Éste pequeño relato o relatín, se lo dedico a mi querida familia: a
Lourdes ( a la que le tengo que hacer un monumento) y a mis tres hijos:
Bruno, Alfredo y Miguel. Y por supuesto a mi otra familia en Menorca:
Viviane, Miquel y Nicolás. A todos os mando un beso y espero que os
gusten éstas letras. Y se me olvidaba el perro de mi hijo Alfredo, que
también estuvo presente: Tobías.
Éste ha sido un mes de
Septiembre especial, pues los Septiembres y no sé porqué, nunca fueron
meses a destacar en mi azorosa y pendenciera vida. Quizá fuera, porque
es un mes de transición, un mes que cabalga entre el verano y el otoño o
sea un mes amorfo, un mes de, ni fu ni fa o porque también, en la época
de estudiante, era un mes dedicado a los exámenes. El caso es que no le
tenía especial cariño a éste mes y ahora en cambio, tengo conmigo, uno
de los mejores recuerdos de mi vida. Gracias mes de Septiembre, gracias
Biniancolla y gracias a los que me acompañaban en éste viaje astral.
Gracias a todos,
Yo creo que nunca viví tan cerca del mar, si exceptuamos en las
acampadas, como cuenda pasé y pasamos, un mes de septiembre en un sitio
precioso de ésta isla, que se llama, Biniancolla. Éste lugar da a la
parte sur de la Isla, cerca de otra preciosidad de islita, la isla del
Aire, que no sé si es más bonita la Isla, que su nombre: " La Isla del
Aire". Aunque el que le puso el nombre, seguro que no tenía nada de
romántico y llegó a la conclusión de poner ese nombre, simplemente
porque en esa Islita, sopla mucho el aire. Pero yo prefiero quedarme con
la versión romántica y el nombre se lo pusieron en honor del dios Eolo,
el dios del viento, cuando cruzaba en una nave griega cerca de ésta
islita rumbo a su tierra natal.
Esta islita, es conocida también
por su bonito faro y porque en sus entrañas nacen y crecen unas
lagartijas autóctonas, que dada mi ignorancia, aún no sé en que se
diferencian de las demás lagartijas, pues tienen rabo y cuatro pequeñas
patas o sea, como las demás lagartijas del resto del mundo. Aunque la
diferencia a lo mejor está, en que son lagartijas cabezotas, de cabeza
dura como las piedras de aquí y ese carácter duro y terco es muy de
aquí, igual que sus congéneres, los humanos.
El sitio donde se
asentaba la casa alquilada, era paradisíaco, era de ensueño y estaba en
la punta de una pequeña península de rocas y era la primera casa que
daba al mar o sea en primera fila, como toca. Hacia el mar y por tanto
por delante y por los lados de la casa, quedaba un pequeño camino que a
su vez desembocaba en una rampa, que daba a una pequeña zona de atraque.
Imaginaros la vista, todo salvo por la parte de atrás, daba al mar, el
mar por los tres costados.
La casa era sencilla y pequeña, era
una chavola de pescadores, sólo que ampliada. De todas formas tampoco
era una caja de zapatos: tenía tres habitaciones, una de ellas enana e
interior, un salón comedor , un baño y una pequeña cocina. En septiembre
en ésta Isla, aún hace demasiado calor, no tanto como Julio y Agosto,
pero calor aún hace, ese calor tan de aquí, calor húmedo y pegajoso.
Pero en esa casa con sólo abrir sus puertas y ventanas, el aire del mar
entraba y salía, creando una corriente marina que refrescaba la casa y
por supuesto, a sus inquilinos.
Claro que dado que éramos
numerosos los inquilinos, en concreto, cuatro adultos y cuatro niños, el
sitio se podía decir que era bastante justo, pero no tanto, pues la
vida se hacía casi todo el día fuera. Tenía como una especie de porche,
que rodeaba dos costados, por tanto si daba el sol en uno, te ibas al
otro y a la inversa. El tema y la vida allí, giraba alrededor del mar,
ahora a bañarse pero un buen rato, ahora a pescar y ahora a sentarse en
el porche a contemplar el mar. Y de tanto ver el mar, ya te entran las
ganas y a Miquel (uno de los adultos), se le ocurrió que podía traer su
lancha o sea entró en trance y de verdad que entró sin fumarse ni un
canuto y en su colocón transcente, alguien del otro mundo le habló y le
dió la idea, no sé si fue Dios, pero seguro que el que se lo dijo se le
parece mucho. Aunque el que tuvo que ir a buscar la barca, fué él y no
el que le dió la idea. Ya conoceis a Dios, es tan campechano como el
Rey, el habla mucho, pero no rasca ni el huevo derecho. Así que un buen
día, apareció Miquel con su barca, ¡bendito día!.
A partir de
ahí las tardes se cubrían con largas horas de pesca y además, os juro,
que de verdad, se pescaba. Las capturas de todo el mogollón de
pescadores, se juntaban en un cubo y al llegar a la casa tocaba la faena
más fea de la pesca: limpiar el puto pescado, pero el pescado era puto
mientras se limpiaba, después cambiaba la denominación y pasaba a ser un
pescado delicioso. El que vive en ésta Isla sabe de lo que hablo,
cuando digo que a pesar de ser Isla, casi no se como pescado. Y esto es
por una razon fundamentalmente: porque aquí está muy caro, y digo caro,
cuando debía decir, que está carísimo y en consecuencia, se come muy
poco pescado. De ahí las ganas multiplicadas de comer pescado fresco. Yo
pensaba que al ser el mar Mediterráneo, no podía haber tanta variedad
de pescado. Yo como buen paleto, estaba convencido de que no podía haber
tanta variedad como en el océano Atlántico (no te acostarás sin saber
una cosa más). Siempre me queda el consuelo de pensar que el pescado es
de menor tamaño y que tiene menos sustancia, pero éste es el consuelo de
los tontos, pues yo no me dediqué nunca a medir los pescados y no hice
diferentas catas comparativas. Son bulos y suposiciones, son prejuicios
de un pobre desgraciado que nació al lado del océano Atlántico, en un
rincón de la ría de Vigo y lo primero que vió al nacer, fué el inmenso
océano a sus pies, Y saqué la conclusión errónea, que el tamaño del mar
se correlaciona con el tamaño de sus peces.
Después venían las
cenas en el porche, y el mar presidiendo la vista y el ruido de las
olas y la luna alumbrándonos, y las conversaciones largas y tranquilas,
tan tranquilas como el mar que nos rodeaba. El mar acompañándote a la
cama y meciéndote dentro de sus olas. Las mañanas eran increíbles, cada
día te sorprendías despertándote en ese paraíso, el mar en calma o
revuelto y de nuevo el mar y todo era mar, y el mar, y el sol, el
viento, el graznido de gaviotas, y la brisa marina y que alivio de
brisa, porque si no moríamos.
Pronto se rompía el encanto
mañanero, pues a los adultos teníamos que apencar y los niños al cole.
Así que la vista era preciosa, pero ya se sabe que cuando uno va a
currar, no está para tantas tonterías, las tonterías mañaneras quedaban
para el fin de semana. Aún así merecía la pena, pues de vuelta del
curre, te relajabas en plan automático o sea en el mismo instante en que
llegabas, vamos como el Nescafé instantáneo. Después los baños y con
esa agua tan de aquí, agua límpida, transparente y suave como la seda. A
continuación, la pesca, y a veces paseos en bicicleta y alguna ocasión,
un partido de basquet ( había una cancha cercana).
Los días
transcurrían con excesiva fluidez, es decir los días pasaban demasiado
rápido y eso que se aprovechaba hasta el último segundo del día. Pero
como ya se sabe, el tiempo siempre pasa y además, pasa más rápido cuanto
mejor se esté en un sitio. Yo sinceramente, en situaciones como ésta,
le daría de hostias al tiempo y le diría que parara su reloj
inmisericorde. El grato recuerdo que me llevé de Biniancolla, lo tengo
guardado en uno de los cuatro rincones del alma y está en la parte más
profunda o sea en la más sentida, justo en la sección de los momentos
más bonitos de mi vida o sea en el punto G de mi cerebro.
Y
no sé porqué, la mayoría de esos momentos están relacionados con el
mar, a lo mejor es porque yo nací mirando al mar y el mar siempre fue
mi amigo, mi musa, mi confidente, mi compañero de viaje. Y el mar sigue
ahí, alrededor de ésta Isla y sé que el mar me espera, y me espera para
reunirme de nuevo con él, para así contarnos las novedade4s y el como
nos va la vida. Yo, a fuerza de ser sincero, lo echo tanto de menos, lo
añoro tanto, que aún no sé como darle las gracias, por todo lo que ha
dado y lo que le falta por dar. Oh!!, el Mar. Oh!! Biniancolla !!.