MI IDEA...

 

Mi idea...

es levantar vuelo

y cuanto antes

y en cuanto me dejen las alas.

Mientras tanto

quiero caminar sin hacer ruido

y sin levantar polvo del camino.

Quiero andar despacio,

poquito a poco,

con buena letra

y saboreando el gusto de haberte conocido.

En su momento

 fuíste mi compañera de fatigas

y mejor camarada de mis momentos más alucinantes,

aparte y por supuesto,

de haber sido un amor inolvidable.

Mi olvido no está, ni va, contigo.

Te tengo y te retengo.

Te quise y aunque a veces creas que no

te seguiré queriendo.


 















Mi idea

es levantar vuelo

y cuanto antes

y en cuanto me dejen.

Mientras tanto

quiero caminar sin hacer ruido

y sin levantar polvo del camino.

Quiero andar despacio,

poquito a poco,

con buena letra

y saboreando el gusto de haberte conocido.

En su momento

 fuíste mi compañera de fatigas

y mejor camarada de mis momentos más alucinantes,

aparte

de haber sido un amor inolvidable.

Mi olvido no está, ni va contigo.

Te tengo y te retengo.

Te quise y aunque a veces creas que no

te seguiré queriendo.

Chavela Vargas

 

" Hay un momento de la noche,
cuando entre el tequila,
el calor y los recuerdos,
la canción hace que los diablos
y los ángeles se reconcilien ".



 
















"La fiesta de la culpa". IRENE VALLEJO

 

“Yo no he sido”, masculló tu hijo, con un acorde de desamparo en la voz. No le creíste. Estabas segura de haber dejado allí, sobre el escritorio, náufrago en tu borrasca de papeles, el cuaderno con las notas para el próximo artículo. Como la adulta racional y siempre atareada que eres, preferiste la riña exaltada a la serena búsqueda: “¿Cuántas veces te he dicho que no revuelvas mis papeles?”, rugiste mientras te agachabas, blandiendo preguntas acusadoras, a la altura de sus ojos. Empezaste a dudar cuando dos lagrimones rodaron por sus mofletes hasta oscilar suspendidos de la barbilla. De pronto, recordaste que K. había ordenado el despacho, y el cuaderno reposaba tranquilo en la estantería, oculto a tu ciega terquedad. Tu hijo hipaba llorando: acababa de tragar una cucharada de injusticia.

Cuando algo falla y sucede el desastre, ¿por qué extraño motivo esperamos un cierto alivio al responsabilizar a otros? Buscar culpables resulta más apasionante que buscar soluciones. Los antiguos griegos creían en una divinidad llamada Momo, que no tenía más atribución que encontrar faltas en los dioses y los humanos. Momo era hijo de la Noche, la personificación de nuestro oscuro impulso a tomarla con el prójimo. Los psicólogos afirman que no soportamos la incertidumbre, el caos, la imprevisible complejidad de lo real. El pensamiento mágico cree que, señalando nombres y rostros, el mal quedará exorcizado. Antiguamente, los judíos elegían un macho cabrío, lo llevaban al desierto y lo apedreaban para que pagase por los pecados de la comunidad. De ahí viene la expresión “chivo expiatorio”.

Históricamente reincidentes, buscamos a quien endilgar incluso catástrofes fortuitas o desastres naturales. Según cuenta la Biblia, el barco en que huía el profeta Jonás topó, al llegar a mar abierta, con una terrible tempestad. Los marineros decidieron arrojar por la borda, directo a las rugientes olas, a quien hubiera atraído la tormenta. Lo echaron a suertes y la culpa recayó por sorteo en Jonás, que acabó engullido por la ballena. Rifar la condena es una de las fórmulas procesales más delirantes jamás imaginadas. Alessandro Manzoni narró en su Historia de la columna infame un episodio real ocurrido durante la peste de 1630. Una vecina de Milán, precoz espía de balcones, denunció a un hombre que restregaba los dedos contra la muralla. Así nació el mito de los untadores, que supuestamente expandían el contagio con ungüentos mortales en pomos, barandas y muros. Se abrió un proceso en el que se torturó y ejecutó a personas inocentes, cuya responsabilidad era sólo producto de una imaginación aterrorizada. Estas supersticiones no son tan antiguas: hace menos de un siglo, los japoneses acusaron absurdamente del terremoto de Kantō a los inmigrantes coreanos, desatando una matanza que dejó varios miles de cadáveres.

En un episodio de Los Simpson, Homero asesora con cinismo a sus compañeros de trabajo: “Si algo va mal en la central nuclear, culpad al tipo que no habla inglés”. La máxima apela a ese resorte primitivo que sobrevive en nuestras mentes: simplificar la complejidad de las causas convirtiéndolas en culpas. Los atenienses celebraban sus fiestas Targelias con el sacrificio ritual de dos personas acusadas de provocar hambre, sequías, epidemias o terremotos. Las arrastraban fuera de la ciudad para lapidarlas, lincharlas o lanzarlas por un precipicio. Creían que el mal siempre viene de fuera y debe ser expulsado con violencia. Llamaban a su víctima propiciatoria pharmakós, de donde procede nuestra palabra “fármaco”, como si su sangre eliminase la enfermedad. En tiempos de desgracia, es preciso mantenerse alerta, auscultar los errores, esgrimir la crítica: ser capaces de tender la mano y vigilar desmanes. Pero la convivencia se enfanga si intentamos aliviar el dolor azuzando la cólera contra el diferente, el que nos cae mal, esa gente perversa que no es o no piensa como yo. En los dominios nocturnos del antiguo Momo, unos y otros procuran que el señalado sea su adversario —ideológico o íntimo—. Dime a quién culpas y te diré quién eres.


 














COMO EL CARACOL


Sabes...

como el caracol

yo me arrastro por senderos y bosques húmedos.

Sabes...

a veces me desentiendo de todo

y paseo desnudo

y veo la luna

y me agarro a su cintura.

Sabes...

como el caracol,

a veces, yo me siento baboso

y miro al sol y me estremezco

y cuando me invade la niebla

me pongo a temblar sin control.

No es miedo

es un abrazo húmedo y frío

que recorre mi médula ósea.

Sabes...

como el caracol

vivo dentro de mi propio caparazón

y de vez en cuando me muevo hacia dentro de él

y para aislarme de todo lo que hay a mi alrededor.













Sabes...como el caracol

yo me arrastro por senderos y bosques húmedos.

Sabes...a veces me desentiendo de todo

y paseo desnudo

y veo la luna

y me agarro a su cintura.

Sabes...como el caracol,

a veces, yo me siento baboso

y miro al sol y me estremezco

y cuando me invade la niebla

me pongo a temblar sin control.

No es miedo

es un abrazo húmedo y frío

que recorre mi médula ósea.

Sabes...como el caracol

vivo dentro de mi propio caparazón

y de vez en cuando me muevo hacia dentro de él

y para aislarme de todo lo que me rodea.

RECUERDOS FUGACES

 

Como ese recuerdo que viene y a la vez, se va,

que en un momento se queda contigo

y que después, se hace fugaz.

Un recuerdo que te atraviesa 

como un rayo de extraordinaria lucidez,

pero al siguiente segundo,

nunca más lo podrás recordar.



 












Ellos no se conocen

 

Ellos no se conocen

pero ellos dicen, que salen juntos

y se llaman y quedan y vuelven a quedar

y hay días en que se cubren de gloria

y hay otros, en que ahogan en su propia mierda.

Ellos funcionan a su manera

tienen sus reglas

pero ellos dicen, 

que no las tienen.

Ellos proclaman que carecen de prejuicios

que todo o casi todo

lo tienen superado

y juntos dan dos pasos y caen derrumbados.

Ellos gritan al viento

que son más libres que nadie

tan libres como el viento, dice uno

mientras la otra

recoge velas y se rinde ante la evidencia.

Al final, 

ellos nunca reconocerán

que no son nadie

pero a ellos les gusta aparentar

que lo son o que lo han sido.


















Ellos no se conocen

pero salen juntos

y se llaman y quedan

y se cubren de gloria

y a veces, de mierda.

Ellos funcionan a su manera

tienen sus reglas

pero ellos dicen, 

que no las tienen.

Ellos proclaman que carecen de prejuicios

que todo o casi todo

lo tienen superado

y dan dos pasos y caen derrumbados.

Ellos quieren vivir juntos

pero al mismo tiempo...

separados por un tabique de cristal,

viéndose pero no tocándose.

Ellos gritan al viento

que son más libres que nadie

tan libres como el viento, dice uno

mientras la otra

recoge velas y se rinde a la evidencia.

Al final, 

ellos nunca reconocerán

que no son nadie

pero a ellos les gusta aparentar

que lo son o que lo han sido.

DESFILANDO...


 

Jaime Sabines

 

Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio,

lentamente.

Me dijo: ¡vive, vive, vive!

Era la muerte.


 




















Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio,

lentamente.

Me dijo: ¡vive, vive , vive!

Era la muerte.

ESE DOLOR

 

Hay ese dolor que puede con todo,

que anda, que sube,

que baja, que araña,

que se entretiene haciendo daño,

que no se lo piensa dos veces,

que corre, que ríe,

que hace que se olvida

que te retuerce las entrañas,

que te traspasa lentamente,

que te enmudece mientras duele

que te tortura hasta la locura

que te muerde con rabia

que te mete el dedo hasta el fondo de la llaga,

que se queda y hace cama,

que te destruye y te atormenta

que te dice:

"te quiero"

y tú piensas:

"si a éste señor

nunca lo he querido"

y entonces le señalo

la puerta de salida...

Pero claro,

muy pocas veces me hace caso.


 













Alfonsina Storni

 

"Mientras tanto, a risas, por el agua voy.
Y la Tierra vuela rodeando el Sol.
Con la Tierra vuelo, vuelo y vuelo yo.
Risas son mis manos, risa es mi dolor,
risa son mis ojos, risa mi corazón".




 


















"Mientras tanto, a risas, por el agua voy.
Y la Tierra vuela rodeando el Sol.
Con la Tierra vuelo, vuelo y vuelo yo. Risas son mis manos, risa es mi dolor, risa son mis ojos, risa mi corazón".

ME ABURRO POR AQUÍ, ME ABURRO POR ALLÁ...

  Me aburro por aquí, me aburro por allá, haciendo esto o lo otro me aburro igualmente. O sea me aburro por los cuatro costados y me siento ...