Cacerías de hombres poderosos, hombres con mucho pelo en el pecho y vestidos de camuflaje y todos caminando a fuertes y sonoros pasos y mirando al frente con seguridad, sin titubear. De buena mañana se levantaban y aún con el sabor de su última copa se desperazaban observando por la ventana el entorno. Y con mirada entendida, degustaban el momento, buen sitio para cazar y además hace buen día. Despues de una frugal ducha, bajaban a la gran sala a desayunar y allí se despachaban uno o dos cafés, bien cargados y acompañados del primer lingotazo del día, que para los más entendidos en cacerías solía ser una copa de cognac y para los novatos un sol y sombra. Despues intercambiaban vanalidades con el resto de los comensales. Observaban, como el que no quiere la cosa, a su alrededor y daban un rápido vistazo a la colección de trofeos disecados que colgaban de las paredes de la gran sala, los trofeos y numerosas fotografías, en donde estaban todos ellos en grupos de 20 o 30 personas y en el medio un grupo numeroso de cabezas de ciervos, las cacerías de otros años. Después con seguridad y aplomo saludaban cordialmente con monosílabos y se dirigían a preparar los avíos para la cacería.
Para ello extendían su equipaje caceril sobre su amplia cama y hacían revisión y recuento. Contaban la munición y le daban un somero repaso a su escopeta, que ya estaba previamente engrasada, se la ponían en ristre, se colocaban su cinturón de caza con toda su munición y se enfundaban el sombrero o gorro y metían en sus numerosos bolsillos las diversas petacas de whisky escocés, pues tenían como 8 horas de estar a sólas en un puesto de caza y había que echar un trago de vez en cuando o no. Despues se acicalaban por última vez delante del espejo de su cuarto de baño, se engominaban un poco más, comprobaban su mirada si era la adecuada y tosían un poco pero fuerte, para aclarar su voz. Al final, ya bajaban directamente a donde estaban ya prestos el resto de sus compañeros.
Afuera, en la entrada de la casona, todos eran fornidos hombres, viejos, jóvenes, flacos y gordos y todos vestiditos de caza. Se comentaba la cacería del año pasado y cuanto habían cazado cada uno y las anécdotas más graciosillas que hubo en el anterior evento y en el ambiente flotaban palabras de caza, rifles, escopetas, municiones y petacas y un olor muy fuerte a hombre, a testosterona de la pura. A continuación, los llevaban los currantes de la finca, a los distintos puestos en el monte y allí a sólas es donde tenían que demostrar, de verdad, su condición de verdaderos hombres. Se apostaban con sigilo en sus puestos solitarios, dispuestos a apretar el gatillo al mínimo movimiento. Pasaba un buen rato y nada, entonces se acordaba de la petaca y un buen trago y así transcurría la mañana de caza, entre tragos solitarios, pero cada vez más contundentes y de vez en cuando, apretando el gatillo y lo curioso es que siempre cazaban,¡ no iban a cazar!, si la caza si la metían hasta por los ojos. Los ciervos no aparecín de uno en uno, aparecían en manadas y aunque apuntaras a uno y no le dieras, le dabas al de al lado, seguro.
Despues venían los esclavos, digo los trabajadores de la finca e iban recogiendo las piezas cazadas, las echaban en una furgoneta y se dirigían al sitio de reunión. Allí, en medio del monte, se juntaban de nuevo todos y ya serían las 13 horas. Siempre había un gran fuego que presidía la reunión y a su alrededor se iban apostando. Cuando los criados acababan de recoger todas las piezas desperdigadas, se juntaban todos para la fotografía anual, esa misma fotografía que después se incluiría en la gran sala de la casa donde pernotaban. Entonces ponían los 10 o 20 ciervos con sus amplias cornamentas y a su alrededor toda la pandi. Al mismo tiempo, se empezaba a preparar un buen churrasco y ellos los hombretones, se ponían a degustar los vinos de la zona y a inventarse anécdotas de la cacería. Por el medio siempre había algún chistoso, que se dedicaba a contar chistes, chistes de hombres, mariquitas y mujeres putas, como corresponde. La fiesta seguía y seguía y ya se empezaba a notar los primeros síntomas de las borracheras: carcajadas desorbitadas, caidas tontas al suelo, vasos rotos y sobre todo miradas tontas, ya no había aquella mirada fuerte y furibunda del gran cazador, ahora eran miradas de niños pijos desprotegidos y cada vez más cansados. Pero no nos engañemos, esto era sólo un momento, pronto con la comida, irían recobrando su mirada fiera y asesina.
Acabada la enchenta, se cepillaban un café de calcetín y unas buenas copas y aquí siempre acompañadas de un buen puro habano. Las conversaciones después de comer, eran de tono más bajo, pues el sueño y el alcohol, empezaba hacer efecto. Sobre las 4 de la tarde, todos se dirigían a la casa de pernote, pues estaba planificada unas horas de buena y merecida siesta. Así que sin más preámbulos y con una buena tajada se dirigían como lindos corderitos, cada cual a su redil. Normalmente antes de tumbarse en la cama, había que realizar la cagada del día y allí en la intimidad de su cuarto de baño, se despachaban a gusto A continuación, después de la cagada, directamente a la cama, no sin antes dirigirse un último pensamiento ilusionado hacia la noche. La noche, lo mejor de la cacería, ni ciervos ni hostias, la noche orgiástica y ya con éste último pensamiento, ya se le caían las persianas y a dormirla.
Sobre las 7 de la tarde aquella casa hervía de gente y de actividad. Se preparaba la merienda que iba a ser fuera, en el jardín y dentro se iban poniendo los cubirtos para la cena. Entraba y salía gente y paseaban frutas, pasteles, cervezas y pequeños bocatas.Iban bajando de uno en uno los protagonistas de la cacería, ya habían descansado convenientemente, se habían duchado y aseado y por supuesto engominado y ya estaban prestos para el siguiente acontecimiento.
Bárcenas, el puto amo, el hombre oscuro de oficina, el segundón que se hizo a si mismo, que ascendió peldaños de uno en uno, poco a poco, a tientas pero seguro. Fué hombre de pocos favores, es siempre los pedía pequeños, pero a fuerza de su costancia, supo pedirlos estrategicamnete. todos se confiaban en él y el anotaba y anotaba, le iban pidiendo pequeñas cuantías: para ir a cenar, para ir de juerga, para ir de putas o para los vicios. y así es como empieza todo, a pequeñas cantidades, para más adelante acostumbrarte a ser el prestamista del partido. Y claro, las cantidades se fueron incrementando y los nombres apuntados en su libreta. Bárcenas el segundón de a bordo, fué trepando a velocidad de tortuga pero eso sí, siempre seguro, sin dar un paso en falso.
Entonces el gran Bárcenas llego un punto en que empezó a ser importante y es más se hizo imprescindible. Y aquí es donde ya Bárcenas se hizo el amo y fué invitado a todas las fiestas Peperas y como corresponde a todas las cacerías. El pobre que tuvo que hacer un cursillo rápido de como se usan las escopetas de caza y de como se caza, pues cada especie que se caza, tiene su propio arte y el tuvo que aprender rapidamente la cacería del ciervo, del Arce, de la Perdiz y el resto de variantes.
Y aquí y ahora está Bárcenas a punto de salir de su habitación para dirigirse a la merienda, en esa merienda tan importante para él, pues es donde mejor se trapichea y donde sus compañeros de partido le van pidiendo favores y sobre todo pasta, mucha pasta y él se vuelve loco para acordarse de los nombres y de las cifras, que más tarde con puntualidad inglesa, apunta con esmero. El siempre pensó que éstos pijos de mierda no saben lo que es currar de verdad, lo que es hacerse uno a si mismo y siempre partiendo de cero y él sin dormir noches enteras, calculando de una en una cada peseta y guardándolas en el cerdito que tiene en su habitación. Después más adelante, cuando junto una buena cantidad de pasta, tiró de sus amigotes de partido para invertir seguro y multiplicó la pasta, aparte de la que fué chorizando día a día de la caja del partido y aquellos niños pijos, pensando que tenían la pasta a buen recaudo, pero ninguno se figuraba a donde se iba la pasta y de cada vez iba a engordar su bolsillo. Se sonrió, pensando que él estaba seguro, estos pijos de mierda con tal de no descubrir que necesitaban pasta en negro y dado que para ellos era algo vergonzoso que lo demás lo supieran, para eso estaba el Papi Bárcenas para de vez en cuando darles un caramelo. Él Papi y sus niños Peperos y ellos hechos unos putos pedigueños, quién se ríe el último y con éste pensamiento, siempre le entraba la risa. La satisfacción de un gigante forjado con sus propias manos. menudo chorizo el Bárcenas.
Ya todos reunidos en el vestíbulo de la casa se intercambiaban anécdotas de la cacería y se aprovechaba éste tiempo, hasta la hora de la cena, para hacer llamadas a las familias respectivas y así despues poderse dedicar a los bisness integramente, pues aquí en la merendilla era donde se trataban los temas más importantes y en ellos entraban los trapicheos y ahí el amo de todos, el puto amo, era el Bárcenas. le encantaba notar como esos pequeños buitres venían a comer de su mano, como disimulaban para pedirle la pasta y como siempre pedían discreción y que no se lo contara a nadie. La discreción la tenían asegurada, pero el se lo cobraba y cada cobro iba directoa la caja B, o pensaban que toda esa trabajera iba a ser gratis, apañados iban.
Así empezó el desfile alrededor del Bárcenas y el Bárcenas venga a despachar sobres y haciendo memoria de las cantidades y del nombre. Mientras tanto, el resto de los políticos aprovechaba para hacer sus bisness con los empresarios invitados al evento, se concertaban citas concretas, se hablaba de comisiones, se quedaba en como joder a la oposición y como aprobar el nuevo plan general de obras y urbanización (PGOU) y que comisión lleva el asunto, es decir, se daba un repaso general a lo importante y se tomaban decisiones y éste si era el verdadero sitio de poder,el meollo de la cuestión, vamos el sitio y la hora justa, pues a partir de aquí, iba a ser el despoporre. La cacería adquiría sus verdaderos tintes y todos se volverían animales en celo, salidos y borrachos a la luz de la luna llena.
Por última empezaba la cena, ya un tanto cocidos por el vino de la zona. Y ya sentados cada uno en su mesa, comentaban por lo bajines las nuevas de esa noche de fiesta. Unos hablaban de farlopa a tutti plain, de camiones, de sacos llenos, los otros de que había unas fulanas buenísimas, y los más imbéciles hablaban del whisky y otros licores. El ambiente ya estaba caldeado y sólo era el principio de la cena. La cena transcurrió como se pensaba, se comió mucha caza diversa y siempre regada de abundante tinto. En los postres eran cuando empezaba el desastre, la gente se subía en las sillas y en las mesas, se rompían vasos y botellas de cerveza. Además ya estaban como lobos excitados, pues sabían que se iba a proceder al reparto de las pastillas de Viagra y eso los ponía como locos. Por último unos cafés bien cargados y los más jóvenes sobre su mesa estiraban unas buenas rayas de farlopa ( los mayores eran más cautos y se las hacían en sus habitaciones o en los baños) y claro la Viagra junto a un buen trago de buen whisky y hala pa dentro, que va siendo hora de follar.
Después tocaba la orquesta, que dado el ambiente, al cantante le gustaba amenizar la velada, con canciones de Julito Iglesias intercaladas con alguna de Fran Sinatra. Más o menos en el meridiano del baile, aparecían las fulanas, fulanas finas bastante ligeras de ropa y empezaba el desfile a las habitaciones y la rueda se movía y se movía, entre pequeños parones para proveerse de provisiones: farlopa y unos buenos tragos de buen whisky y a subir de nuevo a al habitación. En el baile, aparte de la orquesta quedaban los más viejos de la pandi y alguno más, que por exceso de bebida o porque no le gustaba la farlopa o el viagra, estaba desempalmado y con cara de huevo.
La orquesta poco a poco iba desafinando, además del aburrimiento, ellos también le iban dando al Whisky y aquello iba tomando tintes desoladores. Sillas rotas, manteles por el suelo, mesas tiradas y cuatro almas lánguidas y borrachas, era todo lo que quedaba. El trasiego de habitaciones al salón principal descendía por momentos y hasta la música bajaba de tono. Además ya eran las 6 de la mañana y ahora sólo olía a vómitos y a vino derramado por el suelo. Así que se fue apagando la música y con ella se fueron los últimos borrachos. Ya era hora de dormirla, que mañana era otro día y había que medio madrugar para volver cada uno a su casa. La orquesta entonó su última canción, el Asturias patria Querida y hasta el cantante de la orquesta, estuvo a punto de quedarse dormido. ¡Menudo borrachera colectiva! y ésta si que era la cara oculta de la caza, vamos la verdadera.