Dicen que dos no se pelean, si uno no quiere. Y puede ser que sea cierto, pero no es mi caso o no fue mi caso cuando era un enano de comerse los mocos. Yo siempre estaba dispuesto a pelearme, yo debí haber nacido para darme de ostias con lo que se moviera y con lo que se atreviera a respirar. Y eso que no era un gigante, ni siquiera estaba bien musculado, era un tipo delgado y fibroso, rubio con pecas y con unos ojos fríos como el acero. Los desafíos los olía a kilómetros de distancia, mi olfato era prodigioso para estos menesteres. Claro que lucía varias medallas de mis batallas, alguna cicatriz suelta por mi cara y sobre todo, en mi cuero cabelludo.
A veces hacía recuento de heridas bélicas y para reafirmarme con más fuerza en que era un luchador nato. El miedo no existía en mi vocabulario, miedo lo tendrían otros, pero yo no y además si percibía un poquito, me controlaba y a continuación apuraba la pelea y ya de un salto, directo a su Yugular o sus Huevos. Más bien a sus Huevos, pues yo no era muy alto y no sé porqué pero siempre me tocaba pelear con tíos más altos que yo. Yo cuando peleaba, rugía y rugía como un animal en celo y a veces, gritaba de dolor o porque me excitaba el olor de la sangre ajena o las dos cosas..
Peleas de Cole, peleas de Barrio, peleas de jugar al fútbol o al escondite, el mundo era una contínua pelea. Y es más, si llegaba ensangrentado a casa era mejor que no se enterara mi Madre, pues mi Madre sólo quería saber de las victorias de su hijo pequeño. Me atacaron y me hicieron éstas heridas,
pero Mamá yo les abrí la cabeza como un melón y entonces mi querida Madre se quedaba toda contenta y orgullosa de su hijo. Y claro, mi Madre entonaba su epitafio preferido: "Así me gusta hijo mío, tú lucha que en la vida hay que luchar mucho y sin luchar no eres nadie". Pero yo no luchaba por esto, yo luchaba porque me gustaba el olor y el sabor de la sangre y por cierto..., me sigue gustando.
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A veces hacía recuento de heridas bélicas y para reafirmarme con más fuerza en que era un luchador nato. El miedo no existía en mi vocabulario, miedo lo tendrían otros, pero yo no y además si percibía un poquito, me controlaba y a continuación apuraba la pelea y ya de un salto, directo a su Yugular o sus Huevos. Más bien a sus Huevos, pues yo no era muy alto y no sé porqué pero siempre me tocaba pelear con tíos más altos que yo. Yo cuando peleaba, rugía y rugía como un animal en celo y a veces, gritaba de dolor o porque me excitaba el olor de la sangre ajena o las dos cosas..Peleas de Cole, peleas de Barrio, peleas de jugar al fútbol o al escondite, el mundo era una contínua pelea. Y es más, si llegaba ensangrentado a casa era mejor que no se enterara mi Madre, pues mi Madre sólo quería saber de las victorias de su hijo pequeño. Me atacaron y me hicieron éstas heridas,
pero Mamá yo les abrí la cabeza como un melón y entonces mi querida Madre se quedaba toda contenta y orgullosa de su hijo. Y claro, mi Madre entonaba su epitafio preferido: "Así me gusta hijo mío, tú lucha que en la vida hay que luchar mucho y sin luchar no eres nadie". Pero yo no luchaba por esto, yo luchaba porque me gustaba el olor y el sabor de la sangre y por cierto..., me sigue gustando.
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