El olor de la gasolina (Juan José Millás)

 

De pequeño había oído hablar muchas veces de la Sierra de Madrid. Algunos de mis compañeros la conocían, y la gente con dinero presumía de tener una casa en Cercedilla. Yo guardaba frente a estos comentarios la perplejidad muda de los niños cuando no entienden una cosa. Una sierra era una herramienta de trabajo. En casa había dos, una para la madera y otra para el hierro. Aprendí a serrar pronto, pues en aquella época hacíamos mucho bricolaje, aunque entonces no se llamaba así. No se llamaba de ningún modo. Si había que arreglar una puerta, cogías la sierra, cortabas por lo sano y punto. Un día mi padre se compró una Vespa. Yo no tardé en descubrirle el tapón del depósito de la gasolina, que se encontraba debajo del asiento. Se parecía a los tapones de las botellas de gaseosa, sólo que al abrirlo salía un olor que a mí me volvía loco. Entonces no sabía que tenía propiedades estupefacientes. Todavía no estoy seguro. En cualquier caso, conmigo operaba de ese modo.
En el verano, después de comer, cuando mis padres se echaban la siesta, yo iba al parking donde estaba aparcada la Vespa y asomaba las narices al depósito. Podía estar horas absorbiendo aquellos efluvios que ponían mi imaginación a cien. No era raro que bajo sus efectos imaginara que teníamos una casa en la Sierra en lugar de dos sierras en casa.
Por alguna razón que ahora no recuerdo, un día nos quedamos solos mi padre y yo. Debía de ser julio o agosto. Yo acababa de darme una dosis de gasolina y estaba en el sofá, con los ojos cerrados, presa de una ensoñación. Entonces vino mi padre y dijo:
-Nos vamos a la Sierra.
-¿Qué?
-Que nos vamos a la sierra tú y yo ahora mismo, a pasar la tarde.
Dicho y hecho. Nos montamos en la moto y después de una hora o así el paisaje dio un brusco cambio y se convirtió en un decorado. Mi padre me paseó por aquel escenario gigantesco, donde había una roca terrible y lejana, llamada La mujer muerta, y me invitó a una Coca-Cola, que en España acababa de ser comercializada. Luego, cuando empezó a atardecer, iniciamos el regreso. En esto, mi padre detuvo la moto en la cuneta y me pidió que me fijara en la luz.
-Fíjate en esta luz. Ahora mismo no es de día ni de noche. Éste es el momento de mayor incertidumbre del día. Puede pasar cualquier cosa.
Nos quedamos quietos, en silencio, conteniendo la respiración, pero no ocurrió nada. El sol cayó unos metros más y el atardecer se convirtió en noche pura y dura.
-Ya ha pasado el peligro -dijo mi padre-. Vamos.
Dio una patada al pedal de arranque, rugió el motor de la Vespa y cuando ya estábamos a punto de montarnos añadió:
-Dentro de muchos años, cuando tú seas una persona mayor y yo ya no esté entre vosotros, tendrás tu propio coche y pasarás por este paisaje más de una vez. Es posible que en alguna ocasión pases a esta misma hora y recuerdes este día en el que tú y yo vinimos juntos a la Sierra. Si es así, detén el automóvil un instante y permanece atento a lo que sucede en el aire: si ves pasar un pájaro negro, ese pájaro negro seré yo.
Me quedé impresionado con el suceso, que en mi memoria quedó asociado a las fantasías provocadas por el olor de la gasolina. Mi padre había dicho: 'Este es el momento de mayor incertidumbre del día'. No sé si fue la primera vez que oí esta palabra, incertidumbre, pero fue la primera vez que me estremeció. Su sabor es idéntico al de esa hora en la que la tarde no es carne ni pescado y puede sucederte cualquier cosa. Su compañera, certidumbre, no es mucho más tranquilizadora.
Olvidé la historia. Pero hace poco regresaba del norte de España en coche y pasé por la Sierra justo en el momento en el que la tarde parecía dudar entre resistir o entregarse a las fuerzas de la noche. Podía, en efecto, suceder cualquier cosa. Detuve el automóvil en el arcén y salí a la carretera con los pelos de punta. Había un silencio que debía de ser el silencio que precedió a los segundos anteriores a la Creación. Entonces, algo se movió a mi izquierda y de repente un pájaro negro atravesó la carretera y se perdió en la oscuridad, que parecía avanzar desde el horizonte. Entré en el coche y lloré como no había llorado cuando murió mi padre. Esta historia es falsa del principio al fin, pero habría sido hermoso que sucediera.
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"Cartas 1937-1954", Julio Cortázar


 "Pero existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz".


UN PENSAMIENTO PERDIDO



¿Es memoria lo que me falta?.
Porque de algunas cosas sí que me acuerdo y de otras, pues no. Le llaman memoria selectiva, ¿pero como funciona?, porque hay cosas de las que quiero acordarme y sólo me llegan pequeños detalles o mínimos destellos y en cambio, a veces me inundo de aquel marrón o de aquella inmensa desilusión o de aquella mala o peor historia, que por cierto, hasta pagaría por borrarla y para siempre, de mi puto disco duro. Y por eso concluyo, que la memoria va a su propio aire y que por tanto, es incontrolable. No existe "el me olvidé que te había olvidado", como no existe "el porqué no me he olvidado". Uno se olvida de lo que puede y de lo que le dejan y es verdad, que no existe el olvido definitivo y el "aquí no ha pasado nada". Los marrones siempre vuelven y porque además, tienen alas.
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LA PEQUEÑA HISTORIA DE MI VIDA


La pequeña historia de mi vida, es que en realidad ha sido muy corta. Demasiado corta pero también ha sido demasiado intensa. Y que me quiten lo bailado, pero eso sí, que no me quiten todo lo vivido de la memoria. Sin memoria sería una zanahoria pero sin pelo 8pues, carezco de él o casi). Digamos que ahora y más que nunca necesito tener la memoria fresca y porque cuando más te vas haciendo mayor y los años te empiezan a doblegar el esqueleto, tienes que tirar mucho de la memoria y así vas uniendo historias de antes con las de ahora y porque siempre hay un hilo invisible que lo conecta todo. O eso dicen algunos. Yo de momento no he encontrado ese hilo invisible. Pero ahí sigo insistiendo y pesistiendo.
Uno aprende y aprende mucho y aunque muchas veces se dice lo contrario, al final se aprende a desprender. Con el paso del tiempo se aprende y se quiere mejor. Y sobre todo, uno aprende a quererse a él mismo. Esa es mi experiencia. Me castigo menos que antes, no vivo tan dentro de la penumbra de la depresión y si no fuera porque al cuerpo lo noto más viejo y más desgastado, creo que ahora no sería el tío más feliz de la tierra, pero le andaría cerca. Ahora me quiero como soy, me gusto y me perdono y si tropiezo dos veces en la misma piedra, quitaré esa piedra de mi camino y sino la quito, la salto y ya está. Y lo haré con calma y con la tranquilidad y paciencia que ahora me invade. Mi única prisa, es que no se acabe el día.

LAS DOS CARAS DE LA LUNA


Supongo que la vida es así,
así de impredecible,
así de dura y así de caótica.

Hoy te regalo un beso
y mañana te señalo la puerta de salida.

Un minuto puede ser intenso
y serlo más intenso que un año.
Un segundo puede ser inverso,
piensas que ya ha pasado
y resulta que no ha comenzado.

Y yo supongo que sí,
supongo que la vida es un regalo,
o ¿es un regalo envenenado?.
A veces pienso que si estoy aquí,
que será por algo,
busco ese algo en mi propia historia,
araño con fuerza en mi frágil memoria,
y esos recuerdos no me dicen nada,
ni mi historia más reciente me aporta nuevos datos,
y al final...
me quedo en blanco y negro,
y no sé que es peor,
si el blanco inmaculado y sin pecado,
o el negro sucio de mi a veces, alma inmunda.

En fin
que yo me quedo con las dos caras de la luna,
la clara que irradia,
y la oculta y oscura
porque yo soy como la luna,
tengo cara de buena persona,
y en el mismo reverso,
guardo mi cara más malvada.
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NO SÉ COMO EXPLICARME


No sé como explicarme,
no sé si quiero explicarme
o simplemente, si debo explicarme...
No sé que hago aquí..., aquí escribiendo,
hoy debía estar bailando bajo la lluvia
o cobijarme bajo el paraguas de la luna,
debía estar...debía estar...debía estar.
Hoy debía estar contigo
y sin miedos, sin dudas
y libre de temores,
limpio de miedo, limpio de penas,
y con el corazón palpitando en mi mano...
y en silencio y con paso firme y sigiloso,
dar un paso y después, dar otro más,
y hasta tropezar con tu cuerpo,
y en un hermoso abrazo tierno y sincero,
desaparecer los dos de la faz de la tierra.

PARA RECITAR VERSOS... ANDO YO...


Para dar besos... ando yo,
ni para recibir abrazos,
ni para que me den suaves caricias en la espalda,
ni para en fin,
ni para recitar versos... ando yo.

Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...