La niebla, la añorada niebla, mi vieja conocida y tan vieja como mi vieja existencia. Yo Yo nací entre la niebla, es más fui concebido en ella, en esa noche de primavera y en medio de una nebulosa de alcohol. Allí fui concebido, por un mal polvo, por no sacar la polla a tiempo. Así es de dura la vida, estar vivo por un mal polvo o por mal cálculo. Después viví dentro de la barriga de mi madre durante 9 meses, 9 largos meses, en los que viví plácidamente flotando entre líquido amniótico y sólo despertando por pequeñas sacudidas que mandaba mi madre. Eran como pequeñas convulsiones electrificantes, como intentos de que la placenta se desprendiera del útero, con el fin que el embrión (que era yo), se quedara vacío o simplemente fuera expulsado y cuanto antes mejor que mejor. Vamos, es la simple historia de un embarazo no deseado. Tampoco es tan raro el no ser ser deseado, pero a lo que voy, que siendo yo un huevo embrionario notaba el rechazo, las ondas negativas me llegaban por la sangre materna y toda esa lucha se llevaba en la placenta.
En mi pubertad y hasta los 25 años me sacudí la niebla, me la quité de encima y no por un proceso de un profundo pensamiento, que va, era sólo que fuera y a mi alrededor, había demasiados estímulos para ser vividos. En esas épocas me dediqué a revolucionarlo todo y a vivir a tope y me hice revolucionario. Después de los 25 años y hasta los 35 años, la niebla volvió conmigo. Fueron años de duras luchas internas, de agobios de trabajo, de oposiciones, de más trabajo y de engaños y desengaños, muchos de ellos excesivamente exagerados. Ya digo que por el medio quedaron pequeños claros, que me sirvieron para cargarme las pilas. Pero fuera de ésos períodos volvía la niebla, de nuevo la niebla y las sombras. Las sombras que siempre me acompañaron. Las que me mecieron dentro del seno materno. Las que me amamantaron. Las que me dieron su mano cuando era niño. Las sombras de las dudas en la penumbra de mi pubertad. Las sombras después de la Universidad. Las sombras que me transmitían los pacientes. Las sombras que me iban dejando los muertos. Las sombras de rastros perdidos dentro de mi mente. Las sombras de los amores rotos y destrozados. La sombra del olor de la sangre, de un hueso aplastado y roto y todo su dolor. La sombra de los espíritus. La sombra del viento...
Pero a veces mis fantasmas acuden de nuevo a mi y entonces me cuentan y me dicen los secretos olvidados. Ellos son los que me contaron mis vivencias en el útero materno, en mi infancia, y en el resto de mi recorrido vital y ahora a los fantasmas los veo en los cruces de las calles, en los semáforos y hasta en los ojos de un niño y gritan y aúllan como una sirena de Ambulancia... Fantasmas en procesiones de semana santa. Fantasmas en manifestaciones. Fantasmas de cama y camisón. Fantasmas que no te dejan dormir... insomnio, angustia, y pesadillas. La trilogía del espanto que no te deja dormir, la trilogía maldita. Pero como ya dije antes... mi visión de ahora es otra, tengo buenas vistas y los fantasmas del ayer los tengo sueltos y son libres, porque apenas me hacen daño.