LA MONOTONÍA

Hoy es Martes y día 20 de Enero, joder que llevo todo el día pensando que es día 21 de Enero, que tampoco pasa nada, pero me da rabia. Porque yo aunque pase de calendarios, de días y de fechas, necesito un poco de orden dentro de mi cabeza, necesito saber por ejemplo, cuando tengo que currar. Si yo aspiro a hacer bien las cosas, tengo que imponerme un poco de orden en mi coco y claro, llegar puntual al trabajo y en el tajo, currar como el que más.

Pero no en plan gilipollas y que aquí me las den todas. Currar por currar, no. Ahora currar por obligación, pues tampoco. Currar con cierto gusto, currar con ciertas ganas, currar porque me gusta currar de médico. Aunque a veces tengo síntomas de saturación, aunque a veces acabo hasta los mismísimos cojones del tema, aunque a veces prefiero ser el Brujo de la tribu que el médico, pues a pesar de todas esas veces, yo me reivindico como médico. Debe ser que la llamada de la sangre es más fuerte que todo eso.

Y reconozco que a veces se pone la cosa muy cuesta arriba y sobre todo se pone, porque en esas veces, yo peco de monotonía. Ya se sabe, el parado tieso que no respira, el asmático que le falta el aire, el epiléptico que convulsiona, el diabético que se hinchó a comer pasteles, el que quedo hecho papilla por la hostia que se metió con su coche, el que alucina por colores y en cuatro dimensiones, la que esperó hasta el último segundo para parir y lo hace en su puta casa, el que se atraganta comiendo por su lujuria lasciva. Yo que sé, pues todos estos casos, se repiten y repiten y ahí, es donde entra la Monotonía.

CELOS

Yo me acuerdo que cuando follaba me gustaba mucho que me dijeran, ¡qué bien lo has hecho! y ya era la hostia si me decían, ¡nunca he disfrutado tanto como contigo!. No sé, te subía el ego y te sentías el Cid Campeador. Ahora no, ahora prefiero que no me digan nada, porque no me lo creo y porque ya no tengo esa necesidad de sentirme el Rey León, ahora me conformo con sentirme felino como un lindo gatito. Y no sé el porqué antes necesitaba que me dijeran que era una bestia folladora, supongo que todo es producto de la inseguridad.

Supongo que el sexo me daba placer y miedo y por ese miedo, necesitaba considerarme el primero, el número uno, el campeón del Olimpo. La inseguridad necesita de cosas agrandadas y deformadas. Y ese miedo se mezclaba con el mundo de los celos, con esa vieja bruja, que se llama celotipia y que casi todos algún día padecimos. Y los dos, el miedo y los celos, jugaban contigo, un poco de miedo y otro poco de celos y al final, todo se complicaba y ya no sabías si querías a esa persona o si en realidad, la odiabas.

Los celos deshacen los vínculos del querer. Los celos son subjetivos, porque eres tú el que los vives y eres tú el que te comes los cuernos, si realmente había cuernos por el medio. Porque los celos son como una telaraña que todo lo enmaraña y al final, se hacen los dueños de esa relación y donde había mutua confianza, después hay mierda ácida y corrosiva. Hay gritos desgarrados, hay sufrimiento sin razón, hay muchas situaciones inventadas. En consecuencia, esa relación se convierte en una batalla sin saber quién coño es el enemigo y no te das cuenta que el enemigo lo llevas dentro o sea, que te conviertes en un poseído por los celos.

DOLOR DE CABEZA

Hoy si pudiera intercambiar mi cabeza con alguien, lo haría sin pensarlo dos veces. Ofrezco mi cabeza llena de ideas, por otra que carezca de dolor, y me vale hasta la cabeza de cualquier atontado. Total con dolor de cabeza, eres un inútil, eres un saco de mierda, eres un zombi en pleno mono. Y no sigo, porque cuanto más insulto, más me duele, pues ella también su punto de orgullo y se venga de mi, latiendo con más fuerza. Un san Ibuprofeno y un poco de Coca Cola y al carajo el dolor de cabeza.

Santa receta la mía y lo de la Coca Cola no tiene nada que ver con la cefalea, pero aprovecho y me echo un traguito que me gusta mucho ese brebaje y además dicen que con la Coca  Cola te crece la pirola y yo por si es verdad, la bebo de continuo. En realidad cuando estamos o nos sentimos malos, somos carne sufriente y quejosa y ay! me duele aquí y ay! no me toques que me sube la bilirrubina y después cago fatal. Ñoñerías, todo son putas ñoñerías o todo son llamadas de atención.

Porque si realmente te duele algo, pues es muy sencillo, quédate en casa y en la cama y ya está. Pero sin quejarse el ser humano no vive, hay esa necesidad de sentirse víctima, del pobrecito de mi que mal estoy o que mal me encuentro y de sentirse el centro de la tribu, aunque sea por un momento tienes esa necesidad de dar un poco de lástima. Yo a veces pienso que debía construirme un búnker subterráneo y no salir de él hasta que me encuentre en mis cabales y por supuesto, sin un asomo de dolor de cabeza.

JULIO CORTÁZAR