"Tres cosas nos quedaron del paraíso: las estrellas, las flores y los niños."
ESCRIBO
Escribo
porque la realidad me explota
porque la realidad me explota
y destroza mis neuronas
y mis ganas de querer.
Por tanto
o escribo
o me corto las venas
o me cuelgo de un pino.
Al final
elegí...escribir
y pasar un brazo por mi hombro amigo
y decirme te quiero
y a modo consuelo.
Y así y así,
volví a escribir.
NOSTALGIA
El hecho de ser habitados por la nostalgia
demuestra
que el poso que dejan los sentimientos
es nuestra principal fuerza motriz.
Casi siempre de una manera u otra
volvemos al sitio donde nacimos.
Allí, volvemos a jugar al escondite
y recuperamos el sabor que nos dejó
nuestro primer beso.
Después y poco a poco
nos vamos diluyendo hasta hoy en día.
Y entonces
es cuando nos damos cuenta
que somos seres viejos habitados de nostalgia.
MOMENTOS Y RECUERDOS
Y cuantas veces me he dicho: "de éste momento no me voy a olvidar en mi vida" y después pasa que hasta te olvidaste de que dijiste eso. Bueno, la verdad es que si te paras durante un rato y reciclas tus recuerdos, esos momentos vuelven y porque nunca se han ido, eso sí, han estado escondidos, pero creo que al fin y al cabo, siempre asoman su cabeza. Los malos momentos no, los malos momentos siempre están presentes y porque su memoria es poderosa y porque te han dejado cicatrices dentro del cerebro o dentro del alma o dentro de las dos cosas. Y es que tiras un poco del hilo de los malos momentos y salen como putos churros y al final, hasta tienes dificultades para poder acabar con ese chorreo de masoquismo sádico.
Y después están los recuerdos que tienen su lado bueno y al mismo tiempo su lado perverso, peor y malo. O sea recuerdas aquél bonito sitio y con aquellas maravillosas vistas y a la tía que tenías al lado y lo mucho que la querías y venga besos y arrechuchos y cuando estás alcanzando el clímax, vas y le preguntas y por gilipollas: ¿y tú me quieres?...Y bueno ya podéis figuraros la contestación. Yo te quiero pero de una forma diferente y te quiero más como a un amigo y podremos ser dos entrañables amigos y todas esas cosas que siempre se dicen, cuando realmente te están haciendo picar billete. Además, para que mientras encuentra al tío de su vida, tú le sirvas de puta almohada y para que ella pueda llorar un rato y otro rato.
Y claro, si andas un tanto escaso de sentimientos, la respuesta la tomas como más o menos válida y porque, ¡que remedio te queda!. Y tú te quedas con aquél lugar y sitio y porque era el paraíso en la tierra, pero digamos que el globo que tenías con aquella tía, se quedó pinchado y destrozado. O como cuando estabas muy colgado de alguien y la tía va y se empeñaba en contarte en como se lió la manta a la cabeza con otro tío y cuando aún estaba saliendo contigo y mira como fue... y que gracia... y que risa... y además, acabamos follando encima de la mesa de la cocina y en unas posturas inverosímiles...Y tú destrozado y sintiéndote un puto gusano baboso y arrastrado...Claro que para soportar semejante chaparrón de lluvia ácida, tenías que estar colgado muy pero muy mucho de la tía...Y lo digo, porque ahora lo pienso y a esa tía no le quedarían dos telediarios conmigo...pero ya se sabe que en épocas de escasez y hambre hasta una piedra puede saber a gloria. Y a todo esto...¡hay veces en que me cago en mi propia memoria!.
REVOLUCIONARIOS (Gsús Bonilla)
REVOLUCIONARIOS
Hablando de rojos – deduzco –
qué les abrieron el pecho
les extirparan el corazón,
y aún así,
viste? que hijos de puta!
siguen latiendo.
EL "PERO" (Eduardo Sacheri)
“El "pero" es la palabra más puta que conozco -. "te quiero, pero..."; "podría ser, pero..."; "no es grave, pero...". ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es.”
Mi cara
Mi cara
es la cara de un tipo que se asombra
con la metamorfosis de las personas.
Un día, él era así
y al cabo de un año,
le crecieron cuernos y rabo.
Y ahora,
aquél niño tímido y apocado,
se ha convertido
en un tío duro y malvado.
Y entonces, veo el reflejo
de mi cara en el espejo.
TRAFICANTES DE TIEMPO (Irene Vallejo)
TRAFICANTES DE TIEMPO (Irene Vallejo)
Artículo publicado en El País Semanal el 6/12/2020
«Igual que tú, el niño siente la impaciencia del deseo —lo quiero ya—, pero no puede comprender la razón de la prisa. Para qué sirve la rapidez, cuando el placer consiste en entretenerse, remolonear y ser lentos. Qué inexplicables le parecen vuestras bruscas urgencias, los espabila, los venga vamos, los así no llegaremos nunca. Experto en demoras, se recrea en cada juego, en el peldaño de cada escalera, en cada excursión, como una historia interminable. Tu hijo intuye que el amor exige prodigalidad temporal. Si quieres a alguien, le das tu sosiego, tu desaceleración, tu olvido de los relojes.
Sin embargo, tu pequeño sibarita tiene serios competidores: cada instante, los dispositivos digitales y sus voraces pantallas batallan por secuestrar nuestras horas. Los gigantes tecnológicos codician miradas absortas para subastarlas en un frenético mercado de la atención. Las aplicaciones y las redes sociales son gratuitas solo en apariencia. No pagamos por ellas porque el producto es en realidad otro: nuestro tiempo. Hechizados por imágenes palpitantes y estímulos adictivos, regalamos información sobre nuestros gustos, movimientos, opiniones, miserias y sueños. Cuanto más, mejor: alimentamos bancos de minutos y bases de datos que las empresas venderán al mejor postor y que retornarán en forma de publicidad y propaganda personalizadas. Somos nosotros quienes estamos en venta.
En los años setenta, antes de la expansión de Internet y los primeros móviles, un autor de literatura infantil, Michael Ende, escribió una fábula visionaria sobre el saqueo de nuestro tesoro temporal. Los habitantes de una gran ciudad empiezan a recibir la visita de unos misteriosos hombres vestidos de gris, agentes de la Caja de Ahorros del Tiempo. Estos persuasivos recién llegados prometen suculentos intereses a la gente que deposite en su banco las horas ahorradas cada día: en lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente; reduzca el contacto cotidiano con su anciana madre a unas breves palabras; mejor aún, alójela en un buen asilo, pero barato, donde cuidarán de ella; no pierda ni una fracción de sus preciosos días en cantar, leer o en compañía de sus amigos. Los traficantes de tiempo van conquistando calladamente la sociedad, sin ninguna resistencia. La ansiedad, la urgencia y una prisa obsesiva se apoderan de la gente, que sigue ciegamente los consejos de los trajeados hombres grises tomándolos por decisiones propias. “Un negocio difícil, sangrarles el tiempo a los hombres, segundo a segundo. Nosotros nos lo quedamos, lo necesitamos, lo ansiamos. No sabéis lo que significa vuestro tiempo. Pero nosotros lo sabemos y os lo chupamos hasta la piel. Y necesitamos más, cada vez más”. Solo Momo, una niña huérfana que vive entre las ruinas de un anfiteatro romano, y la mágica tortuga Casiopea consiguen desenmascarar y derrotar a los grises banqueros que aspiran el humo de instantes usurpados.
Frente a nuestro empeño en digitalizar la educación, los gurús informáticos de Silicon Valley están criando a sus hijos sin pantallas. En los carísimos colegios privados de la meca tecnológica, los niños hacen sus cuentas con lápiz, cuartillas y arcaicas pizarras provistas de tizas de colores. Algo huele a podrido en California, cuando los propios cocineros prohíben a su familia saborear el mismo plato que nos ofrecen.
En la mitología clásica existió una divinidad llamada Momo, como la niña de Ende. La legendaria Momo encarnaba la burla irreverente hacia todos, incluso contra los habitantes del Olimpo: opinaba con ironía que la creación de los seres humanos estaba sobrevalorada. A su juicio, los dioses deberían haber previsto una pequeña puerta en el pecho que permitiera vigilar nuestras verdaderas ideas y sentimientos sinceros. No imaginaba que, algunos milenios más tarde, regalaríamos con ligereza datos vitales sobre nuestra salud, nuestras ideas políticas y nuestros secretos, auténticas semillas de control. Hoy, esa portezuela que soñó Momo existe, y ciertas empresas la abren para hurtarnos el tiempo y la intimidad con la ganzúa de nuestras horas cautivas».
NACE UN AMOR EGOCÉNTRICO (EL MÍO hacia MÍ))
Vivo entre mis ecos y murmullos,
hablo mucho sólo
me como las uñas hasta rozar el hueso
y cuando me quiero querer
dejo fluir mis sentimientos
y de ahí
nace un amor egocéntrico (el mío hacia mí).
PIEDAD BONNETT
"Para mis días pido Señor de los naufragios no agua para la sed, sino la sed, no sueños sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad".
LAS SOMBRAS...
"Puede que las sombras
estén antes que la luz sol
y entonces, lo que vemos y sentimos
fue concebido en el vientre de la noche más oscura".
Yo pido y exijo
Yo pido y exijo,
pero primero tengo que estar en el sitio.
Yo desde las alturas contemplo la luna,
ella me pide que le encienda las luces del cielo,
y yo como soy gigante
(lo soy en mis sueños)
primero la lleno de sombras y agujeros negros
y después la ilumino con la magia de mis dedos...
Como los erizos (Luis Cernuda)
Como los erizos
"Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.
Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido."
Luis Cernuda
CINCINNATI (Manuel Vilas). Blog "Rua das Pretas"
CINCINNATI
Llegué casi a la medianoche a Cincinnati,
media hora de taxi desde el aeropuerto hasta el hotel,
y las luces de la ciudad al final de la autopista.
Al día siguiente vi el río Ohio y mi alma se alegró.
Desde una colina vi el río dividiendo dos Estados,
a un lado Kentucky, al otro Ohio,
con sus puentes, sus barcos, sus camiones,
y abajo, el agua turbia, y los rascacielos de la ciudad.
Me decía a mí mismo la palabra Cincinnati,
como una oración, como una palabra sagrada
que le robara a la oscuridad un sol merecido.
Llamé a mi hijo pequeño a España para decirle que estaba aquí,
en esta ciudad y al lado de este río,
y nadie descolgó el teléfono.
Vi que llevaba cuarenta llamadas realizadas.
Comí en un restaurante asiático,
comí arroz y un pez de agua dulce,
era un día primaveral, con brisa y luz,
y pensé: ojalá encontrara trabajo aquí,
una casa, una familia, unos hijos, un perro.
Ojalá encontrara aquí un sol merecido.
Y decía todo el rato Cincinnati,
porque parecía una palabra sanadora,
porque parecía una palabra italiana,
porque parecía la palabra perfecta
para decir adiós a quien fui.
Después de comer hice la llamada cuarenta y uno.
Me alojé en el Fairfield, un hotel agradable
en el barrio de la universidad, había gente joven
por las calles, gente alegre, bebiendo cerveza,
di un paseo y otra vez
dije Cincinnati, porque es una fiesta
esa palabra, un desfile de íes que bailan en mi alma.
Quiero vivir treinta años más, Cincinnati,
quiero llegar a ser octogenario.
Necesito toda la vida del planeta Tierra.
No puedo morir ahora,
cuando me quedan tantas cosas por hacer.
Hice otra llamada.
Hola, hijo, estoy en Cincinnati,
es una ciudad preciosa,
¿qué quieres que te compre, cariño?,
terminé diciéndole a la recepcionista
afroamericana del Fairfield en español,
y ella no entendió ni una palabra,
pero al menos me escuchaba,
y me miró con ojos incrédulos,
pero también apenados.
Abril del año dos mil dieciocho,
tengo cincuenta y cinco años,
y dije mil veces la palabra Cincinnati.
Manuel Vilas
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