Acabo de ver una foto de un amigo, que me ha llenado de morriña. Por
él, porque hace demasiado tiempo que no lo veo y los recuerdos tan
entrañables que tengo con él en su Chiclana natal, bueno ahora dudo si
nació en Chiclana o en Cádiz, pero en éste caso, dá igual uno que dos. Y
con él en Chiclana, todo gira alrededor del Pinar de los Franceses,
sitio donde los dos vivíamos. Ese maravilloso pinar, espléndido desde
todos los ángulos, es como una isla de pinos en medio de un gran
descampado. Y las marismas, besando sus pies, las Marismas con esa luz
impresionante, donde cualquier foto sale perfecta, pues todo lo hace su
luz viva.
Las Marismas, con ese lodo reseco, con sus mosquitos grandes como gaviotas, con sus puestas de sol sobre San Fernando, con sus cigueñas volando en círculos, con esos pájaros blancos y sobre todo rosas que se llaman, Flamencos y con esas espuertas que se llenan con las mareas y los camarones y las patas y las cañaillas y el lenguado de estero, que pasada de pescado y los despesques y los lentiscos y toda esa riqueza marismeña. Desde fuera, las Marismas parecen que no tienen vida y como veis, es ciego el que no quiere ver, hay tanta vida dentro de ellas.
Y el Pinar, que voy a decir de un Pinar que aún me tiene metido en su embrujo. Esos pinos espléndidos, su sombra bendita, sus piñas piñoneras y los sustos que nos daban. Pues llegada la época de recogida de los piñones, los copos de los pinos se poblaban de recoletores, de personas que trepaban casi sin nada, que arañaban su corteza para encaramarse a la fronda del pino y junto con sus largas varas, hacían que las piñas cayeran al suelo. El tema era, que te pedían permiso para subirse a los pinos de tú parcela y tú claro, se lo dabas, pero después era todo un sufrimiento en vida, ver como subían sin nada y como se manejaban hasta arriesgarse por las ramas para coger una triste piña, aquello era indiscreptible, era una tortura china.
Los pinos tenían muchas cosas buenas, como: su sombra, y sus piñas piñoneras y su belleza estética, pero también tenían dos cosas molestas. Una era la pinocha, la hoja del pino que se caía continuamente y ya no digamos cuando soplaba el viento del Levante, la parcela se convertía en una alfombra de pinocha. Y el otro punto flaco, eran las orugas, las malditas orugas, la procesionaria, que sólo aparecían sobre Febrero o Marzo, pero más que suficiente. Las orugas con sus nidos blancos y sedosos y con esa actividad constante, actividad reproductiva y que a veces era tanta la promiscuidad lasciva, que caían pelotas enteras de orugas. Después por el suelo hacían su procesión en fila india, hasta llegar a la tierra, donde se enterraban. Menudos bichos más asquerosos y las reaciones alérgicas que causaban, total para comerse unas cuantas hojas de los pinos, que por cierto, saben a rayos y después de la enchenta, hacen la consabida procesión, celebrando su propio funeral y para acabar enterrándose sin más. Mira que dios pudo hacer bichos raros, ahora que uno tan estúpido como éste, lo dudo y mucho.
Por último, la foto de mi amigo además me dió morriña porque fué tomada en Tarifa y eso me desquicia, me pone loco de celos. Él en Tarifa y yo aquí, y no es por despreciar donde yo estoy, no, no es eso. Si no que hoy tenía el día tonto y estaba añorando mi tierra Gaditana y va y sale esa foto, mi amigo y Tarifa. Tarifa, que por tí me muero. Otro día os contaré sobre mi querida Tarifa...
Las Marismas, con ese lodo reseco, con sus mosquitos grandes como gaviotas, con sus puestas de sol sobre San Fernando, con sus cigueñas volando en círculos, con esos pájaros blancos y sobre todo rosas que se llaman, Flamencos y con esas espuertas que se llenan con las mareas y los camarones y las patas y las cañaillas y el lenguado de estero, que pasada de pescado y los despesques y los lentiscos y toda esa riqueza marismeña. Desde fuera, las Marismas parecen que no tienen vida y como veis, es ciego el que no quiere ver, hay tanta vida dentro de ellas.
Y el Pinar, que voy a decir de un Pinar que aún me tiene metido en su embrujo. Esos pinos espléndidos, su sombra bendita, sus piñas piñoneras y los sustos que nos daban. Pues llegada la época de recogida de los piñones, los copos de los pinos se poblaban de recoletores, de personas que trepaban casi sin nada, que arañaban su corteza para encaramarse a la fronda del pino y junto con sus largas varas, hacían que las piñas cayeran al suelo. El tema era, que te pedían permiso para subirse a los pinos de tú parcela y tú claro, se lo dabas, pero después era todo un sufrimiento en vida, ver como subían sin nada y como se manejaban hasta arriesgarse por las ramas para coger una triste piña, aquello era indiscreptible, era una tortura china.
Los pinos tenían muchas cosas buenas, como: su sombra, y sus piñas piñoneras y su belleza estética, pero también tenían dos cosas molestas. Una era la pinocha, la hoja del pino que se caía continuamente y ya no digamos cuando soplaba el viento del Levante, la parcela se convertía en una alfombra de pinocha. Y el otro punto flaco, eran las orugas, las malditas orugas, la procesionaria, que sólo aparecían sobre Febrero o Marzo, pero más que suficiente. Las orugas con sus nidos blancos y sedosos y con esa actividad constante, actividad reproductiva y que a veces era tanta la promiscuidad lasciva, que caían pelotas enteras de orugas. Después por el suelo hacían su procesión en fila india, hasta llegar a la tierra, donde se enterraban. Menudos bichos más asquerosos y las reaciones alérgicas que causaban, total para comerse unas cuantas hojas de los pinos, que por cierto, saben a rayos y después de la enchenta, hacen la consabida procesión, celebrando su propio funeral y para acabar enterrándose sin más. Mira que dios pudo hacer bichos raros, ahora que uno tan estúpido como éste, lo dudo y mucho.
Por último, la foto de mi amigo además me dió morriña porque fué tomada en Tarifa y eso me desquicia, me pone loco de celos. Él en Tarifa y yo aquí, y no es por despreciar donde yo estoy, no, no es eso. Si no que hoy tenía el día tonto y estaba añorando mi tierra Gaditana y va y sale esa foto, mi amigo y Tarifa. Tarifa, que por tí me muero. Otro día os contaré sobre mi querida Tarifa...


