
He vuelto después de tres horas intensas y sudorosas y no envuelto precisamente de sudores ardientes y pasionales, sino de sudores de sobaco proletario, olor ácido y rancio o a meado de rata. Lo de lo sudores no lo soporto, no soporto su tacto húmedo y pegajoso, su olor a churrasco de intestinos y su sabor salado y agrio. El único sudor que admito como agradable es el sudor del follar, donde se mezclan sudores con cuerpos fundidos, donde los olores corporales se rebujan con las esencias amorosas. Y debe ser por el instinto, pues follar es animal e instintivo y un poco o un mucho de animales nos hacemos: nos tocamos y palpamos, nos olemos como animales en celo, nos intercambiamos saliva, nos comemos el uno al otro y suspiramos y gritamos como auténticos cerdos que huelen su matanza.
Y ¿ es esto humano?, y ¿ es civilizado?, o ¿aquí perdemos los papeles?, pues si los perdemos, nos volvemos ciegos de deseo, nos convertimos en pirañas de carne, en lobos, en hienas y en definitiva en animales salvajes. Para después de culminar el acto sexual, volvernos a nuestra realidad humana y cotidiana, vamos a la triste realidad. Pero mientras duró la fiesta, nos hemos dado un viaje del carajo, un viaje al otro lado, al otro lado del instinto y hemos sido auténticos animales desatados. Y el sudor forma parte de esa fiesta, es el flujo que ayuda a acariciar el otro cuerpo y junto a su olor ancestral, ayuda a que uno se excite más y más y más. Uy!! hablando de esto, como me estoy poniendo, tendré que darme una ducha fría de inmediato y calmar mis ánimos guerreros. Es mejor pensar que aún tengo faena pendiente y que hoy es el último día, pero la pajita que me he echado mentalmente no me la puede quitar nadie. Joder, ¡como estoy sudando ahora!.