Sylvia Plath.

 

"Para escribir, lo importante no es hablar de ello, sino hacerlo; por malo o mediocre que sea el resultado, lo que cuenta es el proceso y la producción, no sentarse a teorizar sobre la manera ideal de escribir, o sobre lo bien que una podría hacerlo si realmente se lo propusiera y tuviera el tiempo necesario. «No se escribe para ganarse la vida; se trabaja para poder escribir»"
















LA TERNURA

Sabéis...,
la ternura tiene 7 letras,
podía tener 16,
pero no,
solo tiene 7 tristes letras,
7 tristes y pobres letras,
no es su virtud, la abundancia,
quizás más bien sea, 
su escasez espartana,
su idiosincrasia y su originalidad
su emoción desmedida,
y su rebeldía innata.
No hay contrapeso,
no hay nada que la compense
y sólo tiene 7 letras...
podía tener 16,
pero no,
tiene 7 letras escritas con tinta mágica.

 




¡EXPLOTA!

 Hay un momento en que todo se rompe.
Hay un momento en que todo hace ¡plaf!
y adiós a la mediocridad del flotar,
y adiós... al volver atrás.
Hay algo que explota sin dinamita 
y sin mecha,
destruye los puentes que nos unían,
y rompe los hilos que nos podían salvar.
Explota y nada más,
explota... 
y nos veremos en el juicio final.




"La fiesta de la culpa". IRENE VALLEJO

 

“Yo no he sido”, masculló tu hijo, con un acorde de desamparo en la voz. No le creíste. Estabas segura de haber dejado allí, sobre el escritorio, náufrago en tu borrasca de papeles, el cuaderno con las notas para el próximo artículo. Como la adulta racional y siempre atareada que eres, preferiste la riña exaltada a la serena búsqueda: “¿Cuántas veces te he dicho que no revuelvas mis papeles?”, rugiste mientras te agachabas, blandiendo preguntas acusadoras, a la altura de sus ojos. Empezaste a dudar cuando dos lagrimones rodaron por sus mofletes hasta oscilar suspendidos de la barbilla. De pronto, recordaste que K. había ordenado el despacho, y el cuaderno reposaba tranquilo en la estantería, oculto a tu ciega terquedad. Tu hijo hipaba llorando: acababa de tragar una cucharada de injusticia.
Cuando algo falla y sucede el desastre, ¿por qué extraño motivo esperamos un cierto alivio al responsabilizar a otros? Buscar culpables resulta más apasionante que buscar soluciones. Los antiguos griegos creían en una divinidad llamada Momo, que no tenía más atribución que encontrar faltas en los dioses y los humanos. Momo era hijo de la Noche, la personificación de nuestro oscuro impulso a tomarla con el prójimo. Los psicólogos afirman que no soportamos la incertidumbre, el caos, la imprevisible complejidad de lo real. El pensamiento mágico cree que, señalando nombres y rostros, el mal quedará exorcizado. Antiguamente, los judíos elegían un macho cabrío, lo llevaban al desierto y lo apedreaban para que pagase por los pecados de la comunidad. De ahí viene la expresión “chivo expiatorio”.
Históricamente reincidentes, buscamos a quien endilgar incluso catástrofes fortuitas o desastres naturales. Según cuenta la Biblia, el barco en que huía el profeta Jonás topó, al llegar a mar abierta, con una terrible tempestad. Los marineros decidieron arrojar por la borda, directo a las rugientes olas, a quien hubiera atraído la tormenta. Lo echaron a suertes y la culpa recayó por sorteo en Jonás, que acabó engullido por la ballena. Rifar la condena es una de las fórmulas procesales más delirantes jamás imaginadas. Alessandro Manzoni narró en su Historia de la columna infame un episodio real ocurrido durante la peste de 1630. Una vecina de Milán, precoz espía de balcones, denunció a un hombre que restregaba los dedos contra la muralla. Así nació el mito de los untadores, que supuestamente expandían el contagio con ungüentos mortales en pomos, barandas y muros. Se abrió un proceso en el que se torturó y ejecutó a personas inocentes, cuya responsabilidad era sólo producto de una imaginación aterrorizada. Estas supersticiones no son tan antiguas: hace menos de un siglo, los japoneses acusaron absurdamente del terremoto de Kantō a los inmigrantes coreanos, desatando una matanza que dejó varios miles de cadáveres.
En un episodio de Los Simpson, Homero asesora con cinismo a sus compañeros de trabajo: “Si algo va mal en la central nuclear, culpad al tipo que no habla inglés”. La máxima apela a ese resorte primitivo que sobrevive en nuestras mentes: simplificar la complejidad de las causas convirtiéndolas en culpas. Los atenienses celebraban sus fiestas Targelias con el sacrificio ritual de dos personas acusadas de provocar hambre, sequías, epidemias o terremotos. Las arrastraban fuera de la ciudad para lapidarlas, lincharlas o lanzarlas por un precipicio. Creían que el mal siempre viene de fuera y debe ser expulsado con violencia. Llamaban a su víctima propiciatoria pharmakós, de donde procede nuestra palabra “fármaco”, como si su sangre eliminase la enfermedad. En tiempos de desgracia, es preciso mantenerse alerta, auscultar los errores, esgrimir la crítica: ser capaces de tender la mano y vigilar desmanes. Pero la convivencia se enfanga si intentamos aliviar el dolor azuzando la cólera contra el diferente, el que nos cae mal, esa gente perversa que no es o no piensa como yo. En los dominios nocturnos del antiguo Momo, unos y otros procuran que el señalado sea su adversario —ideológico o íntimo—. Dime a quién culpas y te diré quién eres.


















COMO EL CARACOL


Sabes...
como el caracol
yo me arrastro por senderos y bosques húmedos de mi vida.
Sabes...
a veces me desentiendo de todo
y paseo desnudo
y veo la luna
y me agarro a su cintura.
Sabes...
como el caracol,
a veces, me siento baboso
y miro al sol y me estremezco
y cuando me invade la niebla
me pongo a temblar sin control.
No es miedo
es una sensación húmeda y fría
que recorre mi médula ósea.
Sabes...
como el caracol
vivo dentro de mi propio caparazón.






















CONSTRUÍR ¿EL QUÉ?


Finalmente, sé que no veré todo lo que quiero ver y de lo que puedo ver, también sé que me quedaré sin ver todo en todos sus detalles. Tengo tantos sitios preciosos dentro de mi cabeza, que me desbordan. Tengo rincones, tengo terrazas, tengo maravillosas plantas y tengo unos preciosos acantilados, tengo la luna y en todas sus fases, tengo tus dedos, tengo los míos y tengo el amor que hemos tenido. No pretendo rehacer cosas e historias y porque estoy escarmentado y de tanto intentar volver al pasado, me he quedado desnudo y descalzo. Vamos a ver, si yo he intentado explicarme y de una manera demasiado primaria, pues perdóneme usted y porque a veces lo más primario hace demasiado daño y claro más de 30 años después, todo suena a venganza y a resentimiento. Pues vale, me hago bueno y me declaro, un no resentido. Y todo aquello, que tanto significó en su momento, lo tienes que pasar a limpio y ponerle buena letra y entonces todo aquél daño lo tienes que convertir en algo bueno y positivo. Así somos los humanos de cínicos.

En realidad tampoco me importa tanto aquél pasado y aquella puta historia. Dicen que el tiempo todo lo borra, aunque yo tampoco me lo creo a pies juntillas. El tiempo borra cosas pero también agrega otras y al final el guión de tu vida no está marcado por ninguna historia (aunque por alguna, si lo está) y poco importa ese tiempo pasado y porque importa más el presente del día a día. Yo no quiero darle más vueltas a algunas mierdas que he tenido a lo largo de mi vida y porque a la mierda nunca la vas a convertir en flores que te inunden con sus colores y olores. Del pasado cojo cosas, pero hay otras que enterré 20 metros bajo tierra y ni siquiera dejé la cruz que me indicara que allí se quedaron. No soy de recuerdos que me rompan el alma y los sentidos y soy más de avanzar con lo poco que nos va quedando como herramientas para andar por la vida. Porque señores y señoras, vamos a menos y cuidemos ese menos como un lujo que aún nos queda.

Por tanto concluyo, del pasado me quedo con lo bueno y con parte de lo malo, pero no con todo lo malo, ya que hay cosas que hiciste que te resultan ser inexplicables. Y en esas cosas mal hechas, caben las disculpas y el arrepentimiento, pero desde luego no puedes justificarlas con nada, no hay argumentos, no hay factores externos que en aquél momento te llevaron a ser un cabrón,  no hay un perdona, ni un lo siento mucho y ponte en mi lugar y demás mierdas que se dicen cuando has actuado como un verdadero cabrón. Pero bueno, tampoco te vas a suicidar por ello y entonces de la manera más sentida que puedas, vas a pedir disculpas y aunque sepas que no te van a servir de nada. Después de disculparte a conciencia, extraes lo poco positivo que puedes sacar de esa mala historia. Y con eso es con lo que debes quedarte. En resumen: muy mal rollo por tu parte, disculpas sinceras y a fondo y quedarte con lo poco positivo que puedes extraer. Desde luego no vas a recuperar nada y porque el daño está hecho y además, no hay nada por construír. En sus viejos tiempos lo hubo, pero ahora y por cosas del querer, carece de sentido construír ¿el qué?.





















 

MI IDEA...

Mi idea...
es levantar vuelo cuanto antes
y en cuanto me den permiso las alas, volar.
Mientras tanto
quiero caminar sin hacer ruído
y sin levantar polvo del camino.
Quiero andar despacio,
poquito a poco,
con buena letra
y saboreando el gusto de haberte conocido.
En su momento
fuíste mi compañera de fatigas
y mejor camarada de mis mejores momentos,
aparte y por supuesto,
de haber sido un amor inolvidable.
Mi olvido no está, ni va, contigo.
Te tengo y te retengo.
Te quise y aunque a veces creas que no
te seguiré queriendo.















































ME ABURRO POR AQUÍ, ME ABURRO POR ALLÁ...

  Me aburro por aquí, me aburro por allá, haciendo esto o lo otro me aburro igualmente. O sea me aburro por los cuatro costados y me siento ...