Antes, el sol salía por Antequera y se ponía por las Islas Cíes (Vigo). En cambio ahora, el sol nace por Es Castell y se pone igualmente, por mis queridas y amadas, Islas Cíes. Pienso que lo realmente bonito del sol en esta Isla, es su salida, su despertar desgreñado y amodorrado, su espléndido amanecer que tiñe de rojo-naranja esa franja en que se besan el mar, el cielo y a veces, la luna. Es impresionante ver como la luz del sol se va extendiendo en forma de manto claro y despampanante y que al mismo tiempo, una mano invisible va encendiendo poco a poco todas las bombillas del cielo.
No desprecio y para nada, los atardeceres, son preciosos. Pero yo tengo grabado en mi retina y a cincel y martillo mi atardecer preferido: los atardeceres de mi ría de Vigo, cuando el sol se acuesta sobre las Islas Cíes. En mi vida he visto atardeceres más bonitos. Si a ello sumamos, que cuando acampábamos entre los pinares de las Islas Cíes y para después trepar hasta el Faro (que estaba en el punto más alto) y quedando nuestros pies colgando sobre un hermoso acantilado con vistas grandiosas a un Atlántico infinito. Pues allí sentados en su borde, hacíamos piña y pasando de mano en mano esos canutillos compartidos. Pues se veía la puesta del sol y también se iba más lejos...y haber quien era el guapo que vislumbraba el afanado rayo verde.
Yo en estado, digamos que normal, nunca llegué a ver ese rayo verde. Pero en estado de alucinación y colocado hasta los huesos, pues creo que sí, bueno yo y todos los que compartíamos ya se sabe qué. Esta era una regla de tres, a más mandanga fumada, más rayos verdes se veían. Es curioso, pero esta moda, también se estilaba en la zona de Cádiz (otro trozo de mi alma). Sólo que allí y dada la calidad del costo o hachís (el moro está a dos pasos), el rayo verde siempre se veía con más grueso pero menos nítido. Podía ser verde, naranja, amarillo y que más daba el color que tenía el asunto y el asunto era que todo al final se convertía en negro y tan negro del ciego que te pillabas.
Pues eso, volviendo a la Isla y a sus amaneceres rojos, como dice una amiga que gusta de bañarse a las siete de la mañana, la vida en el mar se hace de noche. Y ¡!es verdad!!. Yo creo que los humanos cooperamos a ello, aportamos nuestro granito de arena, sino que alguien se sumerja en el mar de noche y de día, y establezca una comparativa y así verá que en la noche todo es quietud y paz (a nuestro oído los peces no hacen ruido) y en el día todo es ruido, ruidos de motores, de risas, de gritos...Sí, nosotros cooperamos a que nuestros peces sean insomnes, les hicimos cambiar su ciclo de vida. A veces, es verdad que pescamos a pleno día, pero yo creo que éstas capturas, son de peces empanados que aún no llegaron a su casa o están bajo los efectos de una noche de juerga o sea, de resaca.
No añoro el mar, sino el Océano. Añoro sus mareas vivas de agosto en el Océano Atlántico, esas mareas más altas y más bajas que nunca, la arena mojada y bañada por el mar, el brillo que emite, la gama de colores y tonos y el olor a algas que va dejando el mar. Dicen que es olor a yodo, yo nunca olí el yodo o sea que para mí, huele a algas y las algas huelen a mar y punto.
También es verdad que añoro la montaña, sus cimas, sus ruidos, sus árboles, su frescor veraniego, sus cencerros, su cielo, sus estrellas, sus colores,... Lo de sus colores ya es patológico, toda mi vida amé los colores otoñales.
Los colores de sus hojas caducas que anuncian su despedida tiñéndose de ese amarillo-ocre-rojizo, que hace contraste con el verde de la hierba fresca y húmeda, siempre salpicada de hojas caducas amarillentas y ocres. Y no podía faltar, el olor a tierra mojada.
Y que decir tiene, los ríos. ¿dónde están los ríos en ésta Isla?. Aquí están muy muy lejos, tan lejos que aquí no existen. Nunca pensé que echaría de menos un río, siempre los tuve de mano en mi Galicia natal, pero allí era más de mar que de río. Pero ahora sí, sí que necesito un río, un río del Norte, de aguas frías y frescas, de cauce abrupto, sinuoso y ruidoso, con su silueta delimitada por filas de arbustos que se inclinan ante su presencia. Busco con tesón un rincón tranquilo del rio, donde pueda escuchar sus sonidos: los pájaros, el viento y el murmullo de sus aguas. Así me dejo llevar y tal cual me quedo medio dormido, pues en éste estado de shock me quedo relajado y muy tranquilo.
"En Menorca vivo, y la llevo en el alma. Pero los otros trozos los tengo en Cádiz y en Vigo". Es decir, mi alma está partida en tres pedazos.