Tarde de domingo,
tarde que incluso en tiempos de cuarentena
yo la veo venir desde lejos, la veo venir desde muy...muy lejos,
quizá desde el mismo lunes
sabía que el próximo domingo me visitaría con su tarde,
algunos le llaman tarde melancólica,
otros la denominan tarde lánguida y decadente
y algunos otros, como yo,
no le ponemos nombre ni apellidos
es tarde de domingo y nada más,
no hay epítetos, no hay adverbios,
no hay admiraciones,
estamos ante una tarde de domingo, sin más,
además,
es exactamente igual que cualquier tarde de domingo,
no importa el mes,
no importa la estación,
no importa el año,
ni importa si llovió o si salió el sol,
porque en una tarde de domingo,
todos los recuerdos se hacen otoñales,
la luz se difumina tras un cristal de una ventana,
y al final del día
siempre me inunda la necesidad de pensar que nos queda la
esperanza,
(por supervivencia, supongo)
que tal vez la semana que viene....
que tal vez el próximo mes...
que tal vez el año que viene...
que quizá próximamente...
que siempre quedará un poco de aire
después de respirar por un tubo de escape...
y lo siento por la negrura de mis pensamientos,
pero es que la tarde de domingo
destroza mis paupérrimos ánimos
y me deja como una colilla que no sirve nada más
que para ser pisoteada,
hoy me siento más caracol que otra cosa,
hoy me siento cornudo (no tengo motivos), baboso y arrastrado,
pero ese pensamiento en una tarde de domingo,
es algo tan de tarde de domingo...
que no altera ni la raíz de mi escaso pelo,
no me pone ni triste ni contento,
me pone en estado neutro en mi mar de dentro,
hoy siento el corcho en la yema de mis dedos,
además de náuseas por tanto ozono ingerido.