Escribir a veces resulta ser como un vano esfuerzo. Otras veces, te da satisfacción a raudales, te llena hasta rebosarte, te pone pletórico y eufórico y te vas a la cama tan feliz como un niño al que le han regalado un rico helado, pero sin más añadidos. Quiero decir, como un niño feliz al que después de darle el helado, no le van a tocar su suave y lindo culito y la entrepierna y hasta los huevos y la polla. Eso pasaba con algunos curitas de mi colegio, que te ponían buena nota si te dejabas tocar un poco y te ponían matricula, si te dejabas tocar un poco más. Hace poco, hará unos 10 años se puso en contacto conmigo y con muchos otros (todos antiguos alumnos de aquél innombrable colegio), un tío que había sido compañero de colegio y que quería denunciar a todos esos curitas pederastas y porque el tío seguía traumatizado con ese tema tan asqueroso. Y yo no sé si le contesté pero creo que sí, y creo que le dije que siguiera adelante con esa historia y porque tenía todo mi apoyo, pero que no me iba a implicar mucho más en el tema y porque la verdad es que yo personalmente salí indemne de este tema, ni traumas, ni complejos nunca resueltos, ni paranoias que me quitaran el sueño. Yo apoyaba la causa que él planteaba y porque era justa y por eso el tío reclamaba justicia. Pero hasta ahí llegaba mi apoyo y no podía solidarizarme a base de intercambiar traumas infantiles y porque la verdad, es que no los tuve. Yo me fui de esa mierda de colegio lleno de curitas maestros pederastas y ahí se quedó la cosa. A veces y tengo que decir, que muy pocas veces, me volvía el recuerdo de alguno de aquellos abusos. Salí de ese colegio, entré en el instituto donde ya no había curitas pederastas y santas pascuas. Yo reconozco que era un chaval muy raro y muy retorcido y que mi pensamiento iba por otros derroteros y porque me acostumbré a tirar para delante y lo hacía en cualquier tipo de circunstancias. Era un chaval valiente en medio de toda aquella maraña de abusos. Y digo maraña, porque te daban por todos lados, en el colegio con el tema de los curitas, en el instituto porque allí o te espabilabas o llevabas por todas partes, en el barrio y porque en los barrios de mi época, la norma que imperaba, era la agresividad y si alguien de tu barrio te daba de hostias, tú tenías que defenderte y darle unas cuantas hostias demás y así te cogían respeto y te dejaban en paz. O en mi casa donde volaban las hostias que daba mi madre y que las repartía a diestro y siniestro.
Todo aquello, sí que era un mundo agresivo y no existía la palabra maltrato, ni infantil, ni hacia la mujer y menos existía el maltrato hacia los animales. Los animales estaban allí para entretener a los chicos del barrio y había que matar pájaros o gatos, a escopetazos y al burro del barrio (siempre había un burro) había que romperle la polla a pedradas y a la cabra había que darle por el culo y él que lo hacía (menos mal que no lo hacíamos todos) era nombrado como el puto jefe de aquella pequeña tribu de animales del barrio. Yo ahora pienso en ese mundo y es como si me hablaran de un mundo paralelo que existió en otro mundo de hace un montón de siglos y que ni siquiera quedan antecedentes escritos o relatos verbales. La verdad es que suena a eso, a prehistórico, a antes de que existieran los humanos y resulta y mira que contradicciones tiene la historia, en pleno siglo XX había pandillas de chavales que mataban o herían a todo lo que respiraba y eso en aras de mantener el honor de tu barrio. Defender tu barrio, era como atrincherarte dentro de él y enarbolar la bandera de la agresividad sin límites y venga a cometer actos inhumanos y vandálicos y cuantos más cometías, le iría mejor al barrio y porque era toda una demostración de poder. Éramos en fin, unos salvajes que dentro de su terreno y cuando no nos veían algunos de nuestros padres, cometíamos todo tipo de actos bestiales y los escrúpulos sobraban y porque para que molestarse en tener escrúpulos.
Y por eso y por muchas más cosas parecidas a estas que os he contado, yo me desenvolví perfectamente en terreno hostil y sobreviví a ello y supongo que los pájaros, gatos, burros o perros, sobrevivieron menos que yo. El barrio era como un terreno acotado por una alambrada imaginaria y dentro de él, había sus propias leyes y esas había que respetarlas por encima de todo y si alguien cometía un acto vandálico y sanguinario, que a nadie se le ocurriera decírselo a alguien que no fuera del barrio o decírselo a tus padres y porque entonces estarías condenado de por vida y tachado como chivato, que de aquellas era el peor de los insultos.