raras, mis peores momentos, mis pequeños caprichos, mis rabietas descontroladas y todo esto lo digo con orgullo, pues me siento un ser humano con sus puntos buenos y con sus puntos malos.
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