el mío, mi país, no lo es, el mío está pasado de años y de historia al mío,
se le caen los años como peras maduras que caen del árbol, es tan viejo el pobre
que ni siquiera puede comer
y respira muy mal
respira a suspiros.
Mi país es de patrias y patrias por aquí y patrias por allá y más patrias en el más allá, mi país es de himnos y de exaltaciones ardientes y simbólicas, es de romper camisas y de desabrochar los ánimos más exaltados, mi país es de desfilar ante momias disecadas al sol y a ritmo de un himno militar.
Mi país es de ruido de sables y botas
y al fondo, se oye una corneta y es que los colores de las banderas en los desfiles, les hace enardecer sus venas patrióticas, mi país es patria que está de rebajas,
además, está de oferta, se vende al mejor postor, se regala al más entusiasta de entre todos los valores patrios.
El amor al terruño no tiene límites, y algunos presumen de ser ciudadanos del mundo, pero en realidad,
no ven más allá de su frontera, les encantan las fronteras y el sentirse superior a algo,
generalmente, a lo que sea, y yo desde mi país (que no hay otro igual) os concedo mi solidaridad a raudales.
Se respira mejor y más hondo. Hay más espacio entre nuestros cuerpos, hay menos atascos de circulación de ideas,
hay menos gloria pero hay más pequeñas victorias, hay menos entusiasmo ciego y apasionado, pero al mismo tiempo... hay menos giros copérnicos en la espesura del aire, hay menos ángulos muertos e imposibles, hay menos tangentes que nadie entiende. En fin,
hay una larva retorciéndose dentro de mí, el pasado y el futuro retorciéndose ávidamente dentro de mí, devorándolo todo, y a la vez, también, la conciencia del presente y el aquí, lo que debería hacer y no hago, ser y no soy, sentir y no siento, y todo se fusiona aleatoriamente, larvas e insectos, deseos y anhelos, en este pozo sin fondo que es mi cabeza... y están también los traumas y los complejos, los golpes y las heridas, cómo sangran y mediatizan, y tantas otras cosas que no logro conciliar... quiero y no puedo, siento y no siento, gozo y padezco...
Ayer por la noche me quedé pensando en todo lo que había escrito sobre los sudores y de repente se hizo luz en mi podrido cerebro y me vino un fogonazo de luz en forma de recuerdo y en concreto me refiero al aspecto animal que tenemos y que además, somos follando. Si, me vino a la cabeza una persona o mejor dicho una amiga de aquellos tiempos lejanos, cuando se follaba a destajo y que por cierto, ahora no sé nada de ella. Pero a lo que iba, mi amiga follando era una pasada y no porque follara muy bien, que también, sino por su amalgama de gestos, de chillidos, gritos, contorneos que hacía mientras copulábamos o follábamos o hacíamos el amor (esto para los más finos).
Era un compendio de gestos obscenos, lascivos y acompañados de guturales ruidos, gritos y graznidos y tanto lo era...que yo a veces en el medio del polvo me quedaba pensativo contemplándola, como atontado, perplejo, extasiado e incrédulo, e incluso a veces pensaba que a lo mejor estaba convulsionando o a punto de estarlo. Me quedaba tan colgado de su numerito, que a veces hasta me olvidaba de que yo también estaba follando. Y yo pienso que ella lo percibía y se daba cuenta de que me había ido del coco y entonces reclamaba con un más y más y más... y eso volvía activarme, pues el más, era un activo que estimulaba mi cuerpo. Aunque no sé muy bien para qué, pues ella se lo guisaba y ella solita se lo comía, yo sólo ponía el palo o la estaca de carne dura y prieta, sobre la que ella daba vueltas y más vueltas. Vamos que yo era el eje y ella el globo terráqueo.
Y los labios entreabiertos y asomando la lengua y relamiéndose y los ojos en blanco y la mirada de loca y de tal profundidad que te taladraba los sentidos. Y los espasmos de cuello y de músculos y las contracciones uterinas y los contorneos de cintura y un gesto muy de ella, se llevaba las manos al cuello y hasta la nuca, y después y de un sólo golpe se levantaba el pelo hacia delante. Era como para sentarse a verlo y si podía ser con un cigarrillo encendido y eso era lo que me pasaba en mis lapsus, que me sentaba mentalmente a mirar el espectáculo.
Y lo más curioso de todo, es que ella estaba encantada conmigo, decía yo que follaba como un ángel. Si follar era simplemente poner el palo de carne prieta y dura, lo ponía y con todo mi entusiasmo y aguantaba bastante sin correrme. Y si aguantaba bastante, no era porque pensara en como se hacía una tortilla (cosa que hacía muchas veces), con ella no hacía falta, pues con sus espasmos, gesticulaciones y gritos, yo me enfriaba un rato, mientras la contemplaba y así mantenía el equilibrio perfecto. Me enfriaba un rato y después me volvía a concentrar en el asunto,. Un polvo de sube y baja.
En conclusión, lo que le pasaba a mi amiga era que le encantaba follar como una loca y yo sólo era el psiquiatra que le abastecía con su propia medicina. Son terapias naturales y sin necesidad de ningún tipo de medicación ni droga blanda ni droga dura. Así a lo bravo.
El otro día me escribió una buena, entrañable y mejor amiga y entre otros temas se despedía de mi, diciéndome "viejo pellejo" y tal como yo me defino y añadía que ella no me veía así y seguro que los demás tampoco. Gracias por tu buena intención, pero yo si me veo así, "viejo pellejo" y es más, lo reivindico y lo reclamo. Por eso me declaro fundador del FLV (Frente de Liberación de los Viejos) y no confundamos viejo con el término "tercera edad". De tercera edad, nada de nada. Yo aceptaré lo de tercera edad en la medida que se aplique a todos los demás y me voy a explicar. Cuando a cambio de jóvenes, se diga primera edad y cuando a cambio de señores y señoras, se diga segunda edad y entonces si que aceptare y aunque sea lo aceptaré a regañadientes (la verdad, es que tampoco se me va la vida en ello). Pero en el fondo más oscuro, no me gusta nada esa denominación de origen, me parece demasiado correcta políticamente hablando o sea me suena a Zapatero y a su terminología siempre correcta y después que me suena a cursi. Insisto, igual que Zapatero y su puñetera ciudadanía siempre correcta y su estado del bienestar que después, no lo fue tanto.
Yo reivindico todo lo que suena y es viejo y añejo. Reivindico la arruga siempre bella. Las bolsas de ojos (ojeras todo pellejas). La piel seca y arañada por gatos con uñas afiladas. Las cataratas del Niágara. El estreñimiento crónico y todas las conversaciones que generan (los viejos pellejos siempre hablamos de nuestras cacas y si hoy hice o no hice y como lo hice y si fue blando o duro). La sordera de tapia vieja. Los pañales que lo absorben todo o casi todo. Las dentaduras postizas y su mejor pegamento. El comer a hurtadillas y siempre a deshora. Las bolsas de orina y de colostomía y perdonadme si me olvido de algo. Todo esto aderezado de la sapiencia que da la experiencia, hace que los viejos pellejos sean seres atractivos, sabios, entrañables y un poco o un mucho arrugados (pero ya dije, que la arruga es bella).
Es hora de cambiar las tornas y que los telediarios de la tele, los den viejos sin dentadura y con la bolsa de colostomía encima de la mesa. Igual pasaría con los presentadores de programas, con los actores y hasta con los médicos. En fin, con todos los estamentos sociales y hasta pasaría con el Gobierno, un gobierno de sabios y decrépitos viejos, lo haría mucho mejor que el actual Gobierno. Los viejos tenemos menos necesidades y caprichos y con la paguita nos llega o casi, por tanto no tendríamos tantas pretensiones por hacernos ricos y por ahí ya nos aseguramos que no hubiera tanto choriceo. Y seremos lentos o más lentos que el resto, pero os puedo asegurar que somos mucho más seguros en todo.
¡Vivan los viejos pellejos!...¡Viva el Frente de Liberación de los Viejos! (FLV),.. ¡coño!.
Volver a Folégandros siempre es una fiesta. La pequeña isla en medio del Egeo mantiene un encanto especial, a pesar de que el turismo la cerca y la convierte en demasiado multitudinaria. Este año, a causa de la pandemia, la isla está inusualmente vacía sín las aglomeraciones de los últimos tiempos. Pero no creo que eso nos deba alegrar, porque el motivo es nefasto; hay cosas que no tienen vuelta atrás, y la prefiero más llena y sin pandemias.
¿QUÉ FUE LO QUE ME ATRAJO DE FOLÉGANDROS?
¿Qué fue lo que me atrajo de Folégandros?
¿El recorrer la Jora que no tiene peldaños, la de las siete plazas entre viejas capillas donde cenas y compartes las copas con las flores y estrellas?
¿O fue el Kastro, el castillo habitado, el de la calle-patio y estrechos pasadizos del tiempo detenido e historias de piratas, que tiene por muralla la roca vertical?
¿O esa bahía a la que llaman “la estación de los barcos”, donde conviven veleros, ferrys y bañistas frente a la casa blanca que está rozando el agua y la luna que crece con su estela en el mar?
¿O el blanco monasterio que preside la Jora en la colina, junto al acantilado, con su largo camino de zigzags y escalones desde donde contemplo como se oculta el sol?
¿O el resto de la isla cuajada de bancales en la que ves azul a babor y a estribor, y donde todavía encuentras “kalderimia” con burros que transportan la vida en sus alforjas?
Supongo que sumé algo de cada cosa en los lejanos tiempos de ser bisoño en islas, de descubrirlo todo porque sabía muy poco. Luego “Fole” se fue turistizando, yo repetí visitas y comencé a sentirla de forma diferente, aunque tengo por ella un enganche especial que siempre la sitúa en mi póker de ases.
Este año es distinto, el miedo y la pandemia han dejado a la isla con mucho menos público y vuelve la visión de los tiempos pretéritos, sin aglomeraciones ni en su calles ni playas. Por una vez, quizá deba ser cierto
que “del mal surge el bien”, pero no, eso no es cierto, la prefiero normal
y me sería muy triste dar por buena esta imagen antigua que nos muestra Folégandros.
Las Joras (χώρες) son las pequeñas capitales de las islas, de calles y casas blancas, normalmente escalonadas (excepto la de Folégandros) y situadas sobre alguna colina para defenderlas de los antiguos piratas. Los Kastros son los castillos o zonas amuralladas que presiden las Joras y que han sido reconvertidos en viviendas. El puerto de Folégandros σe denomina Karavostasis (Καραβοστάσης) que en griego significa "estación de barcos". Se denomina kalderimia (καλδερίμια) α los antiguos caminos de herradura empedrados que recorren las islas.
Este poema es mi pequeño homenaje a esta isla a la que he vuelto muchas veces desde la primera vez que la visité hace dieciséis años. En esa primera visita ya le dediqué un poema a "Folégandros" y otro unos años más tarde "A pesar de mis quejas, no se está nada mal aquí en Folégandros" . Los años pasan y se va aumentando el inventario de islas, pero algunas dejan un poso especial en nuestros recuerdos y en los deseos de repetir. Aquí tenéis unas cuantas fotos para abrir boca
Se acerca el final del verano en el hemisferio septentrional, y esta efemérides astronómica va a marcar muchos cambios en este agitado año 2020.
Las inquietudes de muchos están centradas en el impacto que el cambio de estación tendrá sobre la propagación de la CoVid en los países del norte (y también se dilucidará si, con suerte, la llegada de la primavera austral supone una mejora de la situación en los países del sur). La pandemia de este nuevo virus ha puesto patas arriba nuestro mundo, agravando la crisis económica que de todos modos tenía que sobrevenir. La angustia personal de las personas económicamente más vulnerables y la inseguridad que ha generado este evento inesperado han favorecido el afloramiento de discursos simplistas y falaces de escasa base científica y contraproducentes para lidiar con las dificultades del momento.
Pero mientras se discute intensamente sobre los galgos y los podencos de la CoVid, muchos otros fenómenos de impacto telúrico sobre nuestro mundo tienen lugar de manera bastante acallada.
La caída del sector petrolífero estadounidense es muy relevante porque, como comentábamos recientemente, la producción de petróleo de todo el resto del mundo lleva estancada desde 2015. Pero ni siquiera se puede echar la culpa de todo este hundimiento económico a la CoVid: lo cierto es que en EE.UU. las quiebras de compañías petroleras son muy onerosas desde al menos 2015, aunque bajaron desde 2016 gracias al apoyo de la Administración Trump.
Y ahora que el fracking muerde el polvo se empieza a hablar más alto y claro de las consecuencias del frenesí de la última década, y en particular el envenenamiento masivo de las aguas subterráneas. Pero ahora ya es tarde para lamentarse.
La debacle no acaba aquí. Con la actual crisis económica y caída de la demanda, la degradación del sector petrolero está tomando una aceleración que va mucho más allá del ruinoso fracking estadounidense. A mediados de agosto quebró Valaris, la mayor compañía del mundo en operaciones de pozos de petróleo en el mar. La mayor compañía mundial de servicios al sector petrolíferos, Schlumberger, despide 21.000 personas y reduce drásticamente sus actividades. Y una de las grandes compañías petrolíferas del mundo, Shell, se ha visto expulsada del Dow Jones después de un siglo formando parte de ese selectivo índice bursátil. Los días de gloria de la industria del petróleo quedan atrás, y no volverán. Y con la caída de la industria del petróleo, no hay esperanza para la recuperación de la economía.
Tan grave es la situación del sector del petróleo, y tan incierto el mercado de la energía, que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha tomado dos decisiones sin precedentes con respecto a su próximo informe anual, el World Energy Outlook 2020. Por una parte, adelante su publicación un mes (saldrá el 13 de octubre). Por la otra, aunque mantengan la proyección temporal de sus escenarios de previsión en los próximos 25 años, el foco de la discusión se centrará en los próximos 10; más aún, ofrecerán datos detallados de esos escenarios (que yo analizaré gustoso cuando llegue el momento). Tal cambio de perspectiva en la predicción es un claro indicio de que estamos en un punto de transición: en cualquier sistema físico, un cambio de fase significa un límite en el horizonte predictivo. La nueva estrategia de la AIE es un reconocimiento implícito de que, llegando al peak oil, no se pueden hacer predicciones a largo plazo. Forzada por las circunstancias, la AIE reconoce, a su manera, que estamos en el umbral de un cambio de grandes dimensiones.
Y si mala es la situación en el sector de la energía, que alimenta a tantos otros, ¿qué decir del resto de actividades económicas? En España el tráfico áereo se ha reducido a menos del 10% de lo que llegó a ser (sí, una caída del 90%), y en el mundo en su conjunto se le estima una caída de alrededor del 60%, en consonancia con la caída del turismo mundial. El sector del automóvil (principal manufactura de los países más desarrollados) registra un hundimiento de más del 95% en Europa y del 90% en EE.UU. Y todo así. Se intenta mantener una apariencia de normalidad, pero cuando en octubre se proyecten los balances anuales, muchas compañías de todos los sectores económicos y de todos los países quebrarán, con consecuencias funestas. Estamos en medio de una crisis económica que hará palidecer a la del 2008.
Esta hecatombe económica, tan profunda y tan rápida, obviamente está creando una oleada de pobreza y riesgo de exclusión. La tensión social va a ir creciendo, inevitablemente, en los próximos meses, y si no se gestiona correctamente se pueden crear nuevos problemas de inseguridad ciudadana, sobre todo en aquellos países con menores sistemas de protección social...
Y en el Ártico, la evolución de la extensión del hielo marino ese año se ha parecido mucho a la del 2012, año que marcó el mínimo por culpa de una tormenta persistente que destrozó grandes extensiones de hielo (circunstancia que no ha concurrido este 2020).
Y así todo; las noticias ambientales tampoco dan un respiro.
Como ven, el mundo parece ir de mal en peor, en un proceso que no acaba de comenzar, sino que lleva ya años e incluso décadas de desarrollo.
Delante de este caos creciente (y recientemente acelerado), no es raro encontrarse con dos posiciones extremas, opuestas pero paradójicamente con un nexo común. Una de esta posturas es la habitual entre los neoliberales y anarcocapitalistas: lo que sucede es normal y todo se autorregulará, típicamente gracias al mercado y al ingenio humano. La otra postura es más del gusto de los amantes de las teorías de la conspiración: todo lo que sucede es fruto de un plan malvado, ideado por odiosas corporaciones.
Ambas ideas pecan de simplistas, de negar la existencia del caos en el orden establecido. En ambos casos existe la ilusión del control, la idea infundada de que alguien está al cargo y, o bien ya se encargará de arreglarlo todo (según los primeros), o bien es el culpable de que todo haya ido mal (según los segundos). En ambos casos la idea de que hay cierto control es reconfortante, incluso en el segundo: es preferible creer que todo esto es orquestado, porque así habría alguna posibilidad de reconducir la situación. Alimenta esta segunda posición el hecho cierto de que los grandes poderes económicos se aprovechan de situaciones como ésta para aumentar su riqueza y su poder; pero de ahí a creer que todo es un plan perfectamente preparado media un abismo total. Por ejemplo, en el caso de la actual pandemia de CoVid-19, pensar que el virus fue preparado en un laboratorio para causar la situación actual no tiene ni pies ni cabeza: como arma biológica es una auténtica birria, con su baja mortalidad; como mecanismo de extorsión económica tampoco es muy eficaz, porque al final acaba afectando a todos los países y no puedes evitar infectarte tú mismo. Y sin embargo hay un montón de gente que insiste en que todo responde a un plan, porque en el fondo les da mucho más miedo que no haya un plan y que en realidad lo que tenemos son las limitaciones que nos imponen el mundo físico y la cutrez gestionando las crisis habituales al género humano.
Nadie está dirigiendo la desbandada de las compañías petrolíferas. No hay un plan para rentabilizar el hundimiento de la industria automovilística. No se están consiguiendo beneficios con el parón de los aeropuertos. Nadie gana con el desastre ambiental.
No hay nadie al timón. En primer lugar tenemos que entender esto. No para cambiar el rumbo, sino para tener uno.