Hay un olor
a soledad en el ambiente. Existe
un aroma narcótico que la multitud
usa como perfume. Acordes de una lluvia
que, como gotas de plomo, atraviesan
cualquier impermeable.
La gente camina
entre sus huecos sin medir el frío
de las estaciones. Transitan
por cables de alto voltaje. Renuncian
a escapar de la ciénaga. Yacen risueños,
boca abajo, y esperan la siguiente promesa,
apoyados en una ventana
de PVC barato.
Existe un estruendoso olor
a silencio tras las miradas húmedas
de las gabardinas que desfilan al compás
de los semáforos. Así que nadie observa
a los cadáveres capturar
la fragancia de luz muerta que respiran
desde la edad de los dinosaurios.