Mañana de lunes y en el horizonte sólo destaca el cacho de empanada que
tengo. empanada mental mañanera y que no siempre es verdadera. Más o
menos como lo de: empalme mañanero no es verdadero, es meadero, pues lo
mismo pero aplicado a la mente. Supongo que a lo largo del día se
aclararán las ideas y podré contaros cosas maravillosas o esa es mi
intención.
A mi me gusta presumir y hacerlo de las cuatro cosas que tengo. Y entre ellas me gusta presumir de mis hijos y me gusta tanto que vuelvo a presumir de ellos. No me aburriré nunca de hacerlo o eso espero. Y hoy es un día muy especial para mi hijo pequeño, es su cumpleaños y cumple 15. 15 años tiene mi hijo pequeño, entonces ¿cuántos tengo yo?, pues tengo 57. Sempre entra la misma pregunta recurrente y a continuación viene la fase compensadora, si en realidad yo no me encuentro tan viejo. Es la evidencia compensatoria, pues evidente es que tienes 57 años y evidente es que después te consuelas o te compensas. Aunque el mejor método era el que empleaba mi madre, se olvidaba de que cada año cumplía años y además en la misma fecha y se olvidaba de paso que los hijos también los cumplíamos. Era simple, si algo te molesta, simplemente lo anulas o lo borras del mapa.
Lo único que de verdad me duele de que mi hijo cumpla 15 años, es que se me escapa y me explico. El vínculo paterno filial es bestial y es dosis dependiente. Con el paso de años desde su nacimiento el vínculo se incrementa y llega a hacerse inseparable, hasta que un día le cambia la neurona a tús hijos y por efecto del subidón hormonal, el padre imprescindible pasa a un segundo plano y sin darte cuenta estás en la cuneta. Después te readaptas a la nueva situación, pero ya no es lo mismo, ya no eres el dios de tús hijos e incluso se pasa una fase de ser el antidios para ellos. La fase de la adolescencia o la fase de las hormonas disparatadas. A continuación el rio vuelve a su cauce y todo se va relativizando. Es una fase dura en la vida de un padre o madre, es la fase de darle el relevo y que empiece a volar por si mismo y esto duele y como duele, tú sólo quieres seguir volando con ellos y por cojones te tienes que parar, si o sí.
A mi me gusta presumir y hacerlo de las cuatro cosas que tengo. Y entre ellas me gusta presumir de mis hijos y me gusta tanto que vuelvo a presumir de ellos. No me aburriré nunca de hacerlo o eso espero. Y hoy es un día muy especial para mi hijo pequeño, es su cumpleaños y cumple 15. 15 años tiene mi hijo pequeño, entonces ¿cuántos tengo yo?, pues tengo 57. Sempre entra la misma pregunta recurrente y a continuación viene la fase compensadora, si en realidad yo no me encuentro tan viejo. Es la evidencia compensatoria, pues evidente es que tienes 57 años y evidente es que después te consuelas o te compensas. Aunque el mejor método era el que empleaba mi madre, se olvidaba de que cada año cumplía años y además en la misma fecha y se olvidaba de paso que los hijos también los cumplíamos. Era simple, si algo te molesta, simplemente lo anulas o lo borras del mapa.
Lo único que de verdad me duele de que mi hijo cumpla 15 años, es que se me escapa y me explico. El vínculo paterno filial es bestial y es dosis dependiente. Con el paso de años desde su nacimiento el vínculo se incrementa y llega a hacerse inseparable, hasta que un día le cambia la neurona a tús hijos y por efecto del subidón hormonal, el padre imprescindible pasa a un segundo plano y sin darte cuenta estás en la cuneta. Después te readaptas a la nueva situación, pero ya no es lo mismo, ya no eres el dios de tús hijos e incluso se pasa una fase de ser el antidios para ellos. La fase de la adolescencia o la fase de las hormonas disparatadas. A continuación el rio vuelve a su cauce y todo se va relativizando. Es una fase dura en la vida de un padre o madre, es la fase de darle el relevo y que empiece a volar por si mismo y esto duele y como duele, tú sólo quieres seguir volando con ellos y por cojones te tienes que parar, si o sí.