Como los erizos (Luis Cernuda)
QUE DURA ES LA VIDA
y que ingrata es...
a veces que ingrata es
o mejor dicho
lo es...demasiadas veces.
Y que ojos emitiendo señales como puñales
y que miedo incomprendido hay dentro de esa caja de cartón
color marrón desvaído
y que delimitan una pequeña patria de pobre paria
con futuro de muerto de hambre.
Ese es y será su reino y sus murallas.
Y se debía levantar el mundo
y cantar al unísono un himno por la liberación
y contra la explotación de esos algunos seres humanos...
seres como nosotros
o como aquellos
o seres como él
emite señales solidarias hacia otros cielos,
porque nuestro cielo,
es el mismo infierno.
AÑO NUEVO (Judith Filc). Blog "La biblioteca de Marcelo Leites"
AÑO NUEVO
Realidad virtual
La selva es oscura y calurosa.
Se oye un reptar bajo las hiedras.
Invade un olor a tierra húmeda.
Una mata de verde es un muro.
Dentro del muro hay silencio.
Detrás de él se extiende una pantalla.
Incendio
El fuego brilla y su corazón es blanco como la luz.
Brilla detrás de los árboles despojados,
de la casa raída,
de la playa,
de dos chicos de espaldas.
Brilla contra los camiones,
los helicópteros,
los hombres de uniforme.
Brilla, y su brillo apacigua.
Vejez
Les cuesta abrirse paso.
Tropiezan.
No recuerdan el rumbo.
Necesitan sentarse.
El camino que tomaron no acaba nunca.
Verano
Las nubes se esfuman y revelan
un sol cálido bajo un cielo celeste.
Un celeste persistente.
Persistente.
Sed
El hombre se enjuga el sudor,
junta sus manos en cuenco
y se inclina hacia el cauce.
Y espera.
Pobreza
La tiza traza una línea.
La línea establece un límite.
Nadie lo cruza. Nadie mira dentro.
Nadie sabe qué pasa.
Lo que no se sabe se olvida.
Lo que se olvida se abandona.
Decadencia
Ladrillos sólidos con molduras de oro
y una puerta de madera tallada
ocultan una mesa cubierta de polvo,
dos sillas desvencijadas
y un plato roto.
(Barnacle, 2021-Envío de Verónica Vega)Judith Filc
Judith Filc (Buenos Aires, 1962). Recibió el Doctorado en literatura comparada y teoría literaria en la Universidad de Pennsylvania. Publicó los poemarios Año nuevo (2021), Lagos (2020), Vida en la tierra (2015), Resquicios (2010), El otro lado (1998) y Transducciones (1985). Administra el blog Word Creation/Crear con palabras, donde publica sus traducciones al inglés de poesía hispanoamericana.
Karmelo Iribarren
Sin anestesia. JUAN JOSÉ MILLÁS
Sin anestesiaJUAN JOSÉ MILLÁS - 06/04/2014Cuando usted lea estas líneas, probablemente la pareja de ancianos ya habrá sido desahuciada de la vivienda en cuya cocina aparecen fotografiados. Bueno, avalaron a un hijo que no puede hacer frente a la hipoteca. Si la ley lo permitiera, ellos lo habrían avalado con sus hígados o sus riñones. Todo se andará. Cuando se legalice el tráfico de órganos, el banco enviará un tasador que revisará los cuerpos y dirá:–Tanto, este hígado vale tanto, y este riñón no sé, tenemos que revisarlo más a fondo, pero no menos de veinte mil. Gracias a las vísceras de sus padres, pueden ustedes hacerse con este hermoso piso de 40 metros cuadrados.Si Rosa e Isidre, el matrimonio de la foto, vivieran ya en ese futuro cercano, nos mostrarían ahora sus cicatrices:–Por aquí me sacaron el hígado –diría él.–Y por aquí me sacaron a mí el riñón –diría ella.En vez de eso, nos muestran el lugar del que los van a sacar a ellos, a los dos, sin anestesia. A patadas, con policías disfrazados de Robocop. Los van a sacar de ahí, de esa modestísima cocina en la que quizá hagan la vida para gastar menos calefacción, y menos luz y menos de todo. Piensa uno que el tasador del banco fue un día a visitarlos y que entró en la vivienda y que tomó nota del microondas, y de la pila de acero inoxidable y del mantel de hule… Piensa uno que regresó a la entidad y que realizó un informe y que sus jefes lo leyeron y que con sus garras de buitres y con su pico ensangrentado dieron el visto bueno… Seguro que Isidre y Rosa preferirían que les sacaran el hígado a que los sacaran de su cocina.
COSER Y CANTAR (Irene Vallejo)
Coser y contar
La metáfora del tejido es constante en la creación verbal: bordamos un discurso, hilvanamos ideas, hilamos palabras…

El silencio y el estrépito. Eras solo una niña. Recuerdas a tu madre, después del trabajo, absorta en sus dos mundos cotidianos: los libros y la costura. Con el dedal o la lectura, todo era sigilo. Otras veces, la casa entera temblaba sacudida por ese tableteo entrañable de la máquina de coser o la de escribir. Siempre, el gesto de concentración. Enhebrar el hilo en el ojo de la aguja, fijar los ojos en las hebras de las líneas. Años después, leerías a Carmen Martín Gaite en El cuento de nunca acabar: “Ponerse a contar es como empezar a coser; es ir una puntada detrás de otra, sean vainicas o recuerdos”. Trenzando lana o letras, aquellos gestos paralelos anudaban mundos.
En muchas lenguas, “texto”, “textura” y “textil” son palabras que comparten el mismo origen. La metáfora del tejido es constante en la creación verbal: bordamos un discurso, hilvanamos ideas, hilamos palabras, urdimos planes, nos devanamos los sesos, desovillamos enredos, nuestros relatos tienen trama, nudo y desenlace. El nombre de los antiguos bardos de los poemas homéricos —rapsodas— significaba “zurcidores de cantos”. En las historias más antiguas de la humanidad encontramos el rastro de remotas tejedoras. La mitología griega cuenta la trágica victoria de Aracne, una mujer que componía maravillosas narraciones sobre las páginas en blanco de la tela. Sus obras eran tan bellas que las ninfas acudían a admirarlas. Orgullosa de su habilidad, desafió a Atenea a un torneo de bordado. La diosa representó en su tapiz a las divinidades olímpicas en toda su majestad; la irreverente Aracne ridiculizó al mismísimo padre Zeus en sus torpes atropellos amorosos: Europa, Dánae y otras. Humillada por el descaro y la pericia de la joven, Atenea juró venganza y Aracne, aterrada, se ahorcó. Entonces la diosa la transformó en una araña que, terca, extrajo de su propio cuerpo un hilo con el que crear delicadísimos encajes. Siglos después, en Las mil y una noches, Sherezade diría: “El mundo es como una tela de araña, detrás de cuya fragilidad está acechándote la nada”.
En las culturas tradicionales, los tejidos albergan significados, recuerdos, símbolos, mensajes: son escrituras. Los incas usaban quipus —cuerdas con flecos de distintos colores y grosor— para conservar leyes o leyendas. Sus libros estaban redactados con nudos y hebras, en un código que recuerda al de los ábacos. En el siglo XVI, los españoles, inquietos ante unos textos que les resultaban incomprensibles, ordenaron que los quipus fueran destruidos. Solo se han salvado algunos cientos, aún hoy enigmáticos e indescifrables. La conquista erradicó ese originalísimo alfabeto de hilo, un idioma de redes, secuencias y vínculos que parece anticiparse al lenguaje de la programación informática. Del mundo precolombino sí sobrevivió el telar de cintura, que relaciona simbólicamente el acto de tejer con el parto. Se ata como un cordón umbilical a un árbol, y el cuerpo que lo sujeta se mece moviendo la lanzadera mediante contracciones rítmicas. El parto, igual que la creación, necesita gestos de costurera: se corta un cordón, se cosen los desgarros de la madre y el ombligo se convierte en nuestro primer nudo. Como soñó Remedios Varo en su pintura mexicana Bordando el manto terrestre, el mundo fue —tal vez— engendrado por mujeres que hablaban y tejían.
Una urdimbre íntima entrelaza tejido, escritura y maternidad. En La flor de mi secreto, de Pedro Almodóvar, la cámara retrata a la protagonista, Leo, a través de la máquina de escribir, y su rostro se adivina tras la celosía de las teclas. Después de un intento de suicidio, la novelista regresa a su pueblo natal para recuperar la salud. Arropada por su madre, su cuerpo frágil se dibuja detrás de un visillo con calados. Poco a poco, siente renacer su alegría y su deseo de escribir, sentada en la solana con las vecinas, escuchando sus anécdotas y cantos, mientras sus manos expertas se afanan en el encaje y resuena el traqueteo musical de los bolillos. La algarabía de ese tapiz de hebras y palabras le devuelve a la vida. En la costura, como en la escritura, no hay que dar puntadas sin hilo.
DESDE EL DINTEL DE UNA VENTANA ESTRECHA (Andrea Balbuena). Blog "Azul de Mar"
Desde el dintel de una ventana estrecha Hacíamos el amor en un cuarto tan pequeño que ser uno nunca fue tan cierto. Cuando me fui, las paredes aún jadeaban tu nombre. Hoy hay demasiado mundo, demasiada gente, demasiada ciudad y al parecer solo una calle por la que tú vas a pasar y yo no voy a verte. |
Yo, si viviera en otra tribu
Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...
