
Hoy estoy jodido, pues entre el ruído de una sierra de cortar metales (sierra de disco) y el de una tipa que no hace otra cosa que echarle la bronca a su pequeño hijo y lo hace a base de grandes y contínuos alaridos que a su vez hace que el crío llore a pulmón tendido, pues eso que tendré que cerrar mi ventana lo antes posible. Pero coño yo quería ventilar un poco mis estancias mientras escribía cuatro pequeñas cosas de buena mañana. En este momento la sierra ha parado de dar el coñazo y sólo me queda la tipa y su crío. Y como no es la primera vez que me pasa con ellos, yo me pregunto el como saldrá adelante semejante crío y porque tanta bronca y tanto grito le quedarán grabados en el almacén de su memoria. Y es que el pobre no para de llorar y es cuando me pasa por la cabeza el denunciarla, pero claro me dirán ¿denunciarla porqué?....¿porqué no para de echarle broncas al pobre niño?, pero si yo no le pego, dirá. Pero a veces una buena bofetada es un alivio y porque después de la tormenta suele venir la calma y en cambio de ésta manera, la tipa practica la tortura psicológica las 24 horas del día.
Yo me crié en medio de bronca tras bronca y si me negaba a tener más bronca, pues más bronca se me montaba. La bronca era la norma habitual de convivencia, era el pan de cada día. Mi madre era una maestra en éste arte de la bronca cotidiana. Yo no entendía porque para ella el mundo debía ser así de agresivo, pero daba igual lo que yo entendiera o no, las hostias volaban igualmente. Un día y muchos años más tarde, me dijo una psicóloga, pues de ahí vienen todos tus problemas de inadaptación social, vienen de haber vivido en un infierno y en consecuencia, de haber sido un niño infeliz. Y lo de vivir en un infierno, puede pero sólo en parte, pero lo de ser un niño infeliz, por ahí no paso. Traté de explicarle que a pesar de todo, yo me sentía bien, que estaba feliz y contento, salvo cuando tenía que hablar o enfrentarme a mi madre. Pero para no caer en bronca contínua con ella, cuando me preguntaba por algo sólo hablaba para decir sí o no y sin más palabras. Me decía, ¡que huraño eres hijo!, pero claro como ella no veía guerra por este lado, se las ingeniaba para buscarla con otro tema y otro de sus temas preferidos era hablar de mi padre o de mis hermanos. A mi padre le llamaba de todo, que era un ser profundamente aburrido, porque no quería salir de casa y a divertrise como ella quería. Que si él hubiera querido y por haber sido apoderado de un banco reconocido, ahora estaríamos montados en pasta gansa y claro y por eso, tenía el cartel de ser un fracasado. Claro que mi padre también tenía sus cosas, era demasiado maniático, era profundamente pesado conmigo y el cariño sólo lo manifestaba a pequeños ratos.
Y no hay mejor uno que otro, eran mis padres y así yo lo asumía. Cada uno tenía su papel, pero como con mi madre pasaba mucho más tiempo, pues era con ella con quién más tropezaba. Mi padre estaba de segunda mano, es decir, cuando me madre se veía superada por cualquiera de sus hijos, avisaba al gran señor de la c asa y para que nos diera una hostia de altos vuelos. De cara a la galería, mi padre era más bonachón y más sociable, pero eso formaba parte de la imagen que al le gustaba vender cara al público. Tampoco serían tan malas personas y por eso sigo indagando donde encontrarles un punto positivo. De momento, no lo he encontrado.