A VECES GRITO (Poema)








A veces grito al aire,
y lo agredo y le hago daño,
 después, después le pido perdón.
A veces le pido a dios que me ayude,
se lo ruego y le solicito el perdón,
y dios no me dice nada,
 ni siquiera dice una sóla palabra.
A veces sueño despierto,
y me dejo flotar en su seno,
y cuando yo despierto,
me acuerdo de dios y de su silencio.
Otras veces, me encuentro desnudo,
con los sentimientos dolidos,
y con la esperanza aterida y muerta y fría.
Otras, me deslizo a rastras,
y me pido perdón a mi mismo,
me digo lo siento, lo siento en el alma,
y entonces, la venia yo sólo me la concedo.
En fin, a veces canto y otras veces lloro,
y a veces hablo y me rió sólo,
no encuentro la paz, la paz de dios,
ni la paz de los hombres,
sólo sé que yo me encuentro a mi mismo,
y siempre que me encuentro,
estoy yo, YO sólo y sólo conmigo mismo...

EL DÉJÀ VU (Poema)

Atrapado estoy,
 atrapado, como un niño atrapado.
Y avanzo por la senda de un camino hacia lo desconocido,
y por mi mente pasan reflejos de lo ya vivido.
No conozco nada, !!miento!!,
pues todo me suena a haberlo vivido,
es un déjà vu o un algo que no sé,
pero sé que existió y estuvo,
y que mi instinto primario aún le busca sentido.

Yo creo que lo he vivido,
me lo dice, me lo grita mi instinto primitivo.
Me encanta la aurora, el mar y el viento,
sé que ellos, dicen palabras a mis oídos,
son susurros, son murmullos que apenas percibo.
Pero éste sentido que está, pero que no es,
éste sentido sin sentido,
 me pone de rodillas al sol,
me alza las manos y me abre los oídos,
para poder oir lo inaudible,
para poder escuchar lo no escrito,
para poder descifrar el porqué de lo ya vivido.
Y aún hoy,
sé que estoy, pero no sé si estuve...

ARDE EL MONTE DO PINDO

Hoy es el entierro del Monte do Pindo
      Hoy he recibido una triste noticia, el monte do Pindo, también llamado el Olimpo de los dioses, de los dioses Celtas, es pasto de las llamas. Éste lugar mágico y templo de los celtas, está ardiendo y sólo quedará un montón de cenizas. Éste sitio está en el municipio de Ézaro, en A Costa da Morte (Galicia), y es todo un símbolo y sobre el que ya escribí y ahora intentaré reproducir. Descanse en paz monte do Pindo y que el dios celta nos perdone, por quemar uno de sus templos más emblemáticos. Y a continuación os hago un extracto de la narración que hice sobre A Costa da Morte y donde hablo de éste monte.

                 Como vamos viendo ésta es una tierra de mitos y leyendas. Existen varios lugares destacados en éste aspecto donde se mezclan leyendas celtas, romanas y cristianas. Citaré algunos lugares importantes, las demás irán descritos en su sitio. Y destaco:

        -Monte do Pindo: monte situado encima de una aldea, de nombre Ézaro. Es de por sí, un monte mágico. Por la multitud de erosiones que presentan sus piedras graníticas, se forman moles de piedra de todo tipo de formas y colores. Uno se puede imaginar una ciudad, un barco, miles de caras, cuerpos, animales o cosas inanimadas. Hablan los historiadores, que aquí habían dos altares de sacrificios celtas, se supone que para animales y dada la variedad y diversidad de piedras fácil es encontrar alguna, en la que se dice que fue un altar celta. Este lugar es realmente mágico y sus vistas ya no digamos. Su belleza de mole granítica, se adorna de bosques de robles y pinos.

       -Monte del Faro de Finisterre: en éste monte se habla de que había en tiempos celtas, un templo al sol. Ya expliqué porqué se adoraba el sol y en éste punto en concreto. También de la misma época, data un a gran piedra alargada, que puede coger en su seno a una o dos personas tumbadas a su largo, es la aún conservada, piedra de la fecundidad. Se trata que los que no puedan tener hijos, se pasen una noche tumbados en dicha piedra y así queda la mujer fecundada y por supuesto sin echarse un polvo, no vale hacer el guarro ( A ser posible, digo yo, un día que no llueva, porque como llueva a ver quien aguanta toda una noche encima de una piedra y aún encima empapado y muerto de frío y sin poder chingar)... Pero a lo mejor por tener un hijo merece la pena, yo dormí allí y después tuve tres hijos. Ya sabéis: habélas, hainas.

LOS 4 PUNTOS CARDINALES

En éste primer arenal está Estaca de Bares.
              Yo nací en Vigo y me crié en tres esquinas lejanas y distantes. En Galicia, en Cádiz y en Menorca. Son tres puntos casi equidistantes, son tres puntas de un triángulo casi equilátero. Me falta, por cuadrar el triángulo, el punto más al norte de la Península. Tengo escogido el sitio y éste es, Estaca de Bares, el punto más al norte de España. Es una pequeña península siempre cubierta de nubes, pero con unas maravillosas playas, y éste punto del mapa, está en mi Galicia natal. En su extremo más cercano al mar hay un pequeño faro y antes de llegar a éste, hay un minúsculo edificio, que acogió a militares yanquis, creo que en sus tiempos fue un radar. Al parecer su función era ejercer de punto de telecomunicaciones, por tanto de espionaje. Allí, todos los veranos y por el mes de Julio, no me acuerdo bien de las fechas, se convocaba una acampada y una manifestación, para pedir que echaran a los yanquis.

                                       La acampada y aún siendo verano, se hacía con tiendas de doble techo y sobre todo unos buenos y calurosos sacos, pues te pelabas de frío. Llegábamos un día por la tarde y montábamos las tiendas, bueno las montaban los hacendosos, los vagos como yo, lo dejábamos para más tarde. Una vez dejados los bártulos, dábamos una vuelta de reconocimiento: admirábamos las playas solitarias del Cantábrico, nos recreábamos viendo un molino de mareas, un molino que yo nunca antes había visto y después ya nos acercábamos a nuestro objetivo, a inspeccionar el pequeño edificio y ver si había yanquis dentro. Nunca vi a un yanqui en éste rincón del mundo, pero daba igual, allí habían estado y eso era lo que importaba.

                                     Cuando los primeros rayos de sol se acostaban. Nosotros y como todos los años, nos dirigíamos al pequeño pueblo. El pueblo era típico pueblo marinero, con cuatro casas y algunas barcas de pesca y estaba apostado al final de una preciosa ensenada y por supuesto, no podía faltar el bar. Al pueblo lo abrazaba un pequeño espigón que lo protegía del oleaje, aunque los fuertes vientos de ésta costa, levantaba al mar por encima del espigón. El bar, era cutre hasta decir basta y tenía una barra pequeña y una gran sala de comidas, muy típico en los pueblos de Galicia, poca barra y amplios salones, donde estaban un buen número de mesas. El resultado final, es que era un sitio  grande, inhóspito, desangelado y muy frío. Ahora sí con unos espléndidos ventanales con vistas al mar Cantábrico.

                                    Los anocheceres en Estaca de Bares, y empujados por el fresquito, nos obligaba a meternos en el bar. Y ya de lleno entrábamos en la fase de intercambio de saludos, besos y a veces desplantes, y siempre acompañados de unas buenas jarras de vino. La euforia poco a poco iba en aumento, los saludos se convertían en abrazos, las sonrisas en sonoras risas, en fin, el ambiente ya se iba caldeando. Al paso de unas horas cuando la noche ya era oscura y el mar era una garganta profunda que rugía con inusitada fuerza, allí en aquel rincón perdido del mundo y dentro del bar de Estaca de Bares seguía la fiesta. Parecía la fiesta en el poblado de Asterix y Obélix, siempre ajenos a lo que pasaba a nuestro alrededor.

                                  Las palabras ya no eran tan nítidas, ni claras, eran más bien espesas y alguno ya se sentaba sólo y sólo con su propia borrachera. En el water o inodoro del bar ya había una buena cola, unos para mear y otros quizá, para vomitar. Las voces sonaban como un zumbido y entre ese zumbido y el humo de los cigarrillos, aumentaba el mareo producido por el ácido vino y ya empezaban las primeras bajas. Para mantenerse más o menos en pie, había que salir afuera del bar, al frío y  húmedo Cantábrico. Y ese momento de claridad transitoria, te preguntabas como sería éste pueblo en pleno invierno. ¡¡ Quién coño `podía vivir allí!!, pero tampoco le dabas muchas más vueltas, esperabas a despejarte un poco, cogías una bocanada de aire fresco y hale pa dentro. Al entrar de nuevo, aquello te recordaba Londres, el humo era denso como la niebla, pero no sé como, siempre llegabas a la barra.

                                 Pasada unas cuantas horas más, ya dormía alguna gente sobre los bancos del bar. Se resbalaba sobre tanto vino caído y derramado y unos ya entonaban cánticos aguerridos, ya les quedaba poco para empezar con el Asturias Patria Querida. El resto seguíamos al pie del cañón, aumentando la frecuencia de las salidas fuera del bar, a echarle al mar nuestro aliento de vino y el mar dándonos caricias de frescor y en esa laboriosa faena nos daban las 5 de la mañana. Las conversaciones ya eran incoherencia pura y dura, las risas eran histriónicas y a veces rotas en llantos lastimeros. Poco a poco las bajas se multiplicaban y el personal como buenamente podía emprendía el camino de regreso hacia las tiendas.

                               Y ya éste cuento se va acabando. Es fácil suponer el final de ésta historia. Llegar a trompicones a la zona de acampada y enrollarte la tienda de campaña alrededor de tu cuerpo y a dormir a la intemperie. Después resaca mañanera y arrastrado por el suelo. Por último, tocaba ir a dar cuatro berridos a la base yanqui fantasma y ya está, se acabó la fiesta. Y vuelta a casa y muy contentos de otra demostración entusiasta y revolucionaria.
                                

EL OLOR A LEÑA - II

             Lo de la leña aquí no se acaba !!que va!!. Cuando viví en Santiago y en la Coruña, me tuve que aguantar la piromanía y la única llama que veía era la de mi mechero y de vez en cuando la de una vela. Pero despues me desplacé, con los pocos trastos que tenía, a A Costa da Morte, para ser más concreto,a Corcubión. Y en la casa en que me instalé, puse dos buenas estufas de leña, que como ya conté, más que estufas eran dos calderas, siempre encendidas, de noche y de día. Los tractores llenos de leña se sucedían en una cadena sin fin, más o menos una media de un tractor por mes. Y tal como entraba la leña se la comía esa boca insaciable, esa boca de estufa glotona y engullidora.

                                 El único problema que tenía con la estufa, era su estructura de tubos. Que para darle buena salida al humo, tenía que hacer encaje de bolillos y por tanto, no quedaba otra que hacer dos curvas de noventa grados y ahi radicaba el problema, en esas dos curvas. Pues en ellas se acumulaba el hollín, además que el agua de lluvia entraba desde arriba, se formaba una masa compacta, que atascaba la tubería, y  de cada vez había que desmontar todo el tinglado. Y ésta maniobra había que hacerla una vez por mes. El tufo que desprendía esa pasta viscosa, se adhería a la piel y tardabas unos cuantos dias en desprenderse de esa peste a alquitrán vegetal. Fueron días de alegrías, pero tambien de muchas tristezas, de muchas y muy hondas. Pero siempre pasara lo que pasara estaba ella, la estufa redentora, me calentaba, me hablaba, reía y lloraba conmigo, era la que me daba el fuego amigo.

                            Después, años más tarde, ya estando en Chiclana, mi segunda patria, si no la primera, y en la casa donde vivíamos, tenía una chimenea, pequeña pero matona, y no me costó nada hacerme con ella. Siguieron los tractores o los camiones de leña o si no ibas al almacén y despues de regatear todo lo que se podía, cargaba y hasta los topes el coche de leña.

                                   Tampoco costó, acostumbrar a nuestros hijos al calor de la leña y era de rigor que despues del baño, se sentaron a los pies de la chimenea, ella se mostraba agradecida de tener unos niños a sus pies. Por aquellas, yo venía de mi Galicia natal y estaba acostumbrado a que el otoño asomara a principios de septiembre. En cambio allí en Cádiz, el otoño era más tardío. Y yo de impaciente, no podía, tenía que encender la chimenea como fuera, aunque el calor aún no se despidiera. Y así me ponía a la faena un poco más tarde que en Galicia, no mucho pero si algo, y ya aquella nueva caldera empezaba a funcionar a mediados de Septiembre. Afuera con un calor de infarto y yo con la chimenea a todo trapo y el final siempre era igual, se abrían puertas y ventanas de par en par, hasta que calor cogiera la puerta. Yo seguía encendiendo la chimenea en Septiembre y así seguí haciéndolo el resto de los años. Estaba claro, que para mí que Septiembre ya era otoño y  por tanto yo decretaba el Otoño.

                                   Ahora estoy en Menorca, con el mono de la leña. Pero éste año por fin, cumplo mi venganza y ya tengo instalada una caldera del infierno. Una estufa con una boca muy grande, donde cabe un bosque entero y dispuesta a calentarme a mi y a toda la casa, al perro y si hace falta al cartero. Y así poder hacer un magosto con castañas importadas, metidas en un cucurucho de papel de linaza. Que estén bien calentitas y bien perfumadas, para que éste otoño sea un otoño de verdad, con lo que toca, con lluvia, frío, setas, castañas y algo del sol otoñal.

EL OLOR A LEÑA - I

EL OLOR A LEÑA

        Hoy al salir del coche, recibí una bofetada, una bofetada bendita. El olor a leña entró en mis venas y mi cerebro hizo una pirueta y se dió la vuelta sobre si mismo. Ese olor a leña,ese olor ancestral que todos llevamos dentro. Yo en ese instante viajé lejos, muy lejos, me fui hasta mi primera hoguera. La encendí y sentí su fuego, como si ese fuego siempre estuviera conmigo, como si ya lo llevara dentro.

        La primera hoguera, con sus llamas teñidas de láminas de plata, con sus estallidos de alegrías, con sus susurros y compincheos. La primera hoguera, la que nunca se apaga y que nunca se olvida.  Y el quiera venir conmigo que se suba a este carro y así se traslade a su propia y primera hoguera, y notará que sus llamas le son conocidas, que las lleva grabadas a fuego lento dentro del alma.

        Tambien recuerdo las hogueras de las acampadas, hogueras con luz de luna y bajo el manto de las estrellas. La vida se realizaba alrededor de ellas, las risas, los llantos y las penas y el dejarse acariciar por esa mano caliente que emana de ella. Hasta que las horas pasaban y ya los primeros rayos anunciaban el amanecer rojo, el espléndido amanecer de cada día.

                              Otras hogueras, fueron con paseos al monte. Alrededor de primeros de Noviembre, el día de todos los santos o el de la noche Celta. Los Celtas dejaban vagar esa noche a todas las ánimas, era su noche y los humanos se refugiaban en sus casas. Dejaban bebida y comida para las almas en pena, en el alfeifer de sus ventanas. Para la ocasión las almas se colgaban sus mejores galas, que eran cuatro harapos, pero con xeito (gusto), ya se sabe que ellos son muy apañados. Los harapos parecían trajes de gala y así desfilaban, y al frente siempre iba la Santa Compaña o santa que acompañaba a los muertos. Eran tardes de castañas asadas (el Magosto, se le llama), mezcladas con vino ácido, amargo y espeso. El olor a castañas, junto con el de la leña, era un olor que te atravesaba como una daga. Era la muerte en vida, era una pena de muerte.

                              Otra textura de la hoguera, inolvidable para mí. Era la chimenea de mi casa de Vigo, que por Navidad, para ser más concreto, en Fin de Año, mis padres nos dejaban encender la chimenea. Era la única vez en el año, era el 1 de enero, era un día señalado, como lo era el 1 de noviembre para las almas en pena. Se encendía el 31 de diciembre, siempre con las ganas que se pueden tener al ser el único día. Aunque que para encenderla había que sudar a chorro, pues debía haber una coincidencia astral: que la luna, el viento y las constelaciones, coincidieran en ese mismo momento y que nos ayudarán a realizar nuestro sueño, que se encendiera de una puñetera vez la chimenea. Aún así, nos aventurábamos y nos poníamos a ello. La primera fase era de ventanas abiertas y desde fuera, salían cortinas de humo por las ventanas y daba la impresión desde fuera, de que la casa estaba en llamas. De todas formas, ahora sigo pensando que el constructor o paleta que la hizo aún debe estar ardiendo en el infierno.

                               Después venía la espera, las largas horas en que se desarrollaban multitud de acontecimientos:  primero era la cena, seguida del atragantamiento por las uvas y después las inconsecuentes o surrealistas borracheras y por fin el programa de fin de año de la tele. Este era un castigo y una penitencia en vida. Por él desfilaban todos los crápulas de éste país y del mundo entero. Al final entraba Morfeo e iba durmiendo a los pocos que quedaban en pie, el resto ya sobaban como auténticos cerdos, el champán había hecho estragos. Ya casi era la hora, nuestra hora, la tan deseada y así empezaba el desfile de los colchones hacia la chimenea. Se avivaba el fuego, para que nos abrazara con sus tentáculos de llamas y ya te dejabas  llevar por la calidez de sus caricias. Y ya con ese fuego y ese olor a leña, uno se dejaba mecer en los brazos de Morfeo.

                             P.D.- Tambien, como no, me acuerdo de la hoguera y el alambique, pero éste cuento ya está escrito, en la segunda parte de la "Vendimia y el Alambique"

JULIO CORTÁZAR