Y hoy voy a cerrar el chiringuito más tempranito, pues mañana me toca guardia y guardia gitana o sea de fin de semana. Se supone que los Sábados van a ser más guerreros y que correrá más sangre. Y también correrá el alcohol y como dicen las campañas de prevención de accidentes de tráfico, si se suma alcohol y conducción, el resultado es igual a muerte. Y puede ser que sea, pero por suerte no lo es siempre. Pero ya sabemos que a los de Tráfico les va más bien lo macabro. Si nos vieran a nosotros en nuestros tiempos jóvenes la cocida que llevábamos conduciendo, nos hubieran dado el Premio Nobel a los más animales.
También eran otros tiempos y no había tanto control de carretera. Aparte que había muchos, pero muchos menos coches circulando. Yo me acuerdo en Santiago de Compostela y que después de toda una noche de farra tirando a salvaje, se nos daba por a desayunar pescado, en concreto una Caldeirada de Raya en Portonovo y para ello teníamos que recorrer sobre unos 100 kilómetros. Y cuidado que viene un coche de frente y cuidado que te sales y cuidado que estás en el carril contrario y cuidado que vas a toda hostia. En fin, todo un compendio de lo que no se debe hacer en la carretera.
Después zampábamos el pescado y con unas cuantas birras más. Y si el tiempo era bueno, nos quedábamos a sobar en una playa y sino en el coche. Y esas tres horas eran vitales, pues la vuelta ya no era tan peligrosa. También recuerdo en mis carnes y en mis huesos, esas sobadas sobre la húmeda arena de playa y por dos cosas, por la humedad que te entraba hasta la médula ósea y por la dureza de la arena compactada. Y llegados de nuevo a Santiago, que mejor cosa que tomarse otras birritas bien frías y después salir a tomar unos vinitos. Y ya por fin, arrastrabas tú cuerpo borracho hacia tus aposentos.
Pues eso, que cuando atiendo un accidente de tráfico y bien regado en alcohol, procuro acordarme de mis viejos tiempos y para no cabrearme tanto con los accidentados. Porque sino y así en caliente, los colgaría del palo más alto, pero en ese instante pienso, que entonces y en consecuencia, el primero que tenía que estar colgado tendría que ser yo.

Después zampábamos el pescado y con unas cuantas birras más. Y si el tiempo era bueno, nos quedábamos a sobar en una playa y sino en el coche. Y esas tres horas eran vitales, pues la vuelta ya no era tan peligrosa. También recuerdo en mis carnes y en mis huesos, esas sobadas sobre la húmeda arena de playa y por dos cosas, por la humedad que te entraba hasta la médula ósea y por la dureza de la arena compactada. Y llegados de nuevo a Santiago, que mejor cosa que tomarse otras birritas bien frías y después salir a tomar unos vinitos. Y ya por fin, arrastrabas tú cuerpo borracho hacia tus aposentos.
Pues eso, que cuando atiendo un accidente de tráfico y bien regado en alcohol, procuro acordarme de mis viejos tiempos y para no cabrearme tanto con los accidentados. Porque sino y así en caliente, los colgaría del palo más alto, pero en ese instante pienso, que entonces y en consecuencia, el primero que tenía que estar colgado tendría que ser yo.