Yo, para ser poeta

 

Yo, para ser poeta,

necesito tener una casa como en la que habito,

ancestral de muros anchos como antiguas murallas medievales

de techos altos e inmensos donde se cuelguen las arañas

y los recuerdos,

con mínimo ruido de coches y motos,

alegre hasta la médula, 

bien aireada y como si fuera un molino de viento,

llena de plantas y flores,

de cocina amplia, grande y cálida,

bien orientada al sol que más calienta,

que muestre con orgullo

sus viejas arterias de vigas de madera

y que cuando yo quiera

me pueda perder dentro de sus habitaciones.


Después, 

te sientas sin más

y tus dedos empezarán a escribir el poema

que por cierto

no siempre será bueno

y porque la bondad

nunca estará asegurada.

Entiendo que la vida funciona al revés

 


Entiendo que la vida funciona al revés,

que lo que es eso...es aquello

que el sí es no y viceversa,

que el pero no es para tanto pero,

que la duda en fin, es positiva

pero también hay que entender

que a veces la duda

es carcoma que come tu cerebro.


Entiendo la duda

tanto como entiendo la muerte

pero mi problema no es ese

mi problema a veces se llama, vida

y porque lo que falla

es el intérprete de la película.


A veces

nado en mares de dudas

y no me ahogo y aunque quisiera

y en otras

me baño en la puta orilla de cualquier playa

y me siento un submarino

tocado, hundido y a punto de ser desguazado.


LUIS EDUARDO AUTE

 "La necesidad de ver el horizonte, de ver un poco más allá, es lo que nos salva. Y creo que está en todos nosotros".


Puestos a adorar

 


 No hace falta que me digas nada,

adoro el silencio 

y me atrae su espesura de zorro gris plateado,

y en las noches de verano

disfruto de la quietud morbosa y sinuosa

que nos regala el silencio de la noche más iluminada.


No soy de una secta

que adore el silencio

pero a veces pienso

que estoy muy cerca.


Puestos a adorar

me quedaría:

 con la luna y sus posturas

 con la lluvia del húmedo y frío otoño

 con el mar y el cielo de mis interminables septiembres

y hasta me atrevería a decir,

que me quedaría

con la frondosidad de los bosques 

y con la dulzura sinuosa de los campos de amapolas

y al ser acariciados por los dedos del viento.


Somos olvidos

 


Somos olvidos

con cara de que aquí no ha pasado nada.

Pero por dentro de nuestras entrañas

son olvidos que están repletos de fuego y rabia.

CUIDAREMOS

 


Cuidaremos con sumo esmero, de lo entrañable.

Y lo cotidiano y repetitivo será pasto de las llamas.

Cuidaremos de nosotros mismos

con mimo y siendo delicados en exceso.

Seremos vástagos e irreverentes

y nos rebelaremos contra el hambre y la injusticia de lo inhumano.

Pediremos pan para llevarnos a la boca

pero también

pediremos amor para saciar el hambre del alma.

VIDA...

 


La vida es aquí y ahora.

Mientras respiras exhalas vida.

Mientras duermes te crecen los sueños.

Mientras te escucho oigo el latido de tus pulsaciones

y el ronco crujir de tus vísceras huecas.


El presente,

lo que tocas,

lo que sientes,

lo que dices y lo que quieres,

todo forma parte de ese gran circo llamado, vida.


VELETA

 

Unos nacen sabidos,

otros nacen tristes y compungidos

o alegres de risa floja

y hasta los hay

tocapelotas...

Pero a mi me ha tocado

ser un espíritu contradictorio

y un  tío un poco veleta

porque en definitiva

todo lo que hay en mi

depende de donde sople el viento.

En defensa de la vida


En defensa de la vida

hago éste humilde alegato:

Vivir son dos días

y al tercero,

estás bajo toneladas de húmeda tierra.


Vivir es el recorrido

o el trayecto o el viaje

y hay vuelta atrás... pero no del todo

los recuerdos son agua que movieron molinos

pero que si los quieres tocar...no podrás,

los recuerdos son pasado 

y son hilos deshilachados de aquella historia.


Yo hice viajes en el tiempo

y puse la marcha atrás

y nunca y nunca pude aterrizar

pues la realidad no es la que hasta ese momento quise recordar,

ni los viejos fantasmas hablaban igual

ni aquella fresca risa de antaño

enseñaba los mismos dientes.


Vivir son dos días

y más vale estar atento y despierto

a todo lo que nos acontece.


En fin...

hay que vivir 

y dejar vivir.

ALMUDENA GRANDES

 


María Calcaño | "Grito indomable"

 

«Cómo van a verme buena
si me truena
la vida en las venas.
¡Si toda canción
se me enreda como una llamarada!
y vengo sin Dios
y sin miedo…
¡Si tengo sangre insubordinada!
Y no puedo mostrarme
dócil como una criada,
mientras tenga
un recuerdo de horizonte,
un retazo de cielo
y una cresta de monte!
Ni tú, ni el cielo
ni nada
podrán con mi grito indomable».

A VECES ES FINLANDIA (Hernán Casciari)

 

**Un relato escalofriante, que nos habla de la fugacidad de todo aquello que damos por sentado.**


«El 14 de noviembre de 1995 maté sin querer a la hija mayor de mi hermana,
haciendo marchatrás con el auto.
Entre el impacto seco, los gritos de pánico de mi familia y el descubrimiento de que en realidad había chocado contra un tronco, ocurrieron los diez segundos más intensos de mi vida. Diez segundos durante los que me aferré al tiempo y supe que todo futuro posible sería un infierno interminable.
Yo vivía en Buenos Aires y había viajado a Mercedes para festejar el cumpleaños número ochenta de mi abuela paterna
(por eso recuerdo la fecha exacta: porque en unos días mi abuela cumplirá noventa,
porque en unos días se cumplirán diez años de esto que ahora narro y que me marcó como ninguna otra cosa, ni buena ni mala, en la vida).
Festejábamos el aniversario de mi abuela con un asado en la quinta; ya estábamos en la sobremesa familiar. A las tres de la tarde le pido prestado el auto a Roberto para ir hasta el diario a entregar un reportaje. Me subo al coche, vigilo por el espejo retrovisor que no haya chicos rondando y hago marchatrás para encarar la tranquera y salir a la calle.
Entonces siento el golpe, seco contra la parte de atrás del auto, y se detiene el mundo para siempre.
A cuarenta metros, en la mesa donde todos conversan, mi hermana se levanta aterrada y grita el nombre de su hija. Mi madre,
o mi abuela, alguien, también grita:
—¡La agarró!
Entonces me doy cuenta de que mi vida, tal y como estaba transcurriendo, había llegado al final. Mi vida ya no era.
Lo supe inmediatamente. Supe que mi sobrina, de tres años, estaba detrás del auto; supe que, a causa de su altura, yo no habría podido verla por el espejo antes de hacer marchatrás; supe, por fin, que efectivamente acababa de matarla.
Diez segundos es lo que tardan todos en correr desde la mesa hasta el auto.
Los veo levantarse, con el gesto desencajado, veo un vaso de vino interminable cayendo al suelo. Los veo a ellos, de frente, venir hasta mí.
Yo no hago nada; ni me bajo del coche,
ni miro a nadie: no tengo ojos que dedicarle al mundo real, porque ya ha empezado mi viaje fatal en el tiempo, mi larguísimo viaje que en la superficie duraría diez segundos pero que, dentro mío, se convertirá en una eternidad pegajosa.
En ese momento (no sé por qué es tan grande la certeza) no tengo dudas sobre lo que acabo de hacer. No pienso en la posibilidad de que sea un tronco lo que he embestido, ni pienso que mi sobrina está durmiendo la siesta dentro de la casa. Lo veo todo tan claro, tan real,
que solamente me queda pensar por última vez en mí antes de dejarme matar.
“Ojalá el Negro me mate” —pienso—, “ojalá sea tan grande su enajenación de padre salvaje, tan grande su rabia, que me pegue hasta matarme y no me dé la opción de tener que suicidarme yo mismo, esta noche, con mis propias manos, porque soy cobarde y no podría hacerlo, porque cometería la peor de todas las bajezas: me iría a Finlandia”.
Utilizo esos diez segundos, los últimos de calma que tendré en toda mi vida, para pensar en quien ya no seré nunca más.
Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela larguísima y placentera,
vivía en una casa preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de pinpón en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni cuerpo con el que temblar.
En esos diez segundos, en donde el tiempo real se ha roto literalmente, en donde el cerebro trabaja durante horas para instalarse en un recipiente de diez segundos,
descubro con nitidez que mis únicas opciones —si mi cuñado no me hace el favor de matarme allí mismo— son las de huir
(huir de inmediato, sobornar a alguien y escapar del país) o suicidarme. Lo que más me duele, tal como están las cosas, es que no podré volver a escribir literatura, ni a reír.
Durante mucho tiempo, durante años enteros, me siguió sorprendiendo la frialdad con que asumí la catástrofe en esos diez segundos en que había matado a mi sobrina.
No fue exactamente frialdad, sino algo peor: fue un desdoblamiento del alma,
una objetividad inhumana. Me dolía saber que ya no podría escribir, que en el suicidio o en la huida —aún no había optado con qué quedarme— no existiría esa opción: la de los placeres.
Podía irme a Finlandia, sí, a cualquier país lejano y frío, podía no llamar nunca más a mi familia ni a los amigos, podía convertirme en fiambrero en un supermercado de Hämeenlinna, pero ya no podría volver a escribir, ni amar a una mujer, ni pescar.
Me daría vergüenza la felicidad, me daría vergüenza el olvido y la distracción.
La culpa estaría allí involuntariamente,
pero cuando comenzara la falsa calma o el olvido momentáneo, yo mismo regresaría a la culpa para seguir sufriendo. La vida había terminado. Yo debía desaparecer.
Pero si desaparecía, qué. Qué importancia podía tener darles a ellos la serenidad de no ver nunca más al asesino. Ellos, mi familia, los que ahora corrían lentamente desde la mesa al coche para matarme o para ver el cadáver de un niño, podrían creerme exiliado, lleno de dolor y de miedo, temeroso y ruin,
o agorafóbico; o podrían sospecharme loco, como esas personas que pierden el rumbo y la memoria después de los terremotos; alucinado, mendigo, enfermo; podrían hasta perdonarme pues me creerían fuera de toda felicidad, fuera de todo placer. Matarían a quien blasfemara mi memoria diciendo que se me ha visto reír en una ciudad finlandesa, a quien dijera que se me ha visto beber en un bar de putas, o escribir un cuento, ganar dinero, seducir a una mujer, acariciar un gato,
pescar bogas o dar limosna a un marroquí en el metro. No creerían que alguien (ya no yo en particular, sino que nadie) fuese capaz de semejante flaqueza, de tan penoso olvido,
de matar y no llorar, de escapar y no seguir pensando en la tarde de verano en que una niña de tu sangre ha muerto bajo las ruedas del coche.
Diez segundos eternos hasta que alguien ve el tronco y todos olvidan la situación.
Nadie, ninguna de todas las personas que almorzaban aquella tarde de hace diez años en Mercedes, recuerda ahora esta anécdota. Nadie ha tenido pesadillas con estas imágenes: sólo yo me he despertado transpirado durante años enteros, cuando esos diez segundos regresan por la noche sin el final feliz del tronco; para ellos no ocurrió más que la abolladura de un guardabarros al final de la primavera.
Nada malo pasó aquella tarde, ni nada malo ocurrió, antes o después, en mi vida.
Han pasado diez años desde entonces y todo ha sido un remanso en el que nunca lo irreversible se ha metido conmigo.
¿Por qué entonces, en estos días, siento que he cumplido sólo diez, y no treinta y cinco años? ¿Por qué le doy más importancia a esta fecha en que no maté a nadie, que a aquella otra fecha anterior en que salí de mi madre dando un grito eufórico de vida?
¿Por qué algunas noches me despierto y descubro que me falta el aire, y recuerdo como real el frío de una cabaña en Finlandia,
y me encuentro con las hilachas de la angustia y el exilio, y me ahoga la cobardía de no haber tenido la voluntad de suicidarme?
Es la fragilidad de la paz la que nos devuelve al escalofrío y a la incertidumbre. Es la velocidad infernal de la desgracia, que acecha como un águila en la noche, la que sigue allí escondida para quitarnos todo y dejarnos aferrados a un volante y pensando que la única opción es morir solos en Finlandia, con los ojos secos de no llorar.
Por suerte, casi siempre es un tronco y vivimos en paz. Pero todos sabemos, por debajo de la risa y del amor y del sexo y de las noches con amigos y de los libros y los discos, que no siempre es un tronco.

"A veces es Finlandia".
Hernán Casciari -

DESOLACIÓN DE UNA QUIMERA (Antonio Muñoz Molina)

 


"Alguien ha escrito que no se puede amar impunemente la belleza. Los perros de Acteón persiguieron y desgarraron a su dueño, que había cometido la audacia de contemplar a Diana mientras se bañaba desnuda. En una de sus narraciones en prosa, Luis Cernuda, que amaba Grecia porque también en ella está el imposible Sur, cuenta la fábula de Apolo y Marsias, secreta metáfora de sí mismo, y de su propio destino: Marsias, con exaltada inocencia, reta a Apolo y le disputa la primacía en el ejercicio de la música, y el dios, vengativo y celoso, lo condena a un suplicio atroz, porque la poesía y la música son dones que sólo a los dioses pertenecen, y el hombre que los arrebate para sí merecerá el mismo castigo que Prometeo.
La soledad es Luis Cernuda, y también el destierro, y la huida, y el oficio inútil de escribir y no resignarse a la muerte en vida de quien ha sido abandonado por una pasión y un cuerpo: No es el amor quien muere, escribió, somos nosotros mismos. Pero el suyo fue un destierro íntimo y definitivo, una señal de ceniza que iba siempre con él como el color de sus ojos o los gestos de sus manos y que lo separaba de los otros hombres mucho antes de que la guerra y la distancia lo alejaran de España".
A. Muñoz Molina, "Desolación de una quimera"

MARWAN


 

NORMALES (Irene Vallejo)


 

MIS LAPSUS


Llueve sobre mi propio tejado.

Algo de agua de lluvia se cuela

y hace goteras que a su vez,

 riegan mis ideas.

Y éstas crecen y se desarrollan

y hay veces, que hasta se enrollan

y se convierten en bolas

que pueden obstruir

mi cadena de productiva.

Y de ahí

vienen mis momentos en blanco

y de mis vivencias coloridas

paso al blanco más puro.

Menos mal que son lapsus momentáneos

duran lo que es un segundo

pero tienen la intensidad de un rayo.

ALMUDENA GRANDES


 

LA VIDA


 La vida es eso...

es lo que tienes delante y lo que vas dejando atrás.

¿futuro?...

futuro no hay, no existe

hay día siguiente y poco más.


La vida

es suma, es resta

y a veces se convierte y sin saber porqué

en la noche más siniestra.


La vida es madurar y desandar

es dar un paso hacia el no se sabe qué 

y es desandar dos y volver a ser el que eras ayer.


La vida en fin

no es poca cosa

parece poca

pero de ganas anda sobrada

(por lo menos para mí...así lo es)
.



LUIS EDUARDO AUTE


 

Seamos sinceros


Seamos sinceros:

somos un pedazo de mierda con pretensiones de ser lo que nunca seremos

somos trozos de metralla ideológica que se va quedando sin causas

ni ganas

somos seres que se pierden entre las difuminadas ramas del infinito

siempre concreto y a la vez, disperso.

En fin...

somos una cagada de mosca en el cristal de la ventana.

y eso demuestra, una vez más,

que nada es absoluto

y que todo es relativo.



Arcadia (Felicitas Casillo). Blog "Otra Iglesia es Imposible".

 

Arcadia


Sobre el escritorio, los apuntes de Arcadia.
La luz de septiembre contra la vitrina 
y un perfume de equinoccio. 

Volverse hacia Arcadia 
es una destreza que sugieren los salmos 
junto a los canales Babilonia. 
Al comienzo del exilio en general 
se conversa demasiado. 
Después la palabra vacila 
y la referencia se aleja. 
Uno dice que eran sauces los de la orilla. 
Otro recuerda un roble, 
y algunos sostienen una campiña. 

Pero con el tiempo, Arcadia 
es una inteligencia repentina 
que identifica un acento en la otra voz
y entonces se reconocen los de Arcadia 
por una especie de ternura. 

Los papeles de Arcadia describen celebraciones 
cuya melodía trae el viento 
durante algunas tardes de otro mundo.

Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...