Me queda muy poco para romperme definitivamente


 Me queda muy poco para romperme definitivamente,

me quedan dos dientes y cuatro muelas

me queda el viento y el sol naciente

me quedan dos dudas y diez aciertos.

Me quedas tú en el recuerdo

y me queda la duda 

¿de que habría sido de nosotros?

si hubiéramos seguido otro camino.

Pero para dudar hemos nacido,

existimos para eso,

para dudar siempre

y aunque uno piense

que la decisión tomada es la definitiva,

tengo el deber de aclarar

que no hay nada definitivo, salvo la muerte.




















Miércoles 3 de enero


 Miércoles 3 de enero. Es tarde noche y no hace excesivo  frío, pero el menda (que soy yo) tiene igualmente encendida su estufa de leña. No puedo vivir sin ella, estoy colgado de su olor y calor. Unos se chutan droga dura y yo me meto leña en la estufa. Sí, es una colgadera, pero es mucho más sana que meterse droga dura por las venas. Bueno, pues aquí tenemos un nuevo problema, un nuevo problema con el que no contaba y porque ahora estoy pensando en que tengo que vender la mansión en donde vivo y porque se me hace demasiado grande y porque tiene demasiadas escaleras para un pobre viejo y no doy a basto y hay que arreglar esto y después lo otro y lo otro y entro en todo un círculo vicioso del que no puedo salir. Pues vale, supongo que la vendo y así liquido la hipoteca que me queda, le dejo pasta a mi hijo pequeño y a mis otros dos hijos les dejo un pellizquito. Bueno y yo también me quedo con algo y espero que ese algo me sea suficiente para comprar otra casa o piso más adecuada a mis necesidades de viejo. Y sólo tengo una condición, mejor dicho tengo dos condiciones: que no tenga escaleras y que si no tiene chimenea o estufa de leña que se pueda construír o poner.

Una vez probado el calor de la leña, uno se siente incapaz de desprenderse de semejante pequeño lujo. Y como de alguna manera u otra, van a ser mis últimos días o meses o años viviendo en esa casa, tiene que figurar en el contrato que llevo en mi mente, tener una flamante chimenea. Si no se cumple dicha condición no quiero esa casa aunque sea muy buena en el resto de los aspectos. Me encantaría dar con mis huesos en una pequeña casa de campo o de monte o de pequeño o diminuto pueblo. Vivir en ciudad, para mí sería como un castigo. Tráfico, ruídos de motos, de obras, de frenos, de voces que no te dicen nada y vecinos que te miran mal y que tú los miras peor. La ciudad tuvo su momento y me encantaban los paisajes urbanísticos (no todos, claro)...pero en general me gustaba la ciudad con su murmullo chillón y ruidoso. Las luces de la ciudad me chiflaban. Las caras anónimas eran fantasmas encantadores. Y yo era un duende perdido en medio de aquella amalgama indeforme. Me gustaba la ciudad y disfruté de ella todo lo que pude.

Pero en la vida todo evoluciona y transforma y yo poco a poco me fuí marginando y de cada vez buscaba más la intimidad rodeado de naturaleza y por eso y poco a poco me fuí enamorando del campo o del monte e iba a decir, de la playa, pero pasa que esas playas que siempre soñamos, solo existen dentro de nuestra cabeza. Ya no quedan playas vírgenes. Y por eso ahora, solo se puede buscar el campo o el monte. Pero claro, tampoco soy de vivir en el bosque más lejano y porque de vez en cuando necesito ciudad o pueblo. La compra de comida, la leña, el periódico, los libros, el internet y sus películas, el fútbol, el tenis, el baloncesto, las olimpiadas, el tour de francia y no sé cuantas cosas más. Yo quiero morir informado y hasta ese momento seguir disfrutando de todo lo que me brinda la vida. Por supuesto y eso va en el kit de supervivencia: quiero amor y me da igual la forma que tenga. Amor, paz y sinceridad y sobre y por encima de todo, poder morir sin dolor.

















 
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Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...