
Oigo el tintineo de las campanas,
escucho cuatro voces sueltas,
y en el medio un grito de un niño,
y un coche que pasa,
y cambia de marcha,
y voces, muchas voces,
voces huecas e insonoras,
voces que hablan dentro mí,
y que retumban en las paredes intestinales,
y dicen y dicen...,
que es mejor,
y que es mejor que me calle.
Voces que resuenan dentro de mis tímpanos,
voces que me desequilibran
y que me sacan de quicio,
y que también alteran mi líquido cefalorraquídeo,
son voces angelicales y agudas como cuchillos,
voces de cristalera rota,
y son agujas finas y afiladas,
o son de hielo triturado,
pero lo que yo sé,
es que esas voces rompen mi cerebro,
lo rompen, lo destrozan,
y lo hacen hacen trizas,
y al final,
mi cerebro es una masa amorfa y sin brillo.