Tom Waits & Crystal Gayle - Take Me Home (rare mix - duet - Outtake One ...

Foy Vance - Make it rain

Simply Falling - Iyeoka (Official Music Video)

Boogie Street - Leonard Cohen

TÚ SABES...



Si por mi incomodidad de algún momento
yo te hago sentir
que todo aflora y que todo duele,
pues perdona...
mi intención no era esa,
mi intención
era que te sintieras bien y cómoda
en donde coño estés...ahora...
por eso
te pondría dos cojines bajo la nuca
y un arco iris en el techo
y juntos
esperaríamos
a que el sol se escondiera bajo la luna
y a que una estrella fugaz por fin,
nos dibujara la estela de sus sueños.

A veces
uno se hace viejo de repente
y otras veces
uno corre con la lengua fuera
y esperando que mañana
sea la solución de todo.

Tú sabes que la luna
tiene dientes de leche
y alma de recién nacida
y que yo
tengo el alma negra
y el espíritu de un claro de bosque.
Amo lo prohibido
y lo que no tiene nombre
y sacudo las alfombras
cuando sopla viento del norte.

UN DÍA ESCRIBÍ AL AIRE

 

Un día escribí al aire

y me contestó una paloma

que tenía cara de buena persona.


Yo en principio

no me lo creí,

la vida me había enseñado a ser desconfiado

y por eso me armé como mejor pude

y estaba todo dispuesto a dar guerra

y si hacía falta

con otras palabras más nuevas.


Pero en éstas

me volvió a decir algo,

que nunca logré entender,

pero sólo viendo el movimiento de sus voluptuosos labios

me sentí como desnudo y desarmado.


Y entonces,

entré a trapo

y me hice topo y ciego

y me vino la fiebre del oro

y la locura del loco enamorado

y fuimos felices y comimos perdices...

hasta que un día

todo se derrumbó como un castillo de arena

y me volví loco de nuevo

pero ésta vez me volví loco de pena.

ES PENSAR EN LO QUE FUE

 


Es pensar en lo que fue

y enseguida me sale la parte que no fue.


Y al parecer 

una cosa lleva a la otra,

y estarán unidas por un hilo invisible

que nunca fui capaz de ver.


Y es que toda mi vida

pensé que hay un tiempo para una

y otro tiempo para la otra,

respetándose mutuamente

e incluso diciéndose educadamente:

"pase usted primero"

que a mi no me importa esperar,

tengo todo el día por delante

no tengo prisa

tiempo me sobra y más...


Pero no,

una asoma su cabeza

y sin más dilación aparece la otra

y al final,

las dos se borran y se anulan

y lo que era un bello recuerdo

se convierte en un momento de odio transitorio.


Y menos mal que es transitorio

y porque a la mañana siguiente

sale volando el odio por la ventana

y es cuando te dices,

tengo por delante un día más.



EL PODER DE LA COMA (Julio Cortázar)



“La coma, esa puerta giratoria del pensamiento” (Julio Cortázar)

Una coma puede ser una pausa. O no ...
No, espere.
No espere
Puede hacer desaparecer su dinero.
23,40
2,34
Puede crear héroes ...
Eso solo, él lo resuelve.
Eso, solo él lo resuelve.
Puede ser la solución.
Vamos a perder, poco se resolvió.
Vamos a perder poco, se resolvió.
Cambia una opinión.
No queremos saber.
No, queremos saber.
La coma puede condenar o salvar.
¡No tenga clemencia!
¡No, tenga clemencia!

ERIKA TOLIUSIS. "Mensaje del Mar". (Óleo)


 

MI EGO Y YO

 

Además, 

algo malo de mi tendría,

si todo esto no lo tuviera controlado.


Si ese gigante que a veces me acecha

de forma inhumana y descontrolada,

no fuera yo capaz de ponerlo a buen recaudo

y bajo unas inmensas rejas

y unos potentes candados.


Mi ego y yo,

yo y mi ego,

a veces,

los dos vamos de la mano

y otras veces en cambio,

estamos uno frente al otro

y en distintas trincheras

y a tumba abierta y a guerra a muerte

y nunca paramos

hasta que uno de los dos

arranque al otro, 

las entrañas y el corazón palpitante.


Y entonces es cuando pienso...

y así...me va.


UNO ROMPE LAS COSAS

 

Nada 

o casi nada se rompe porque sí.

Suele haber un como, un porqué y una causa 

que a veces, es una causa perdida,

pero ¡coño!

todos nacemos perdidos

y en cambio, 

¡aquí seguimos!.


Uno rompe las cosas

porque de alguna manera

se lo estaba buscando

y porque a veces 

nos gusta jugar bajo la señal de peligro

y por eso

se nos rompen las cosas,

las ideas y los amores

y hasta las ilusiones

se nos hacen cristal.


Pero como decía antes

¡aquí seguimos!,

nos hemos destruido un buen montón de veces,

nos hemos recompuesto

y reconstruido como buenamente pudimos,

y sí, nos faltan trozos de alma y cuerpo,

pero la estructura que nos mantiene en pie

sigue más o menos en primera línea

y junto a ese trozo de alma que menos mal

que se reproduce por esporas y ganas de querer.

ANDAR PARA ATRÁS



 Andar para atrás

tiene su aquél,

coges más y mejor perspectiva

te alejas un poco más de la patata caliente,

no te involucras de aquella manera tan bestial,

te despides educadamente

y por último

saludas al tendido.


Después

simplemente te retiras a tus aposentos

y allí indagas sobre tus hechos: 

debí hacerlo mejor,

debí escuchar más,

debí ser más empático y más original

y apuntas tareas y deberes:

tengo que trabajar más mi parte afectiva,

tengo que ser mejor persona

y hablar y escuchar más

y soñar con los dos ojos abiertos

mientras me marco un vals que me reconcilie conmigo mismo

y que me haga salir a la intemperie

y así después,

volver a empezar desde otro principio.

COMO ME VAS A VER A MÍ

 

Como me vas a ver a mí,

si soy traslúcido 

y algo amargo de sabor y de ideas.

Tengo 20 dedos y una sola quimera,

y no sé cuantos huesos

y algún tendoncillo suelto

que de vez en cuando se sale del sitio

y tengo que reinsertarlo y reprogramarlo.


En realidad

no soy tan auténtico como parece

o como me vendo,

soy...

en realidad, soy

pero no lo soy tanto,

o soy un poco menos de la que digo,

pero tampoco

penséis en la medianía

ni uno más de la masa recién salida del horno,

porque tengo mis ideas

y mis principios

y mis preocupaciones

y me considero más persona que perro

y más gato que caracol baboso y engreído.

HAY TARDES


 A veces,

disparo y no miro a quién

y tampoco me importa.


Otras veces me encojo tanto

que después y por mucho que busque 

no acabo por encontrarme.


Hay días

en que salgo nublado

y aturdido como una mañana de resaca.


Hay otros en que me siento antojo

y el ombligo me crece

y como si fuera el periscopio de un submarino.


Hay tardes, como la de hoy,

donde el sol es de caldera

y el sopor es un chute de opio.

MARWAN


 

UNOS Y OTROS

 

Unos tienen uñas

y otros

tienen pezuñas

y entre todos arañamos piel y corazones

y de vez en cuando,

encontramos un gato

que maúlla dentro de nuestras articulaciones.

DESOLACIÓN DE UNA QUIMERA (Antonio Muñoz Molina)

 


"Alguien ha escrito que no se puede amar impunemente la belleza. Los perros de Acteón persiguieron y desgarraron a su dueño, que había cometido la audacia de contemplar a Diana mientras se bañaba desnuda. En una de sus narraciones en prosa, Luis Cernuda, que amaba Grecia porque también en ella está el imposible Sur, cuenta la fábula de Apolo y Marsias, secreta metáfora de sí mismo, y de su propio destino: Marsias, con exaltada inocencia, reta a Apolo y le disputa la primacía en el ejercicio de la música, y el dios, vengativo y celoso, lo condena a un suplicio atroz, porque la poesía y la música son dones que sólo a los dioses pertenecen, y el hombre que los arrebate para sí merecerá el mismo castigo que Prometeo.
La soledad es Luis Cernuda, y también el destierro, y la huida, y el oficio inútil de escribir y no resignarse a la muerte en vida de quien ha sido abandonado por una pasión y un cuerpo: No es el amor quien muere, escribió, somos nosotros mismos. Pero el suyo fue un destierro íntimo y definitivo, una señal de ceniza que iba siempre con él como el color de sus ojos o los gestos de sus manos y que lo separaba de los otros hombres mucho antes de que la guerra y la distancia lo alejaran de España".
A. Muñoz Molina, "Desolación de una quimera"

HOJA


 

JULIO CORTÁZAR



Qué vanidad imaginar

que puedo darte todo, el amor y la dicha,

itinerarios, música, juguetes.

Es cierto que es así:

todo lo mío te lo doy, es cierto,

pero todo lo mío no te basta

como a mí no me basta que me des

todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca

la pareja perfecta, la tarjeta postal,

si no somos capaces de aceptar

que sólo en la aritmética

el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito

que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,

quiero decir que para verme tenía que mirarte.

ES TAN LÍCITA



Es tan nuestro deber

querer como desquerer

y ser como no ser

y tener y desprenderse de tu ser,

y cuidar y descuidar,

y navegar

y abandonarse en el mar.


Es tan lícita

la verdad como la mentira,

el juicio como la locura,

la ternura y la rabia de perderte,

el haberte querido

y el ahora

ser parte del olvido.

DEBÍ CALLARME...

 


Debí callarme cuando te miraba,

mirarte en la quietud del silencio

entenderte y comprenderte en silencio,

ser mudo e inexpresivo,

y ante tanta belleza

hacerme estatua de sal.

Y es que al final,

¿cuántas palabras y saliva

me hubiera ahorrado?

A VECES ES FINLANDIA (Hernán Casciari)

 


**Un relato escalofriante, que nos habla de la fugacidad de todo aquello que damos por sentado.**

«El 14 de noviembre de 1995 maté sin querer a la hija mayor de mi hermana,
haciendo marchatrás con el auto.
Entre el impacto seco, los gritos de pánico de mi familia y el descubrimiento de que en realidad había chocado contra un tronco, ocurrieron los diez segundos más intensos de mi vida. Diez segundos durante los que me aferré al tiempo y supe que todo futuro posible sería un infierno interminable.
Yo vivía en Buenos Aires y había viajado a Mercedes para festejar el cumpleaños número ochenta de mi abuela paterna
(por eso recuerdo la fecha exacta: porque en unos días mi abuela cumplirá noventa,
porque en unos días se cumplirán diez años de esto que ahora narro y que me marcó como ninguna otra cosa, ni buena ni mala, en la vida).
Festejábamos el aniversario de mi abuela con un asado en la quinta; ya estábamos en la sobremesa familiar. A las tres de la tarde le pido prestado el auto a Roberto para ir hasta el diario a entregar un reportaje. Me subo al coche, vigilo por el espejo retrovisor que no haya chicos rondando y hago marchatrás para encarar la tranquera y salir a la calle.
Entonces siento el golpe, seco contra la parte de atrás del auto, y se detiene el mundo para siempre.
A cuarenta metros, en la mesa donde todos conversan, mi hermana se levanta aterrada y grita el nombre de su hija. Mi madre,
o mi abuela, alguien, también grita:
—¡La agarró!
Entonces me doy cuenta de que mi vida, tal y como estaba transcurriendo, había llegado al final. Mi vida ya no era.
Lo supe inmediatamente. Supe que mi sobrina, de tres años, estaba detrás del auto; supe que, a causa de su altura, yo no habría podido verla por el espejo antes de hacer marchatrás; supe, por fin, que efectivamente acababa de matarla.
Diez segundos es lo que tardan todos en correr desde la mesa hasta el auto.
Los veo levantarse, con el gesto desencajado, veo un vaso de vino interminable cayendo al suelo. Los veo a ellos, de frente, venir hasta mí.
Yo no hago nada; ni me bajo del coche,
ni miro a nadie: no tengo ojos que dedicarle al mundo real, porque ya ha empezado mi viaje fatal en el tiempo, mi larguísimo viaje que en la superficie duraría diez segundos pero que, dentro mío, se convertirá en una eternidad pegajosa.
En ese momento (no sé por qué es tan grande la certeza) no tengo dudas sobre lo que acabo de hacer. No pienso en la posibilidad de que sea un tronco lo que he embestido, ni pienso que mi sobrina está durmiendo la siesta dentro de la casa. Lo veo todo tan claro, tan real,
que solamente me queda pensar por última vez en mí antes de dejarme matar.
“Ojalá el Negro me mate” —pienso—, “ojalá sea tan grande su enajenación de padre salvaje, tan grande su rabia, que me pegue hasta matarme y no me dé la opción de tener que suicidarme yo mismo, esta noche, con mis propias manos, porque soy cobarde y no podría hacerlo, porque cometería la peor de todas las bajezas: me iría a Finlandia”.
Utilizo esos diez segundos, los últimos de calma que tendré en toda mi vida, para pensar en quien ya no seré nunca más.
Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela larguísima y placentera,
vivía en una casa preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de pinpón en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni cuerpo con el que temblar.
En esos diez segundos, en donde el tiempo real se ha roto literalmente, en donde el cerebro trabaja durante horas para instalarse en un recipiente de diez segundos,
descubro con nitidez que mis únicas opciones —si mi cuñado no me hace el favor de matarme allí mismo— son las de huir
(huir de inmediato, sobornar a alguien y escapar del país) o suicidarme. Lo que más me duele, tal como están las cosas, es que no podré volver a escribir literatura, ni a reír.
Durante mucho tiempo, durante años enteros, me siguió sorprendiendo la frialdad con que asumí la catástrofe en esos diez segundos en que había matado a mi sobrina.
No fue exactamente frialdad, sino algo peor: fue un desdoblamiento del alma,
una objetividad inhumana. Me dolía saber que ya no podría escribir, que en el suicidio o en la huida —aún no había optado con qué quedarme— no existiría esa opción: la de los placeres.
Podía irme a Finlandia, sí, a cualquier país lejano y frío, podía no llamar nunca más a mi familia ni a los amigos, podía convertirme en fiambrero en un supermercado de Hämeenlinna, pero ya no podría volver a escribir, ni amar a una mujer, ni pescar.
Me daría vergüenza la felicidad, me daría vergüenza el olvido y la distracción.
La culpa estaría allí involuntariamente,
pero cuando comenzara la falsa calma o el olvido momentáneo, yo mismo regresaría a la culpa para seguir sufriendo. La vida había terminado. Yo debía desaparecer.
Pero si desaparecía, qué. Qué importancia podía tener darles a ellos la serenidad de no ver nunca más al asesino. Ellos, mi familia, los que ahora corrían lentamente desde la mesa al coche para matarme o para ver el cadáver de un niño, podrían creerme exiliado, lleno de dolor y de miedo, temeroso y ruin,
o agorafóbico; o podrían sospecharme loco, como esas personas que pierden el rumbo y la memoria después de los terremotos; alucinado, mendigo, enfermo; podrían hasta perdonarme pues me creerían fuera de toda felicidad, fuera de todo placer. Matarían a quien blasfemara mi memoria diciendo que se me ha visto reír en una ciudad finlandesa, a quien dijera que se me ha visto beber en un bar de putas, o escribir un cuento, ganar dinero, seducir a una mujer, acariciar un gato,
pescar bogas o dar limosna a un marroquí en el metro. No creerían que alguien (ya no yo en particular, sino que nadie) fuese capaz de semejante flaqueza, de tan penoso olvido,
de matar y no llorar, de escapar y no seguir pensando en la tarde de verano en que una niña de tu sangre ha muerto bajo las ruedas del coche.
Diez segundos eternos hasta que alguien ve el tronco y todos olvidan la situación.
Nadie, ninguna de todas las personas que almorzaban aquella tarde de hace diez años en Mercedes, recuerda ahora esta anécdota. Nadie ha tenido pesadillas con estas imágenes: sólo yo me he despertado transpirado durante años enteros, cuando esos diez segundos regresan por la noche sin el final feliz del tronco; para ellos no ocurrió más que la abolladura de un guardabarros al final de la primavera.
Nada malo pasó aquella tarde, ni nada malo ocurrió, antes o después, en mi vida.
Han pasado diez años desde entonces y todo ha sido un remanso en el que nunca lo irreversible se ha metido conmigo.
¿Por qué entonces, en estos días, siento que he cumplido sólo diez, y no treinta y cinco años? ¿Por qué le doy más importancia a esta fecha en que no maté a nadie, que a aquella otra fecha anterior en que salí de mi madre dando un grito eufórico de vida?
¿Por qué algunas noches me despierto y descubro que me falta el aire, y recuerdo como real el frío de una cabaña en Finlandia,
y me encuentro con las hilachas de la angustia y el exilio, y me ahoga la cobardía de no haber tenido la voluntad de suicidarme?
Es la fragilidad de la paz la que nos devuelve al escalofrío y a la incertidumbre. Es la velocidad infernal de la desgracia, que acecha como un águila en la noche, la que sigue allí escondida para quitarnos todo y dejarnos aferrados a un volante y pensando que la única opción es morir solos en Finlandia, con los ojos secos de no llorar.
Por suerte, casi siempre es un tronco y vivimos en paz. Pero todos sabemos, por debajo de la risa y del amor y del sexo y de las noches con amigos y de los libros y los discos, que no siempre es un tronco.

"A veces es Finlandia".
Hernán Casciari -

María Calcaño | "Grito indomable"


 

«Cómo van a verme buena
si me truena
la vida en las venas.
¡Si toda canción
se me enreda como una llamarada!
y vengo sin Dios
y sin miedo…
¡Si tengo sangre insubordinada!
Y no puedo mostrarme
dócil como una criada,
mientras tenga
un recuerdo de horizonte,
un retazo de cielo
y una cresta de monte!
Ni tú, ni el cielo
ni nada
podrán con mi grito indomable».

María Calcaño | "Grito indomable"

AEROPUERTO DE TAMPA


 

FRIDA KAHLO


 

EN LAS NOCHES DE VERANO

 

En las noches de verano

ya no refresca tanto como en la anterior estación.

En las noches de verano

bullen los sueños sin compasión,

hace calor y mucho sudor,

duermes al borde de un volcán en ebullición

y al lado de una boca de dragón.

En las noches de verano,

no me pidas que te abrace,

llega con la intención de la imaginación

y con un entrañable beso desde el otro lado de la cama.

JUBILACIÓN

 


De aquellas escribía menos que ahora,

es más hace 10 años

no escribía nada,

tenía muchas cosas en mente

pero al rato, todas se evaporaban.


De aquellas 

tenía más tiempo para mis hijos

y para mi trabajo.

Yo era tan padre

como lo soy ahora,

sólo que ellos (mis hijos)

eran más pequeños.

Y de mi trabajo

¿qué os puedo decir?

que trabajo en lo mismo,

soy médico...

sólo que ahora lo soy un poquito menos,

pues de alguna forma

veo demasiado próxima mi jubilación

(me queda menos de un año)

y entonces,

me veo más fuera que dentro.

Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...