
Bastón de padre furibundo,
que al final, no lo era tanto,
palos imaginados en tu espalda diminuta y quebradiza
y como poder contaros y de la forma más simple
que durante un tiempo
ese fue el guión de mis películas de terror y miedo.
Dolor de tierra recién parida y alucinada,
arado que araña piedras de las mismas entrañas,
tierna cintura, la tuya (a veces, podía pensar en ella)
amable olor de centeno y vino,
mariposas que revoloteaban junto a la luna que estaba en plan aceituna.
Noches de tierno verano,
verano al fresco,
moscas dormidas,
cigarras disparatadas,
grillos que alarmaban de la que se nos vendrá encima.
Pero daba igual, eso siempre lo hacían,
eran locos grillos sin camisa de fuerza y sin pastillas para tomar.
Yo en mi ventana,
yo,
que me hacían sentir un don nadie de poca monta,
un mal nacido con rabo y cuernos y siempre sobrante,
y todo esto...
en una puta noche de cualquier verano.
Mis padres dormían o hacían que dormían.
Mis hermanos hacía tiempo que habían volado o volatizado.
Ahora mismo, están aquí,
están su cuerpo y sus huesos,
pero su alma y su mente están en otro lado muy lejano,
dicen que algún día vendrán a buscarme,
que me salvarán de la quema que aquí se vive,
que ellos son buenos
y mis padres, son muy malos,
pero a lo mejor no lo son tanto
y seguro, que ni ellos son tan buenos
ni mis padres, son tan malos.
Seguro que me digo eso
y porque no tengo otro remedio.
Pero llega diciembre y septiembre
y caen las hojas y crecen otras
y llega la primavera y no pasa nada
y de noviembre nos pasamos al marzo del año que viene
y del otro al otro y al siguiente
y me parece que tenía un hermano al que rescatar
se dice de vez en cuando
y hostia...se me había olvidado.
Todas las promesas de mis hermanos
se fueron por las alcantarillas de las cloacas.
Yo quise creer en ellos
y ellos me dijeron desde la distancia,
yo he pasado por lo mismo,
así que ahora
te toca joderte y joderte bien.
Y con ese mensaje me quedé
y que otro remedio me quedó.
Y gracias, hermanos
y porque habéis iluminado mi vida con mucha mierda torticera.
Mi primera lección en la vida:
sois unos impresentables que no tienen nombre,
ni adjetivos, ni adverbios
ni versos en la media noche
y como decía otro impresentable que alguna vez tuve como amigo,
¡que os folle un pez espada!