SOBRE LA FELICIDAD - Eduardo Galeano.
Y POCO MÁS
Cada vez que te escribo o te dedico un poema
me respondes...con más silencio.
Y está muy bien.
Yo en el silencio
me desenvuelvo como pez en el agua.
Todas las tardes me siento en una bocana del metro
y para llenarme el resto del día de ruidos y chirridos.
Una vez llenado mi depósito de ruidos
tranquilamente me vuelvo a mi silencio.
Apago el volumen,
y cierro los tímpanos.
Escucho solamente lo natural,
el centeno mecido por el viento,
las olas rompiendo contra las rocas,
la lluvia cayendo en el cristal de mi ventana
los crujidos de la leña al ser quemada,
los latidos de mi sangre caliente
y el tecleo de cuando escribo
y poco más...
En el silencio
sólo cabe el silencio
y poco más...
Pier Paolo Pasolini: Ya viniese del cálido mar de Fiumicino o del campo. (Blog "El Poeta Ocasional")
El llanto de la excavadora II Pobre como un gato del Coliseo vivía en un arrabal todo cal y polvareda, lejos de la ciudad y del campo, apretujado día tras día en un autobús agonizante: y cada ida, cada vuelta era un calvario de sudor y ansias. Largas caminatas en la calurosa calima, largos crepúsculos frente a los papeles revueltos sobre la mesa, entre calles de barro, tapias, chabolas encaladas sin ventanas, con cortinas a modo de puertas.. . Pasaban el vendedor de aceitunas, el trapero, de paso desde otra barriada con la mercancía tan llena de polvo que parecía robada, y un rostro cruel de jóvenes envejecidos entre los vicios de quien tiene una madre dura y hambrienta. Renovado por el mundo nuevo, libre —una llamarada, un hálito que no sé nombrar— a la realidad que humilde y sucia, confusa e inmensa, bullía en la meridional periferia le daba un aire de serena piedad. Un alma en mí que no era solo mía, un alma pequeña en aquel mundo ilimitado crecía, nutrida por la alegría de quien amaba aun sin ser correspondido. Y todo se iluminaba por este amor tal vez apenas de muchacho heroicamente madurado así y todo por la experiencia que nacía a los pies de la historia. Me encontraba en el centro del mundo, en aquel mundo de suburbios tristes, beduinos, de amarillentas praderas acariciadas por un viento sin paz siempre, ya viniese del cálido mar de Fiumicino o del campo, donde la ciudad se perdía entre los tugurios; en aquel mundo que tan solo podía dominar, cuadrado espectro amarillento en la amarillenta calima, perforado por mil filas iguales de ventanas con barrotes, el Penal entre viejos campos y amodorrados caseríos. Los papelajos y el polvo que ciego el vientecillo arrastraba de acá para allá, las pobres voces sin eco de mujerzuelas venidas de los montes Sabinos, del Adriático, y aquí acampadas, ya con manadas de muchachos duros y corruptibles estridentes con camisetas harapientas, con grises, desgastados pantalones cortos, los soles africanos, las lluvias alborotadas que convertían en torrentes de fango las calles, los autobuses en las últimas paradas hundidos en su rincón junto a una última franja de hierba blanca y algún ácido, ardiente vertedero... Era el centro del mundo, como era en el centro de la historia mi amor por ello: y en esta madurez que por estar naciendo era todavía amor, todo estaba a punto de volverse claro ¡era ya claro! —Aquel arrabal desnudo al viento, no romano, no meridional, no obrero, era la vida en su luz más actual: vida, y luz de la vida, repleta del caos no proletario todavía, como la quiere el áspero diario de la célula local, la última ola de la revista: hueso de la existencia cotidiana, pura, por ser demasiado cercana; absoluta, por ser demasiado miserablemente humana. |
SÁBADO
Sábado, primer sábado después de mi cumpleaños que fue el día 5 de febrero y ese día el mundo tuvo la mala suerte de saber que en una esquin...

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Yo tenía cinco años. La maestra escribió en la pizarra: "Todos los hombres son mortales". Sentí un enorme alivio, un gran regocijo...