ALEJANDRA PIZARNIK


 

José Luis Sampedro


 El arte de la vejez es arreglárselas para acabar como los grandes ríos, serena, sabiamente, en un estuario que se dilata y donde las aguas dulces empiezan a sentir la sal y las saladas, un poco de dulzura. Y cuando te das cuenta ya no eres río sino océano. Eso es lo que pretendo.


Yo tengo un pacto con el diablo y la muerte


 Yo tengo un pacto con el diablo y la muerte

el día en que la muerte venga a por mí 

no le diré que no, 

no le diré que no me quiero ir

no le rogaré de rodillas que me de más vida

pero tampoco le pediré perdón por mis actos y hechos.

Una por otra

yo acepto la muerte porque la llevo dentro desde que nací

solo que estando vivo me molesta el tener que pensar

en la tierra húmeda y fría que me rodeará con sus brazos

y de solo pensarlo

me entran escalofríos y me da pavor.

No tengo miedo a la muerte

pero sí al hecho de tener que morir.

No tengo miedo al diablo

pues un pacto es un pacto que se debe cumplir

yo por mi parte he cumplido en vida

soy más diablo que buena persona

fuí un gran pecador

no he aceptado muchas normas impuestas

la rebeldía presidió mis causas

y nunca dejé de luchar por las causas perdidas.



















Viejo, ¿viejo yo?.


 Viejo, ¿viejo yo?.

Pues si señor, estoy empezando mi etapa de viejo y al decir esto que estoy diciendo, al mismo tiempo me siento aliviado conmigo mismo y porque simplemente me hago la idea de que estoy viviendo mi última etapa vital y que no hay más. Digamos que estoy empezando a sentirme viejo de cuerpo, aunque relativamente, pues voy al gimnasio 3 o 4 veces a la semana, juego al padel 2 o 3 veces y todo lo hago a mi nivel, quiero decir que no lo hago como pudiera hacerlo un chaval de 20 o 30 años, sino que lo hago como puede hacerlo un viejo de 69 años que quiere mantenerse lo mejor posible y porque le gusta y le encanta vivir. Y ¿viejo de alma y mente?...¿qué me puedes decir a eso?. Pues de mente tengo mis pequeños y grandes lapsus, que podían ser achacables a la vejez propiamente dicha, pero resulta que a lo largo de toda mi vida he padecido de lo mismo que ahora estoy contando, olvidos pequeños y olvidos a lo bestia, inmensos lapsus, páginas de mi vida en blanco y hasta casi no acordarme de como coño me llamo, que si Bruno que si Javier. Estoy acostumbrado a vivir en el olvido de mis propios hechos, no de todos pero sí de algunos. 

Mi alma, mi pobre alma está más viva que nunca, está casi tan viva como cuando uno está enamorado de otra persona, pero en mi caso, sin estarlo. Y que ahora no vengan los mal pensados y me quieran atacar por el flanco "de que sólo me quiero a mi mismo" y es que puede que sea algo egocéntrico, pero no llego al punto de enamorarme de mi mismo y porquee no, porque tengo defectos y taras que no me gustan ni un huevo.

Yo me quiero, yo me amo...pero no he perdido mi capacidad de poder amar a otras personas. Por lo tanto, me interesa el hecho de seguir amándome pero tanto como me interesa amar a otras personas. Yo no busco mi soledad para sólo amar a mi ombligo, sino que lo hago para poder comprender al mundo que me rodea y para eso necesito mantener con el mundo, cierta distancia en general. Aunque también es verdad que me siento a gusto instalado en mi propio mundo donde el mar siempre está muy cerca, donde la luna siempre está llena y donde la lluvia y el viento casi siempre están presentes. Sol hay poco, luz hay mucha, digo muchísima y las tardes son hermosas, apacibles y tranquilas. Las vistas desde aquí son maravillosas y el verde es mi color dominante, aunque el azul no se queda muy lejos del primero. Mi mundo es otoñal e invernal, de sol suave y de lluvia fina y persistente. Me encantan los claroscuros, los contrastes y los atardeceres.















 

QUE LO INJUSTO...


 

Joan Manuel Serrat | Aquellas pequeñas cosas


 "Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.
Como un ladrón
te acechan detrás de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve".


EL OLOR A INCIENSO

 

Y mira que en el día de hoy (por estar en el medio de la Semana Santa), debía estar de procesiones y porque ahora me llega el olor a incienso y eso me pone y me pone como una moto a toda hostia. Me entran ganas de vestirme de capirucho y de hacerme una larga toga con la colcha de mi cama o con la misma cortina. Y es que el olor a incienso, es como la llamada de la selva y me siento como Tarzán en medio de su selva y en busca de su mona Chita. Y yo tengo muchos recuerdos de la Semana Santa y bondadosa... y todos son malos y horribles y todos son profundamente oscuros, tristes y siniestros...y me acuerdo que llovía siempre y que las calles reflejaban las luces de las farolas y como salidos de una profunda boca negra, salían las Procesiones y con un gran santo bajo palio y detrás, las putas autoridades que destilaban mediocridad y más por detrás, mogollones de capiruchos y mucho más detrás, iban los más colgados: los que andaban de rodillas, los que se daban de latigazos, los lisiados que rogaban que obrara un milagro que les curara.
A mi siempre me pareció el paso de la muerte y porque todo olía a muerte e incienso y si a maldito incienso...y ese olor y eso que han pasado siglos por el medio, aún me llega ahora. Y me acuerdo de aquellas tardes de Semana Santa y como si fuera ahora y me acuerdo que se cerraba todo a cal y canto y ni cine y ni salón de juegos y ni siquiera una pobre y triste cafetería y porque en la procesión teníamos que ir todos y sino íbamos, pagábamos con nuestra penitencia de pecadores...y claro y que remedio tocaba, pues a ver los procesiones y porque era en el único sitio donde había gente, gente oscura y siniestra, pero gente al fin y al cabo.
Mis 12 o 14 años fueron mis Semanas Santas más jodidas, bueno y así fue, hasta que descubrí que no estaba prohibido ir de acampada y porque desde ese momento se me abrieron los cielos y se me cerraron los infiernos y cuando llegaba Semana Santa yo estaba de acampada y si me preguntaban mis padres ¿porque me iba?, decía que era porque necesitaba meditar en las oscuridades de los pinares y eso sí, muy cerca del mar...y porque en el fondo a ellos les daba igual y si así me quitaban del medio 5 o 7 días, mejor para ellos (y también para mí, claro está). Tampoco mis padres eran mucho de procesiones, eran y no eran o sea cara afuera, lo eran y cara adentro, no lo eran...pero creo que en éste aspecto les fue muy bien con el eran y el no eran. Yo no, yo pronto aprendí que mis mejores procesiones eran de noche y alrededor de una preciosa hoguera y el dejarme llevar por mis pensamientos sobre como interpretaba el mundo, que supongo que serían los mismos o parecidos a como los que tengo ahora, sólo que de aquellas carecía de intérprete y pàra que el resto del mundo me entendiera un poco más.

































Leila Guerriero ( Antes)


Antes de que todo esto se termine. Antes de que cierren la casa y vendan los muebles y regalen los libros. Antes de que se repartan los cosméticos y los zapatos. Antes de que arrojen las cacerolas a la basura. Antes de que vacíen las alacenas, de que se lleven las especias, los fideos.
Antes de que se terminen los días felices y las tardes de domingo. Antes de la última de las madrugadas. Antes del final de la angustia. Antes de que se acaben el sexo sin amor y el amor sin sexo. Antes de que la ropa se pudra en los placares. Antes de que descuelguen los cuadros y cubran los sillones con lienzos y cierren las ventanas para siempre. Antes de que quemen las fotos.
Antes de que se resequen los felpudos, de que se oxiden las cortinas en sus rieles. Antes de que se terminen la curiosidad, los huesos, el hígado y las córneas. Antes de que se sequen todas las plantas del balcón. Antes de que no haya más nieve, ni colores, ni trópicos. Antes del final de todas las selvas, de todos los mares, de todos los reflejos en el agua. Antes del último poema. Del final de las veredas y las calles. Del fin de todos los paseos. Antes todas las ciudades y todos los cafés con vidrios empañados. Antes de la cancelación de todas las discusiones, de todos los argumentos, de toda la furias, de todos los desprecios. De todas las metálicas ansiedades. Antes del fin de los gritos, de la desolación y de la culpa. Antes de la última agenda, del último viernes, del último bar, del último baile. Antes de que se apaguen todas las cúpulas y todas las pantallas. Antes de que las polillas se coman
los restos de la lana y de la almohada. Antes del final de las mascotas. Antes, mucho antes: hay que vivir. Pero ¿cómo? ¿Cómo? «Qué admirable / el que no piensa “la vida huye” / cuando ve un relámpago», escribió Basho.
Admirables los que están en el tiempo sin pensar en él.




























Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...