Forug Forrojzad nació en Teherán en 1934 y murió en un accidente de tráfico en 1967. Estudió arte y publicó cinco libros en su corta vida: La retenida, El muro, La rebelión, El renacimiento y Tengamos fe. Forug, la subersiva, como la llama su traductora al castellano Nazanín Amirian, «se convierte en la más atrevida de las portavoces de la lucha social que se desarrolló en Irán. Ella ya no teme a la muerte. Sabe que el pájaro va a morir, pero que el vuelo jamás desaparecerá. El universo poético de Forug posee la fuerza y el espíritu de la modernidad que vencen las viejas leyes sociales de un país. Habla con la lengua actual y de los problemas de hoy. Su visión, más allá de los límites geográficos, se adelanta a su tiempo». Estos poemas pertenecen a Noche en Teherán (El Bardo, 2000) y han sido traducidos por Nazanín Amirian.an sido traducidos por Nazanín Amirian.
TENGAMOS FE AL PRINCIPIO DE LA ESTACIÓN FRÍA
Y aquí estoy yo,
una mujer sola
ante una estación fría.
En el momento de empezar a comprender la
[contaminada existencia
de la tierra
y la sencilla y triste decepción del cielo
y la incapacidad de estas manos acementadas.
El tiempo pasa,
el tiempo pasa.
El reloj ya ha tocado cuatro veces.
Cuatro veces.
Hoy es el primer día del invierno.
Conozco el misterio de las estaciones
y descifro el lenguaje de cada instante.
El salvador está dormido en su tumba
y la tierra, la tierra acogedora,
es una invitación a la tranquilidad.
El tiempo pasa.
El reloj ya ha tocado cuatro veces.
En la calle sopla el viento.
En la calle sopla el viento
y yo pienso en la cópula de las flores,
en capullos con tallos delgados de escasa sangre.
Este tiempo cansado y apagado,
el hombre que pasa entre los árboles mojados,
el hombre cuyas azules venas
se alzan de su garganta como dos serpientes muertas
y en su alterada sien repiten una y otra vez
aquellas oraciones sangrientas.
-Hola.
-Hola.
Y yo pienso en la cópula de las flores.
En la víspera de la estación fría,
en el funeral de los espejos,
en la reunión enlutada de las experiencias pálidas,
en este crepúsculo fertilizado por el sabio silencio,
¿cómo se puede dar la orden de parar
a quien tan paciente, despacio y perdido va?,
¿cómo se puede decir al hombre
que él no vive, que nunca ha vivido?
En la calle sopla el viento,
en los viejos jardines del aburrimiento
revolotean los cuervos de la soledad
y la escalera ¡qué altura tan mezquina tiene!
(…)
Cadáveres felices,
cadáveres aburridos, silenciosos y pensativos,
cadáveres simpáticos, elegantes y de buen comer,
en las estaciones los tiempos concretos
y en el sospechoso fondo de las luces provisionales
y la pasión por comprar las marchitas frutas de la vanidad.
Al principio de la estación fría, tengamos fe
en las ruinas de los jardines de la imaginación,
en las hoces abandonadas,
en las semillas que duermen bajo la tierra.
Tal vez, lo real fueran aquellas dos manos jóvenes
enterradas bajo la incesante nevada,
y el año próximo, cuando la primavera
se acueste con el cielo que está detrás de la ventana
y en su cuerpo estallen
los verdes orígenes de sus leves tallos,
florecerán, compañero, mi único compañero.
Tengamos fe al principio de la estación fría.