Escribo desde un rincón perdido de mi santa casa, aunque bien y adecuadamente iluminado. Mi rincón, del cual disfruto aunque poco a poco se me está quedando cara de pena. Pondré mi casa, mi linda y entrañable casa a la venta y cuando cumpla 69 años (más o menos), pondré el cartel de "se vende". Sufro pensándolo, sufro y maldigo todo lo que se menea. Pero es mi obligación y es que para mantener ésta casa necesitaría un pastón que te cagas, además que me queda parte de la hipoteca siempre pendiente y con un sueldo de jubilado no me da para todo. Aparte que hay demasiadas escaleras y por tema logístico y debido a que de cada vez mi cuerpo se hará más viejo, pues para poder seguir manteniendo mi casa sería necesaria una buena inversión y así poder seguir viviendo en la planta baja. Éstas últimas son preocupaciones propias de la vejez. Quién iba a pensar que subir y bajar escalones sería un problema para mí. Y desde donde escribiré dentro de un año y en que nuevo rincón aterrizará mi culo. Pero seguro que crearé otro rincón amable y entrañable y porque desde siempre amo la belleza de los lugares en los que vivo. Sé que ésta historia sobre la que os hablo está dentro de mi ADN. Me gustan que las cosas que me rodean estén dotadas de vida propia y yo pongo mi mano para ello. La luz indirecta de un flexo, la luz expansiva de una preciosa lámpara, la luz amarillenta que despide la chimenea. Mi mesa llena de cosas y cada una tiene su sello y su propia historia. Las plantas, mis queridas y hermosas plantas que forman parte de mi equipaje de mano. El olor a manzanilla y mandarina que expande mi difusor de aceites esenciales. El chasquido de la leña quemándose. Las campanas de la iglesia del pueblo sonando y para celbrar la venida de un nuevo año.
No me considero un ser deprimente, pero tampoco me siento el rey de la fiesta. Yo soy más intimista y en petit comité me explayo más fácilmente. El mogollón de gente me espanta y por eso y si es necesario, me quedo pero con la condición de que no pase más de 5 minutos. El ruído porque sí, me aturde y me cabrea. La masa me interesa pero me entumece. Soy un tío espléndido y la pasta gansa que quema en el bolsillo y por eso mismo no sé ahorrar. A veces me quema el cerebro el ser como soy, pero sólo a veces y porque el resto de las veces, me siento orgulloso de como soy. Tengo poco pero ese poco me resulta imprescidible y no me pidais que me quede sin chimenea o que apague todas las luces que estratégicamente he colocado. Si queréis os dejo mi casa, aunque previamente a quién se la dejo lo hago pasar por mis filtros selectivos. Lo mismo me pasa con mi coche o mi bici eléctrica. Ya digo, soy un ser espléndido y que he dejado mucha pasta por el camino. Me gustaría vivir en un punto medio, bien equilibrado económicamente y a la vez, ser un buen compañero que no te pide nada a cambio.
Y el tacaño me enfurece. Al cutre, al tacaño les sometería a una cura de reeducación. ¿Cura de reeducación?, que mal suena eso y me recuerda a la China de Mao, cuando el que era calificado como desviado de lo que para su puta ideología era un desviado, pues simplemente se le mandaba al quinto pino y allí encerrado entre rejas y con otro grupo de personas "desviadas", todos ellos y ellas serían sometidos a una terapia de reeducación que solía durar meses o años o décadas. O estabas o no estabas con él o con el mandamás de turno y sino no lo estabas lo estarías después. La voluntad humana se hace, pero también se doblega y a las ideologías que se basan en que hay que adorar a un ser superior, ya sea a dios o a un iluminado que dice ser superior, la cosa le dura un tiempo pero en ese pequeño tiempo son capaces de cargarse cualquier asomo de humanidad. La historia de la humanidad se escribe con sangre, guerras y hambrunas.
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