A lo lejos, llueve en el mar,
aunque también llueve dentro de mi,
estoy inundado de lágrimas de cocodrilo,
mis pies son charcos con renacuajos
mis manos son agallas de pez espada,
mis pulmones son pozos de agua
y mi pobre cerebro
es una isla de barro en medio de un mar de penas,
pero aún así y todo,
yo floto y nado
y refloto y levanto cabeza,
mi lucha siempre fue en terreno adverso,
las trincheras en mis guerras
fueron agujeros negros interminables
y mis granadas eran de mano
y siempre estaban a punto de explotar de ansiedad,
hasta que por fin,
explotaban en mil pedazos,
y entonces aquello,
se convertía en la fiesta de la muerte,
la hierba dejaba de crecer,
el trigo languidecía todo sumiso,
las amapolas se doblegaban como velas de ultramar,
el maíz se quedaba sin espigas ni granos
y el cuerpo del humano se convertía en un colador,
mientras la carne era esparcida
por el impulso de la explosión,
muerte y desolación
desolación y flores en el cementerio
y una hermosa lápida sin cruz
pero con nombre en letras de imprenta
y un precioso
descanse en paz
(D.E.P.)

Y aquí estoy yo,
aquí estoy yo en una noche fría del mes de
marzo,
solo y poco acompañado,
(que no...mal acompañado)
alejado del mundanal ruido,
cercano al fuego de la chimenea,
somnoliento por el cambio de hora,
abrumado por la que nos viene encima,
cansado de escuchar mentiras,
harto de los mensajes apocalípticos,
obsesionado con lo que pasará mañana,
preocupado por como quedará el mundo,
desilusionado con lo prometido,
por ratos, tímido y apocado
(cuando soy todo lo contrario),
pensativo y cabizbajo,
dolido y con dolor de estómago,
ardiente por dentro,
por fuera, vestido de duda,
mirando al vecino de enfrente
y por no tener otra cosa que mirar,
me puede el tedio y el aburrimiento,
la nostalgia invade mis terminaciones dendríticas,
y de lo más hondo de mi cerebro,
sacudo los recuerdos para que me llenen de oxígeno
y no...
y no me voy a suicidar,
el suicidio para mi
es una autopista desconocida,
ni sé su entrada ni sé su salida,
del suicidio paso
como paso de la euforia gratuita
y de los días así y así de raros...

Y llegaron los días
en que los paseos desaparecieron,
las tardes se hicieron eternamente eternas,
y en las mañanas el gallo dejó de cantar,
apenas había ruido de coches,
las voces de la calle dejaron de hablar,
los perros callejeros enmudecieron,
al gato del vecino no lo volví a ver más,
y el cielo se vistió de presagio apocalíptico,
parecía decir:
todos estáis condenados
y solo el fuego purificará
vuestras almas inmundas,
el virus que os he mandado
fue el primer aviso,
faltan las tormentas solares,
y el diluvio universal
y entonces y solo entonces,
tendremos asegurado
el silencio total y absoluto.

Estad alerta,
poneros en el disparadero,
de pie y con las antenas puestas,
es más, poneros en postura de ataque
y ojo avizor
pues señores y señoras
el virus está expandido
y se puede y se va a colar por cualquier rendija,
caminamos sobre alfombras virales,
tocamos capas de bichos atormentados,
respiramos ozono
pero aparte de eso
respiramos toneladas de virus asesinos,
que primero se cuelan por nuestras fosas nasales
y que después se adentran
hasta caer en una malla de intersticios y alveolos,
y allí hacen nido y crean su propio hogar viralizado,
por último, se unen entre ellos y hacen piña,
y entonces taponan, obstruyen
y obturan las vías respiratorias
en consecuencia...
viene la disnea o la dificultad respiratoria
entonces el infectado morirá por falta de aire,
y por falta de todo...
morir hay que morir de algo,
pero la muerte por ahogo y por asfixia
debería estar borrada del mapa.