ÁNGEL GONZÁLEZ

 



Otro tiempo vendrá
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.

EL SILENCIO

 


El roce no hace al silencio.

El silencio se hace
de muchas horas largas,
del día a día,
de esa paciencia infinita que se debe tener,
de ese instante en que se apaga una vela,
de ese movimiento que flota en el aire,
de ese enmudecer dentro de una caja negra,
de ese soñar que nacimos sin lengua
e inmóviles como estatuas de sal.

Nacimos vivos
pero moriremos muertos
y mientras y por el medio,
la vida creó el silencio
y por eso,
el silencio no es una alternativa
y no un puto deber.

He viajado muy poco


Yo de viajar sé poco...
sé más de andar escondido entre las ramas de un árbol,
sé de hacer poco ruido,
sé de escribir mucho y decir muy poco,
sé de hablar en susurros y en pocas palabras,
sé de soñar despierto y de soñar dormido.
Sé mucho de risas y de penas
y de lloros en el subsuelo.
He sido astronauta sin moverme del sitio
he sido guerrillero en la sierra de Gredos
también he sido, pobre de gestos
y un convencido adorador del silencio.
He estado en muchos sitios a la vez,
he viajado poco o muy poco,
pero mi mente y mi alma
han estado en todas partes
y en cada sitio han dejado su huella
y un trozo de mi manera de ser.
En fin,
he viajado muy poco
pero he estado en cada esquina del mundo
y aún ahora,
sigo esperando a que llegue el próximo tren. 

TARDES



No sé si tengo ganas de cumplir más años.


Por un lado prefiero quedarme aquí

aquí en éste lugar y sitio

en Menorca o donde sea feliz

o en donde salga a la calle por la mañana

y mire al cielo y me diga

¡qué bonito día!.


Y que al mediodía

escuche las 12 campanadas

de cualquier iglesia  perdida de la mano de dios

y me vuelva a decir

¡qué bien...este bonito día

se mantiene de pie!.


Y al mediodía

que los gusanos del hambre me dejen en paz

y simplemente con el olor de un guiso

que mi estómago levante la bandera blanca.


¡Tampoco pido tanto!.


Pero ya que estamos

y puestos a pedir,

pido tardes grandes e inmensas

(me encantan las tardes)

tardes apacibles y entrañables,

tardes en que no transcurra el tiempo,

y que se pose la niebla sobre las aceras

y que al fin,

 no nos deje ver lo que no queremos ver.


 

No busco un cuento con final feliz.

 

No busco un cuento con final feliz.

Busco una historia

con batallas, pérdidas y retrocesos,

que a ratos 

(a pequeños ratos)

sea una historia brillante,

llena de sentimientos y sinceridad,

experta en perder el conocimiento

para poco después... 

recuperar plenamente su consciencia.


Quiero una historia

amable y sana a la vez

Grande y espléndida como un sol al atardecer,

Hermosa como la luna llena

Dolorosa, risueña y olorosa como un naranjo en flor,

a veces, un poco aturdida

y para que me de tiempo a paladear su sabor,

otras veces, rápida como un relámpago

y fugaz como un instante de paz.

LOS OJOS

            


Acabo de ver mis ojos en el espejo y noto su agradecimiento, pues se iluminan nada más verme. Los ojos lo dicen todo, los ojos hablan, ríen, dudan, lloran, piensan, los ojos son los que mejor muestran la vida y lo que queremos y pedimos de ella. Me acuerdo de aquella canción que decía: "No mires a los ojos de la gente, hacen daño y siempre mienten..." y yo pienso que hasta creí en esa letra, mejor dicho en su mensaje descarado de "no te fíes de nadie". En cambio ahora pienso lo contrario, los ojos no mienten, los ojos no saben mentir y lo que realmente mienten son los gestos y sobre todo mienten las palabras.

Si alguien te está mintiendo con sus palabras, lo mejor es mirarle directamente a los ojos y así sabrás si realmente te miente. Cuantas veces hemos visto que en situaciones de duda se le pide al interlocutor que le mire a sus ojos, y lo hace para descifrar lo inescrutable y lo inescrutable está escrito en los ojos, en sus pupilas, en el movimiento de los párpados o parpadeo, en la mirada huidiza y si uno llegará o pudiera llegar, al fondo de los ojos del otro, vería que lo que piensa está escrito y grabado en la Retina.
Mirar fijamente pone nervioso al contrario. Hombre y a veces es lógico, pues si lo haces demasiado fijamente, el otro tiene la sensación de taladro o sea que tus ojos están llegando hasta el fondo de su cogote. Pero no hace falta llegar tan lejos y se puede mirar fijamente sin taladrar y para ello hay que fijarse suavemente en los detalles antes mencionados: pupilas, parpadeo y con eso suele llegar, sin tener que penetrar su cerebro. Y eso se consigue mirando fijamente a ratos o sea concediendo descansos, para que el otro se alivie y también intercalando miradas dulces con miradas penetrantes y así cuando el otro, tiene sus ojos relajados ¡zas! le metes tu mirada penetrante y después le pones otra vez la mirada dulce y así poco a poco vas leyendo su pensamiento más sincero y más profundo.
Los ojos lo dicen todo, pero lo que no se puede arreglar es que la gente mienta. Mentían, mienten y seguirán mintiendo, aunque no todos, por suerte. Yo aquí sólo recalco el poder que tienen nuestros ojos, el poder mirar más allá de las palabras, de los gestos, de las expresiones mimetizadas y de las miradas huidizas y ese poder inmenso lo podemos utilizar cada vez que tenemos otros ojos delante. Y mi único consejo es...que a veces lo que ves en los ojos ajenos, puede resultar doloroso.
Pero la verdad merece ese riesgo y más.

EL VIEJO QUE VIVE DETRÁS DE MI ESPEJO

 


Claro que...

claro que cuando me miro en el espejo,



me siento como un ser extraño,

y tengo que comprobarme de cuerpo entero,

que si... que soy yo el que me estoy mirando,

que si...que soy yo y no soy el otro, 

que sí... que soy yo dentro de mi propio cuerpo, 

sólo que soy yo pero un poco más viejo.


 Que soy el yo auténtico, 

el genuino,

el pensador de ideas vanas,

el escritor que no dice apenas nada... 

ese soy yo,

 además de eso... soy:

el viejo lobo solitario, 

el legendario cid campeador, 

el beduino siempre perdido,

el alquimista y altruista, 

y ese yo que yo describo con tanta franqueza... 

ese soy yo,

sólo que soy yo pero un poco más viejo.


   No me sienta mal del todo

ese look de vaquero fumador de malboro,

ese cigarro medio encendido entre mis labios,

 esa boca llena de humo y esa sonrisa de picarona 

y tal y como si nunca hubiera roto un plato en mi vida.


  No me sienta nada mal esa piel arrugada y agrietada,

al revés,

parecen surcos de arados en un campo de trigo,

eso le da caché y ternura a mi cara

le da un aire a venerable sapiencia de roble noble y viejo.


Me conozco y hasta me reconozco,

y por fin y con una sonrisa socarrona

me despido de ese viejo,

de ese viejo que vive...

que vive detrás de mi espejo.

  


 

El olor de la gasolina (Juan José Millás)

 

El olor de la gasolina

Juan José Millás, en el diario EL PAÍS
24/11/2001
De pequeño había oído hablar muchas veces de la Sierra de Madrid. Algunos de mis compañeros la conocían, y la gente con dinero presumía de tener una casa en Cercedilla. Yo guardaba frente a estos comentarios la perplejidad muda de los niños cuando no entienden una cosa. Una sierra era una herramienta de trabajo. En casa había dos, una para la madera y otra para el hierro. Aprendí a serrar pronto, pues en aquella época hacíamos mucho bricolaje, aunque entonces no se llamaba así. No se llamaba de ningún modo. Si había que arreglar una puerta, cogías la sierra, cortabas por lo sano y punto. Un día mi padre se compró una Vespa. Yo no tardé en descubrirle el tapón del depósito de la gasolina, que se encontraba debajo del asiento. Se parecía a los tapones de las botellas de gaseosa, sólo que al abrirlo salía un olor que a mí me volvía loco. Entonces no sabía que tenía propiedades estupefacientes. Todavía no estoy seguro. En cualquier caso, conmigo operaba de ese modo.
En el verano, después de comer, cuando mis padres se echaban la siesta, yo iba al parking donde estaba aparcada la Vespa y asomaba las narices al depósito. Podía estar horas absorbiendo aquellos efluvios que ponían mi imaginación a cien. No era raro que bajo sus efectos imaginara que teníamos una casa en la Sierra en lugar de dos sierras en casa.
Por alguna razón que ahora no recuerdo, un día nos quedamos solos mi padre y yo. Debía de ser julio o agosto. Yo acababa de darme una dosis de gasolina y estaba en el sofá, con los ojos cerrados, presa de una ensoñación. Entonces vino mi padre y dijo:
-Nos vamos a la Sierra.
-¿Qué?
-Que nos vamos a la sierra tú y yo ahora mismo, a pasar la tarde.
Dicho y hecho. Nos montamos en la moto y después de una hora o así el paisaje dio un brusco cambio y se convirtió en un decorado. Mi padre me paseó por aquel escenario gigantesco, donde había una roca terrible y lejana, llamada La mujer muerta, y me invitó a una Coca-Cola, que en España acababa de ser comercializada. Luego, cuando empezó a atardecer, iniciamos el regreso. En esto, mi padre detuvo la moto en la cuneta y me pidió que me fijara en la luz.
-Fíjate en esta luz. Ahora mismo no es de día ni de noche. Éste es el momento de mayor incertidumbre del día. Puede pasar cualquier cosa.
Nos quedamos quietos, en silencio, conteniendo la respiración, pero no ocurrió nada. El sol cayó unos metros más y el atardecer se convirtió en noche pura y dura.
-Ya ha pasado el peligro -dijo mi padre-. Vamos.
Dio una patada al pedal de arranque, rugió el motor de la Vespa y cuando ya estábamos a punto de montarnos añadió:
-Dentro de muchos años, cuando tú seas una persona mayor y yo ya no esté entre vosotros, tendrás tu propio coche y pasarás por este paisaje más de una vez. Es posible que en alguna ocasión pases a esta misma hora y recuerdes este día en el que tú y yo vinimos juntos a la Sierra. Si es así, detén el automóvil un instante y permanece atento a lo que sucede en el aire: si ves pasar un pájaro negro, ese pájaro negro seré yo.
Me quedé impresionado con el suceso, que en mi memoria quedó asociado a las fantasías provocadas por el olor de la gasolina. Mi padre había dicho: 'Este es el momento de mayor incertidumbre del día'. No sé si fue la primera vez que oí esta palabra, incertidumbre, pero fue la primera vez que me estremeció. Su sabor es idéntico al de esa hora en la que la tarde no es carne ni pescado y puede sucederte cualquier cosa. Su compañera, certidumbre, no es mucho más tranquilizadora.
Olvidé la historia. Pero hace poco regresaba del norte de España en coche y pasé por la Sierra justo en el momento en el que la tarde parecía dudar entre resistir o entregarse a las fuerzas de la noche. Podía, en efecto, suceder cualquier cosa. Detuve el automóvil en el arcén y salí a la carretera con los pelos de punta. Había un silencio que debía de ser el silencio que precedió a los segundos anteriores a la Creación. Entonces, algo se movió a mi izquierda y de repente un pájaro negro atravesó la carretera y se perdió en la oscuridad, que parecía avanzar desde el horizonte. Entré en el coche y lloré como no había llorado cuando murió mi padre. Esta historia es falsa del principio al fin, pero habría sido hermoso que sucediera.

LA BELLEZA

 


¡Joder y joder!
como echo de menos miña terra galega,
teño morriña
teño saudade
teño mis santos cojones encogidos como higos secos,
o vamos a ver...
o yo paso de todo
o me moriré de ésta pena inmensa que me acongoja.

Veo mi tierra gallega
con la morriña del que la añora,
veo a mi otra tierra gaditana
con el otro ojo todo cariñoso,
y a mi isla de Menorca
sólo necesito palparla y tocarla
para sentir su pálpito danzar como una bestia enfurecida.
Mis viejos huesos están sobre ella
y mis carnes se desgarran con sus venas agrietadas
al ver tanta belleza comprimida
en ésta pequeña y diminuta isla.

En realidad casi todo es bello
si lo ves con el filtro de la belleza
y eso no quiere decir
que no pueda haber
días pintados de negro y desde los pies hasta la nuca,
que en el fondo...también me encantan...
la belleza no siempre son arco iris de colores
y lunas llenas y atardeceres que te cagas,
la belleza a veces es...
vestirte de negro y gris
y tal cual,
salir a la lucha del día a día.


TIEMPOS DE SUBVERSIÓN


Sí,
Sí,
nos comíamos la carne
y escupíamos los huesos.

Lo nuestro era comer al día
y mañana
¡dios diría!
y sino no lo decía,
(que no lo iba a decir)
a pasar hambre y sed de justicia,
en peores guerras habíamos estado,
nos decíamos mentalmente
y para mantener nuestra moral en pie.

El hambre física era una quimera,
nunca habíamos pasado hambre
ni nos había faltado casi de nada que fuera material,
con las espaldas bien cubiertas se luchaba mejor
y aquella emoción del vivir a escondidas
y de deslizarte entre las sombras de la noche,
era una emoción indescriptible:
acudir a citas clandestinas camuflado de miedo y sudor frío,
hacer pintadas con el rocío de las 4 de la madrugada,
preparar cócteles molotov a las 10 de la noche,
observar como todo ardía bajo su impacto,
correr sin pensar que tenías pies
pies para que os quiero, te decías,
sino es para correr más que el viento.

Así día a día,
con la misma constancia de un martillo pilón
y con el entusiasmo que se tiene cuando te arde la sangre,
era la vida vista desde otro prisma,
era un mundo paralelo que intentaba subvertir el orden
establecido.

Hasta que un día
me acabaron rompiendo el alma y el cuerpo,
del cuerpo, me recuperé rápidamente
y del alma durante años estuve buscando sus trozos,
había pequeñas esquirlas por todas las esquinas y rincones.

Pero con el paso de la vida y de los años
fui construyendo mi nueva alma
y tiene muchas cosas de antes
y tiene algunas que poco a poco han sido añadidas,
en fin...
¡que soy un hombre nuevo pero no tanto!.

Para la Libertad (Miguel Hernández)

 


Para la Libertad

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad, siento más corazones
que arenas en mi pecho dan espuma a mis venas;
y entro en los hospitales, y entro en los algodones,
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñaran aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida;
porque soy como el árbol talado que retoño:
aún tengo la vida.

Miguel Hernández.


Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...